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"El señor y la señora Pit" de Carlos Herrera Carmona. Casa Chejov. Madrid. - Masteatro

«El señor y la señora Pit» de Carlos Herrera Carmona. Casa Chejov. Madrid.

 

ESTO NO ES UNA CRÍTICA (a próposito del estreno de “El señor y la señora Pit”)

por Carlos Herrera Carmona

Ceci n’est pas une pipe. Magritte.

Por mucho que valga un hombre nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre. Antonio Machado

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    Partamos de la base de que yo no soy crítico de teatro. Esto es algo que siempre he negado por activa y por pasiva cuando he tenido la oportunidad para hacerlo. Aún así, insisten en llamar a mis escritos críticas o reseñas, cuando en realidad ni lo son ni pretenden serlo, ya que cuando voy (iba, iré) al teatro se mezclan en mí, irremediablemente y por este orden, el espectador, el aprendiz, el filólogo y, aunque parezca sobrenatural, la sombra del autor y del director que soy la cual, dicho sea de paso, me la suelo sacudir antes de entrar en la sala por aquello de posibles filtraciones e interferencias a fin de que mis palabras no queden atrofiadas.

    Como ven, con esta amalgama, no puedo ser crítico de ninguna de las maneras; tal vez soy una rara avis que parece adular y que, en realidad, se dedica a otro menester con más humilde altura: la dramaturgia. Mi posición es firme: escribo impresiones, punta y tacón, a la manera de los «essays» que yo entregaba en mi añorada facultad, donde se nos enseñaba a no volcar requiebros insípidos. Si yo hiciera lo que de mí no se espera, tal vez provocaría entrecejos y alaridos, y cesarían por tanto invitaciones y ofertas. Pero ni me interesa ni me divierte, además de que ningún ego soportaría una dentellada gratis por mucho que su coach de turno le recomiende que es un magnífico aprendizaje o evolución. De ahí que me resulte cada vez más curioso recibir alabanzas de quienes creen que les alabo, al tiempo que me sorprende su continua obviedad hacia mi producción dramática, que es a lo que me he dedicado y dedico durante más de tres décadas. Pocos enfados me han llegado sobre mis “essays”, acaso alguno fruto de una compresión rígida de mi impresión, así que me inclino a pensar que se haya debido a no haber llegado yo al tuétano de su orgullo o, mejor aún, al haberlo atravesado.

    En esta ocasión le ha tocado el turno a una de mis obras, la última que se ha representado: El señor y la señora Pit; y no por autobombo, sino porque a punto está de entrar en los madriles y merece un lugar -cuándo si no y por que no- en esta web para la que colaboro. Este matrimonio viajará desde el sur hasta la capi, no exiliado como yo, sino de visita. Y seguro estoy de que no será la primera vez. Madrid, cuya capacidad de acogida es insuperable como lo es la de Sevilla presumiendo de clasismo -que se suele reflejar en el tongo de las subvenciones, compadreos varios y desdén para con sus crías escénicas, le brindará calor y simpatía, como mínimo. La pieza ya se estrenó el año pasado y la adusta Híspalis se sacudió el postureo acudiendo en masa a las numerosas funciones que se celebraron en el domicilio privado de los Pit a modo de “La casa de la portera” madrileña. Supuso, aunque su éxito no fue reconocido porque esto habría significado un lance para programadores despistados, un claro repunte del teatro off de la urbe. Con ello se demostró que la sevillanía había aceptado por fin el formato de teatro de cámara en su vertiente más trágica y no el microteatro de usar y tirar, cerradas ya por cierto sus instalaciones a cal y canto. El cierre de un espacio teatral, ojo, sea cual fuere, siempre ha de ser motivo de luto, alerta y decepción.

Evidentemente no voy a valorar la calidad dramática de mi propia pieza desde este púlpito, ni la de su puesta en escena cuya dirección no ha salido de mis manos -algo que me alegra y relaja lo que nadie se puede imaginar. Faltaría más. No quiero que el gremio me califique ahora de hereje. Yo, por mi parte, me brindaré únicamente a valorar la calidad humana de su reparto, su atrevimiento y arrojo por haberse lanzado al vertiginoso y arduo campo de la producción con su propia compañía, Photática, por entrar, como caballo de Troya, en el tejido teatral y deshilachado de su ciudad. Conozco a Ismael Múrtula desde hace más de una década, cuando unos piratas nos convencieron a ambos para una montar una de mis piezas, “El Incorrecto”. Saquearon nuestra ilusión y nos dejaron sin miramientos en una isla desierta -me llegan noticias de que ahora son ellos los náufragos. Siempre me he sentiré en deuda hacia él por su fidelidad. Múrtula, cuya interpretación es descarnada, vibrante y poética, acierta al saber llegar a las aristas más escondidas y punzantes de cada personaje; sabe provocar reacciones verdaderas en su auditorio, pues abandona toda floritura tanto hacia su gesto y voz como hacia su labor como intérprete, fuera y dentro de la escena. No es de esta época. En tiempos de Sófocles, la polis habría disfrutado mucho más con él.

    Múrtula (el señor Pit) junto con su compañera de reparto, Ana Pariente (la señora Pit) mantienen su generosidad en esa zona inmaterial y acuosa llamada “el pasar del Tiempo”. Mis felicitaciones por ser inalterables. Los considero héroes por no dejarse arrastrar hacia la órbita del piropo vacío y traidor, del egoísmo estéril. Son su benevolencia y respeto lo que me inspira este reconocimiento público y me anima a denostar la actitud de aquellos que, por contra, en vez de haber continuado con esta actitud cabal, han preferido situarse como mis antagonistas. Para su información, sólo han conseguido provocar en mí un sonrisa misericorde. Por ello, rezo para que algún día se den cuenta de que el texto dramático, como palabras colocadas en el plano de la atemporalidad, pertenecen a quien las escribe, y por ende, infinitas e inmortales.

     Ana Pariente, para irritación de muchos, puesto que lo que voy a destacar de ella es algo que no se puede adquirir en ningún curso de interpretación, cuenta con la bienaventurada “presencia escénica”, algo así como, ser y estar sin esfuerzo alguno, mirar y respirar y que el público se sienta mirado y respirado. Pariente pisa el ruedo, sienta cátedra y deja su cotidianidad en el camerino para recogerla una vez se ha marchado el último visitante del teatro. Su actitud al acercarse al texto es de temor a mancillarlo hasta que finalmente, en un proceso de veneración y sabiduría, lo convierte en su propia piel. Mima la actriz su creatividad para que perdure el texto en escena, aun siendo éste, como ya se sabe, flor cortada. Con su generosidad, ella vela por el trabajo de sus compañeros. No es nada frecuente que el reparto sea consciente de su complicidad para hacer carne el texto sin creerse demiurgo. Ser cómplice es un trabajo conjunto, no una pelea entre sopranos o tenores. No hay que olvidar que sin los intérpretes, el hecho teatral queda mutilado; es como si le presentáramos al público nuestra criatura sin brazos o sin piernas, sin lengua y sin alma. El autor teatral crea a su monstruo con retazos de cadáveres, pues no inventamos, sino que profanamos las tumbas de otros que ya obtuvieron éxito; hambrientos necrófilos literarios, eso es lo que somos: unos ladrones que nos divertimos robando miembros inertes y esperamos ansiosos que un rayo nos levante al engendro de la mesa de operaciones para ver cómo camina: esa luz omnipotente y todopoderosa se llama actor/actriz y quien dirige la electricidad hacia nuestro vórtice se llama director/a. El ADN ya ha sido dado por el autor. Múrtula y Pariente pertenecen, por tanto, a esa tribu de intérpretes que convierten el aplauso en combustible para seguir avanzando. En este gerundio hermoso que ha de significar hacer teatro, ya que si no estás en movimiento, quedas desterrado hasta nueva incorporación, pienso que perder el norte es gangrena y, que si te contagias, estás olvidado, que es peor que el destierro. Y no sólo el norte, sino que se trata de observar los demás puntos cardinales al mismo tiempo (incluso el sur..); no hay que pensar nunca que estamos sobre la rueda, aunque nos lo ratifiquen, tampoco debajo de ella, sino corriendo a su lado, aunque parezca estúpido: debemos hacerla rodar, porque si se mueve es porque yo la activo, nadie más: sólo el camino se labra caminando. En esta travesía es donde yo veo a Photática, que sueña al mover su eje hacia la capital del reino. Es de todos sabido que el paladar de la villa y corte es exquisito, que las inversiones millonarias con sus luminarias pueden cegarnos y crear sombras alargadas; que nombres archiconocidos ya cuentan con el público rasgándose las vestiduras. Los Pit entrarán de puntillas con su hermosa cabeza de ratón, pues la cola del león ha de quedar para espantar moscas. A partir de ahora será el turno de las lenguas de vecindonas que se preguntarán ávidas y retorcidas por qué tú y no yo. Que goteen pues su saliva negra mientras mi pequeña tragedia, la más personal, la más infernal, se va acercando al Manzanares, que por muy aprendiz de río que sea como dijo Lope, sus aguas mínimas serán muy sagradas para bautizar a este matrimonio en su eterno luto.

«El señor y la señora Pit» se estrena en Casa Chejov los días 24 y 25 de enero de 2020. Calle Jesús del Gran Poder, 24. Madrid. Entradas disponibles en Entradium: https://entradium.com/events/el-senor-y-la-senora-pit-madrid?fbclid=IwAR3_iT0M3Uwq94iNv70lLqoYz1w2TCyUtve8vBEiKSMR_RfNeQSH5CMPnY4

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