Danza-teatro de espectacularidad y sugestión
Al lado de lo que ha pasado en los últimos días, el espectáculo de la prestigiosa compañía belga Peeping Tom parece casi una anécdota. O un victoria, según como se mire. Primero, la prohibición por parte del Gobierno catalán de todo acto cultural. Después, durante el domingo, día del estreno, una serie de tuits cruzados entre el Ayuntamiento de Barcelona y el mismo Gobierno sobre la injusticia que esto supone para un sector que se ha dejado la piel para abrir puertas con unas controladísimas medidas de seguridad -prueba de su eficacia es que ninguno de los brotes que se conocen tiene su origen en un teatro-. El caso es que desde el Ayuntamiento dicen que el Gobierno les obliga a cerrar. Y este, que se está estudiando si es posible hacer excepciones. El festival mantiene la primera función pero pone al aire todas las demás. La incertidumbre y el desamparo protagonizan las conversaciones de público y profesionales, que no saben si al día siguiente podrán o no trabajar. Ante la precariedad de la situación, se organiza una protesta medio improvisada. Después del espectáculo varios asistentes repartidos por el Grec despliegan pancartas con el lema #laculturaessegura. La imagen resulta emocionante: todo el mundo quieto en su sitio, con las mascarillas, guardando las distancias. Los aplausos se prolongan varios minutos. Desde los recovecos del escenario, los desconcertados bailarines miran el panorama sin entender muy bien lo que ocurre.
Al día siguiente, sigue la incógnita respecto a si habrá o no función. Mientras tanto, el sector organiza una protesta delante del mismo teatro. De nuevo concentración y pancartas. Hasta dos horas antes de empezar no se confirma públicamente que el festival continuará como estaba previsto. Se ha conseguido, sensación de triunfo. Otro día hablaremos de todos aquellos eventos de pequeño formato que, con menores recursos pero las mismas precauciones, no han podido seguir adelante.
Pero ahora así, vayamos al espectáculo. El díptico de Peeping Tom. Dos piezas similares de danza teatro con elementos reconocibles –un salón, una habitación, los señores, los criados y lo que parece ser un asesinato-, dotados de características fantásticas. Puertas que se abren y se cierran, elementos que se mueven solos. Un balcón que se convierte en armario. Una cama que se traga a quien se tumba en ella. El realismo mágico permite que, lo que podría ser el inicio de una partida de cluedo, pronto se desvincule de la trama para mostrar coreográficamente una sucesión de hechos sorprendentes. Pero si hay algo que caracteriza el trabajo es la fisicalidad de los intérpretes. Se diría que son de plastilina y que carecen de articulaciones. Todos ellos demuestran una elasticidad impresionante, con decenas de giros y posiciones imposibles. Se arrastran los unos a los otros, se tiran y se levantan en cuestión de milésimas. Y todo lo hacen como si fuera lo más natural del mundo, centrados en sus propias cábalas sin inmutarse por sus movimientos.
En la primera parte del montaje, se exploran el miedo y la culpa. Las acciones cotidianas de los personajes quedan truncadas por espasmos, caídas y posiciones rocambolescas. Como el corazón delator de Poe, las puertas que no se abren cuando tienen que hacerlo y los sonidos que de ellas emergen crean una atmosfera tensa e intrigante. La iluminación juega como un personaje más, especialmente cuando un foco manipulado en escena por uno de los artistas ciega los rostros de los personajes, acentuando la incomodidad. Y en algún momento incluso se juega con la sombra, dejando que el dúo de detrás del decorado se refleje en la pared del Teatro Grec. En la segunda parte, después de que el equipo haya cambiado el dispositivo al completo en un semicoreografiado parón –se nota que tienen recursos-, diferentes personajes viven historias paralelas en un camarote de un barco. Los bailarines, solos o en grupo, entran y salen por las distintas puertas en una composición dinámica y sugerente, en la que también hay lugar para el humor, con tímidos gags corporales que aligeran la tensión.
En definitiva, danza-teatro de espectacularidad y altos recursos. Su objetivo, buscar la ovación con unas coreografías milimétricas de alto nivel y exigencia y una puesta en escena que integra todos los elementos. Movimientos constantes, ritmo frenético y virtuosismo ecléctico. Lo único que se contagió en el teatro fue el impacto.
Peeping Tom – Díptico: La puerta ausente y La habitación perdida. 19 y 20 de julio, Teatre Grec, Grec Festival 2020. Concepción y dirección: Gabriela Carrizo, Franck Chartier Interpretación: Konan Dayot, Fons Dhossche, Lauren Langlois, Panos Malactos, Alejandro Moya, Fanny Sage, Eliana Stragapede, Wan-Lun Yu Asistencia artística: Thomas Michaux Composición sonora y arreglos: Raphaëlle Latini, Ismaël Colombani, Annalena Fröhlich, Louis-Clément da Costa, Eurudike De Beul Diseño de la iluminación: Tom Visser Diseño del vestuario: Seoljin Kim, Yichun Liu, Louis-Clément da Costa Diseño de la escenografía: Gabriela Carrizo, Justine Bougerol Coordinación técnica: Pjotr Eijkenboom (creación), Hugues Girard (gira) Técnicos: Emily Brassier, Bram Geldhof (luces), Tim Thielemans (sonido) Regiduría: Giuliana Rienzi (regidoría de escena), Clement Michaux (ayudantía de escena) Mánager en gira: Thomas Michaux Responsable de producción: An Van Der Donckt Responsable de comunicación: Sébastien Parizel Mánager de la compañía: Veerle Mans Producción: Peeping Tom Distribución: Frans Brood ProductionsFotografía: Louis-Clément da Costa, Jesse Willems