Dirección: Pablo Remón. Texto: Pablo Remón (con la colaboración de Violeta Canals). Reparto:
Javier Cámara, Francesco Carril, Bárbara Lennie y Nuria Mencía. Escenografía: Monica Boromello. Iluminación: David Picazo. Vestuario: Ana López Cobos. Diseño de sonido: Sandra Vicente. Ayudante de dirección: Raquel Alarcón. Coproducción: Centro Dramático Nacional y Buxman Producciones.
Centro Dramático Nacional. 12 de mayo de 2022, Madrid.
El nuevo retrato de Remón de Carlos Herrera Carmona.
Es una dulce sátira –más bien burla-, un caramelo envenado; el mundo de Oz revisitado por fingidores (recuerdo de inmediato los versos de Pessoa cuando bautizó al poeta/intérprete del cosmos como tal: Y así va por su camino, Distrayendo a la razón, Ese tren sin real destino, Que se llama corazón.)
Los farsantes o pieza bufa guiada por quienes ostentan dicho título sin máscaras o con ellas, a veces a pelo, otras, con vaselina. O, simple y llanamente, cuarteto farandulero incapaz de bajarse del tiovivo del ego que nos atormenta. Un tiovivo que gira inestable y por decisión propia, por una galaxia bellísima llamada Teatro, sin que jamás toque tierra, cuya única misión es no caer en un agujero negro que es el Olvido. Yo me veo retratado, identificado, vapuleado. Y me río mucho, mucho, de lo que veo y de cómo los veo. Porque me veo a mí viéndolos a ellos reflejados en el espejo brillante mientras viajan en el tren con destino saudade. Es la Verdad de siempre reclamada a fin de que la interpretación sea aplaudida. Eso podría ser el vórtice del mensaje del autor, y éste se encarga de dejarlo muy claro cuando explica su hoja de ruta en el programa de mano.
Los farsantes o las miserias o los anhelos o los desafíos de los cómicos de la legua remasterizadas a principios del siglo XXI. La historia es la de siempre: “Chica-quiere-ser-actriz“ (o no) que transcurre paralela y trenzada a la de “director famoso-se cansa-de lo mismo“. Desde mi punto de vista, el imán de la obra es el cómo se ejecuta la acción que pasa por nosotros rauda y veloz en una duración quasi cinematográfica (¿televisiva?) que sabe a poco, más que el qué cuentaque queda balbuciendo, como dijo el místico. Yo me embobo con La Mencía y sus giros y sus requetegiros y sus muecas y sus tonos y sus parpadeos y su capacidad cómica con sólo decir un uff que me reporta una carcajada. Y Cerril, por supuesto, en su rol tarantineano de productor cuyo camelonismo me deja boquiabierto. Quiero que ambos se queden en escena y que me den más. El momento de Cerril actor-autor-actor que hace de actor y de autor y además cometiendo plagio, todo a la vez, es jugosa pirueta de guión. Me he pasado todo el puente de San Isidro recordando con quien fui a ver la obra frases y movimientos que no olvidaré como algunas de Martes y Trece. (¿Estabas escritos estos efectos o es fruto de la improvisación en los ensayos?) Cámara –qué gusto verlo en 3D- controla escena, muy sabio él, y es certero en sus verónicas por el ruedo: así que aplauso al veterano. Lennie, dulzura y corrección, que delega sin querer en sus tres mosqueteros que la acompañan. Como siempre este es mi parecer y como siempre animo –y mucho- a que vayan a esta representación –estaba lleno a rebosar- aunque contenga micromonólogos, que para mi gusto funcionan como islas prescindibles, sobre todo el del comienzo y que Remón parece emplear como especia para salpimentar una dramedia digna de ser saboreada. Como un Alcaraz combativo, persiste Remón hilarante apuntando su cañón hacia nosotros, los del tiovivo, y nos da nuestro merecido. A ver si domamos el ego… Es un concepto salad bowl: todo está, y si no está del todo desarrollado, pasea de puntillas para que la ensalada sea digna de chef . He querido ver un destello cabaretero, un guiño a las series de sobremesa, al teatro de autor en mayúsculas, a un final chejoviano que se me queda ahí, en un suspenso, para mi gusto harto pausado y frío, como copos de una incipiente nevada. Final que me lleva más al desencanto que a la reflexión. Nos vemos reflejados, no sé si en un acto de contricción, de catarsis o incluso animados a replantearnos bien la pertenencia, bien el deseo de recorrer el camino de baldosas amarillas. El tornado puede aparecer. Hay poco espacio para la conciliación. La risa es impulsiva, no reflexiva. He ahí que sea farsa y no comedia lo que ante mí se representa. La cosa se puede trocar en interno lamento sin que el espectador pueda prevenirlo, lo cual remite a la habilidad tanto de dirección como del mismo intérprete en que se logre estos giros inesperados y que, al menos yo, agradezco tanto. El culto a la autocrítica y a la honestidad de la profesión es loable.
He de decir en honor a la verdad que, tal vez se deba al hecho de que conocí personalmente a Sarah Kane -formé parte de un taller impartido por ella poco tiempo antes de que falleciera- que la elasticidad con la que se habla del suicidio tomando su texto 4.48 Psicosis como pretexto como posible fin a una creatividad no resuelta o estéril por parte de la protagonista, me pareció fuera de lugar. No sé si el fragmento que se interpreta de la malograda Kane es objetivo de chanza per se, o, simplemente, como digo, un pretexto para frivolizar sobre lo antes dicho.
Mención aparte destacar el aparato escenográfico de Boromello que se muestra ante nosotros con un juego de niveles donde conviven lo real y lo irreal, y añado también lo hiperreal, como es el bar donde sucede el epílogo de la historia. Ante este último, he querido pensar que corresponde a una suerte de pathetic fallacy ya que los objetos del cúbiculo hablan del rumbo que va a tomar el futuro de Ana, la chica que quiere ser actriz de renombre y quien, epifánicamente, sus pies desean pisar fuerte la tierra y no entornos vacíos donde su periplo vital sucedía en blanco.
Me enganchó Remón en su día con sus mariachis. Y me cito:El absurdo, lo quijotesco, la astracanada. Regado todo con un chorro generoso de esperpento … retrato imposible de máscaras casi. Arlecchino y Brighella en la estepa castellana al cuadrado donde se vociferan entre ellos y construyen un mundo con su inacción que solo ellos parecen entender … la carcajada brota entre el público y los ojos se abren de espanto ante las groserías, trazos de lo políticamente incorrecto. Los farsantes, en esencia, beben en cierto modo de este retrato aparentemente imposible, pero que inunda la platea con verdades como puños. Le sigo la pista como retratista para que me siga llevando a la sorpresa, y sobre todo, a que aún hay mucho por descubrir en este no hay nada nuevo bajo el sol, siempre y cuando seamos nosotros el astro mismo.
Sirva como topping las palabras de Consuelo Trujillo en la recién publicada revista Espiar a los árboles cuando habla de que todo lo que sucede en escena es mucho más grande que nosotros, así que seamos humildes.
Carlos Herrera Carmona es autor, director y crítico de teatro. Trabaja igualmente como profesor en la Comunidad de Madrid. Su última obra publicada en coautoría con Pilar Manzanares “En la tierra desnuda: muerte y resurrección de Antonio Machado“. @carlosherrerateatro