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Los demonios de Yerma - Masteatro

Los demonios de Yerma

Sala La Usina, domingo 6 de marzo

Intérpretes:
Almudena Rubiato
Enrique Coslado

Dirección: Fátima Cúe
Autoría: Federico García Lorca
Adaptación: Antonio Ramírez-Stabivo
Música: Desiderio Sánchez
Iluminación: Sergio García
Compañía: Stabivo Artes Transescénicas

Los demonios de Yerma es una adaptación libre de la famosa tragedia rural lorquiana Yerma, que forma parte de la popular trilogía que completan La casa de Bernarda Alba y Bodas de sangre. Esta adaptación es una producción de Stabivo Artes Transescénicas, con Fátima Cué a la dirección y Almudena Rubiato y Enrique Coslado como únicos intérpretes, y ha podido disfrutarse durante tres domingos consecutivos de marzo en la sala La Usina de Madrid. De momento no están previstas nuevas representaciones a corto plazo, pero tenemos plena seguridad de que esta obra seguirá evolucionando y madurando para nuevas representaciones en la capital, pues sus méritos y aportaciones no son escasos. Así pues, aquí dejamos un crítica de la misma, para que en futuras reposiciones podáis disfrutar de este peculiar acercamiento a Lorca.

Cabe decir ante todo que es una adaptación valiente, que no se conforma con presentar, una vez más, el drama lorquiano cambiándolo todo aparentemente pero sin cambiar nada en realidad. Así pues es una adaptación arriesgada e innovadora que destila creatividad, y en la que se pueden encontrar grandes hallazgos y algunos deslices que estamos seguros serán corregidos con el rodaje de la obra y su crecimiento natural según se vaya exponiendo más al público. Tal vez nuestra mayor crítica se refiera precisamente a no haber apostado aún más claramente por esta tendencia de la compañía hacia el teatro artaudiano, un teatro más corporal y físico, de imágenes impactantes, que busca generar reacciones emocionales intensas en el público, y haberse quedado, en cambio, en un punto intermedio entre las adaptaciones más ortodoxas del autor granadino y este acercamiento tan intenso del que que la compañía suele hacer gala. Debido a esto quizá parte del público se quedó en cierta medida insatisfecho, pues el que creía que iba a presenciar una adaptación más ortodoxa probablemente quedaría perplejo, y a los que conocíamos el trabajo anterior de la compañía y su tendencia nos supo a poco y nos estorbó tanta predominancia del texto.

Una vez dicho esto, desde nuestro punto de vista son reseñables varios elementos cuya mayor elaboración lograrían hacer destacar más el valor de esta adaptación. Por ejemplo, el drama se desarrolla dentro de una piscina seca, que sirve a la vez de hogar, prisión y metáfora del infierno personal de Yerma: una piscina seca como su útero, que desea acoger vida a toda costa, como una obsesión que la desquicia y la lleva no sólo a la locura por momentos sino al sacrificio precisamente de otra vida (la de su esposo) en esa búsqueda ciega de reproducir la vida misma. El problema es que esta representación de la piscina no está lograda completamente a nivel escenográfico, lo que dificulta la contextualización y la capacidad de interpretación de lo que sucede por parte del espectador. Por otro lado quizá se carga demasiado el sostenimiento de la obra en el personaje de Yerma, interpretado por Almudena Rubiato, cuya presencia en el escenario es continua durante la hora y veinte minutos aproximadamente que dura la representación, y que le coloca ante un nivel de exigencia interpretativa muy alto. La actriz sale bastante airosa del reto, a pesar de que a veces su dicción no sea del todo clara, gracias a un buen manejo del lenguaje corporal. Sin embargo, las escenas de mayor carga emotiva suelen producirse en la conjunción de ambos actores, algunas de las cuales son emocionalmente explosivas y potentes; destacamos el valor de esas piezas musicales introducidas en mitad de la obra, un valor no realista que coloca la obra en una suerte de delirio febril o lógica onírica fabulosa, cuya utilización de los colores y las luces plasma una imagen con gran influencia del universo fílmico de David Lynch, lo que nos parece un acierto maravilloso y genial para una adaptación de Lorca. Otra de las escenas que nos llamó la atención por su potencia y valor es aquella que representa el baile entre Yerma y Víctor, el cual sostiene una calavera de carnero, un baile que expresa el deseo frente a la represión, y también la tentación sexual frente a la honorabilidad que Yerma pretende detentar con tanto ahínco y abnegación. La iluminación, los colores, la puesta en escena y la selección musical que acompañan a la obra, especialmente en estas escenas mencionadas, son en este sentido exquisitas y muy destacables. El personaje de Juan, interpretado de forma enigmática y contenida por Enrique Coslado, sirve de contrapunto a la intensidad emocional de Yerma; el actor logra plasmar, de un modo peculiar y sugestivo, un personaje vencido a la vez que conforme con su realidad, un personaje que no lucha, no ansía más de lo que tiene, pero en el que el deseo insatisfecho de su mujer le va mermando por dentro. Por otro lado no deja de ser el guardián o can Cerbero de este particular infierno de Yerma, al mantenerla, preocupado por su honorabilidad, entre las cuatro paredes opresivas de esa piscina seca que es su hogar, llena de demonios interiores que la carcomen por dentro. Por eso, el momento de liberación de la protagonista, una liberación loca a través del asesinato del hombre que la mantiene atada y estéril, exige la rotura de las paredes de esa piscina y la salida al exterior ignoto de la libertad (también libertad interior, respecto de sus propias autoimposiciones y deseos). Esta salida se representa al final de la obra con un paso de la protagonista hacia el fondo del escenario, dándonos la espalda, un paso con el que logra atravesar el plástico que sirve de pared de la piscina. Con este último gesto se logra expresar, en una sola imagen de gran impacto visual, la liberación “loca” de este personaje maldito, pero también su definitiva condenación.

Así pues, una adaptación con sus luces y sus sombras, pero cuyo visionado no os dejará en todo caso indiferentes, muy del gusto de aquellos que le pidan al teatro más que el hecho de contar una historia fácil y que entretenga, sino que le exijan que ahonde y les haga vibrar, sorprenderse y comprender a esos personajes extremos en sus pulsiones pero francamente humanos, demasiado humanos para no sentirnos identificados en lo que tienen de común humanidad.

 

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