Vaya por delante mi admiración por este señor. Daniel Anglès, uno de los pocos privilegiados cuya carrera dentro del complicado sector del teatro musical ha tenido una repercusión internacional. Pero no precisamente como intérprete, sino más bien como director de cásting o director residente en distintos montajes que la empresa Stage ha levantado por toda Europa y más allá. Además ha dirigido distintos espectáculos musicales de mayor o menor tamaño, como Hair o Bare. Per sobre de totes les coses. Y antes, mucho antes creó su propia compañía, El Musical + Petit. El talento que tiene no es innato, sino muy trabajado, con mucho tesón y cabezonería. Dice que está encima de todo. Da la sensación de que sea controlador, pero él dice que es responsabilidad suya hacer que todos vayan en la misma dirección cuando dirige un proyecto y que para hacerlo debe comunicarse con todos. Por eso, dice, «soy muy de pactar y negociar hasta la extenuación». Esta forma de ser la ha ido moldeando desde joven. Indagamos pues un poco sobre el cómo y el porqué de esta figura del teatro musical de nuestra casa.
Masteatro- ¿Cuál fue la llamada, la primera vez que sentiste atracción por el mundo del teatro?
Daniel Anglès- Me cuentan que desde pequeño cuando me llevaban a ver cualquier espectáculo, pasacalles, títeres… me pasaba toda la semana con ello. Recuerdo que ya con tres años sentaba a mi familia y les hacía espectáculos de guiñol. Es por eso que creo que siempre he tenido esta cosa de contar historias. También vi Els Pastorets en Calaf, el pueblo de mis padres y me quedé prendado. Y en la guardería una vez hasta dirigí a mis compañeros para hacer una versión de Els Pastorets.
M- ¿Y la llamada de los musicales?
DA- Yo creo que fue aproximadamente a los diez o doce años que empecé como a darle forma y a entender exactamente qué era lo que realmente quería hacer. Y la primera vez que me pasó con un musical fue viendo Mar i cel, el año 88. Yo tenía doce años, aún no había cumplido los trece, y fue un choque muy fuerte. Recuerdo que la función se terminó y yo no me quería ir del teatro. Y mi padre, “Pero qué te pasa?” Y yo le dije, “Yo quiero hacer eso”. “¿Quieres hacer qué? ¿Es que no sé de qué me estás hablando ahora? Y yo le dije “Es que no lo sé, pero yo me quiero sentir toda la vida como me acabo de sentir ahora”. Y recuerdo la sensación, el impacto que tuve viendo el espectáculo. Y entonces pienso que desde entonces todo lo que he hecho ha sido como una búsqueda para mantener viva exactamente esa misma sensación, de sorpresa, de impacto de estímulos musicales, visuales, emocionales por todos lados.
M- Pero tú eres eminentemente un director, una persona que le gusta estar por detrás de todo, ¿no?
DA- Yo había empezado a dirigir como por necesidad. Que mi vocación era de intérprete y como yo quería hacer de intérprete y no tenía nadie que me dirigiera, había ido como cogiendo ese rol de tener una visión. Siempre quiero tener una visión del espectáculo desde todos los lugares y me interesa igual el trabajo de diseñador gráfico, sentarse con él, saber cómo lo hace todo… Me gusta entender todas las partes del proceso y que todas cuadren. Empecé a dirigir porque éramos cuatro que queríamos hacer algo y yo tenía como una idea. Pero no había una vocación o yo no la conocía así. Y pienso que eso me ha pasado con todo desde pequeño. Pero claro, solo no puedes hacer teatro. El teatro es algo de equipo. Por eso desde parvulitos ya cogía a mis compañeros y los dividía en demonios y ángeles para hacer la representación de Els Pastorets. Y ya desde entonces intentaba transmitir la pasión del director, aunque no supiera lo que era. Y creo que esto es lo que sigo haciendo ahora.
M- Luego llegó la época del instituto. Y siguió creciendo el interés por el teatro.
DA- Cuando llegué al instituto, en BUP había un par de profesoras que nos llevaban mucho a ver teatro. Me iban llegando como inputs. El Teatre Lliure lo descubrí en la época del instituto, por ejemplo. Hubo una profesora que nos llevó a ver un par de obras. Allí también creé dos compañías, una con la Pili Capellades, la primera compañía que formamos. Llegamos a hacer alguna cosa con Julio Manrique y Joan Carreras que, aunque no íbamos juntos en el instituto, los dirigí en aquella época, antes de que entraran en el Institut del Teatre, en alguna obra de texto. Mientras a mis padres, que durante años me habían llevado al teatro, no creían que eso lo veía como un posible trabajo, una manera de ganarse la vida, por eso los mantuve engañados durante un tiempo diciéndoles que iba a estudiar periodismo. Pero al final les dije que haría la Selectividad pero que luego no haría periodismo sino que me apuntaría a Teatro Musical. Ya llevaba unos años yendo a clases de canto para aprender.
M- ¿Qué significa cantar para ti?
DA- Yo creo que cuando empiezas a utilizar la música para contar historias es muy difícil prescindir de ella. O sea, cuando empiezas a disfrutar de los placer de utilizar la música en lo que estás contando, eso es como plantearse hacer una película sin banda sonora. Cuando has vivido que las historias se pueden contar con el impacto de tener una orquesta… esto tiene una dimensión emocional mucho más heavy. Y no digo que el teatro de texto no me guste, como público me gusta muchísimo, pero a mí como herramientas a la hora de trabajar y, como intérprete o como director, la utilización de la música para mí es un recurso del que me cuesta prescindir.
M- Luego llegó El Musical més Petit, un par de años después de entrar en la Coco Comín. ¿Qué supuso para ti esta compañía?
DA- Supuso todo, porque fue estar solos ante el peligro. Nosotros habíamos hecho dos espectáculos dirigidos por Coco Comín. Hicimos Pinocho y después Locos por Broadway y allí coincidimos por primera vez Manu Guix, Susanna Domènech, Pili y yo, y entonces hubo como una relación de amistad que se fortaleció mucho. Empezamos a hablar de cómo veíamos las cosas y hablábamos de musicales de gran formato. Yo siempre tenía como la misma historia, tenía el convencimiento de que los grandes musicales nunca se verían en Barcelona. Por suerte estaba equivocado porque después con los años hemos visto Los Miserables, y otros muchos más. Pero en aquella época era impensable, imposible. Además mi manera de pensar era de que debíamos sacar las cosas que acompañan el género, dejar sólo la esencia. Y entonces surgió el primer espectáculo, nosotros cuatro juntos, y fue eso, el estar solo con una silla, un baúl, una escalera, en el Versus Teatre. Imagínate, debería haber sido muy cómico, teníamos dieciocho, diecinueve años.
M- ¿Te sientes pionero?
DA- En el momento nunca lo vivimos así, la sensación «de vamos a inventar, vamos a hacer, vamos a cambiar…» Nosotros hicimos lo que a nosotros nos gustaba hacer y lo que creíamos que se podía hacer. Pero pasados los años sí que miras atrás y dices «pues hicimos lo que no había hecho nadie antes y que aún ahora se sigue haciendo» y una vez cada dos años vas al Versus y dices mira están haciendo como el “Tu i jo i una mica de ….” pero con canciones diferentes. Que se va repitiendo y repitiendo y repitiendo.
M- Luego, en el 2003, vino la creación de Aules, una las escuelas referentes de teatro musical.
DA- Yo ya había empezado a impartir clases pero en un estudio particular que compartía con Susana Domènech. Aquello fue el embrión, el núcleo a partir del cual terminamos creando la escuela. Los alumnos venían y nos decían que todo aquello de que hablábamos, del teatro y de la aproximación a la danza, que dónde lo podían hacer. Por eso teníamos que intentar aportar más allá de lo que hacíamos, y que con las clases particulares había muchas cosas que no llegábamos. Y esto de la escuela de alguna manera era como el sueño que algún día estaría bien poder cumplir. Como la escuela que yo no pude tener cuando yo me quise dedicar a esto. Pero era algo por lo que no teníamos ninguna prisa, pero que en algún momento queríamos que pasara. Y finalmente en 2003 coincidieron un cúmulo de circunstancias, conocimos unos inversores que estaban interesados en abrir el negocio de una escuela, nos asociamos con ellos y así fue como arrancó Aules.
M- ¿Cuál era la misión de Aules, el propósito inicial?
DA- Quería que fuera un espacio en el que formar gente para hacer teatro musical y en el que se trataran las tres disciplinas con la misma importancia. Mi sensación siempre había sido que una disciplina ganaba las demás. Yo creía que un intérprete de musicales debía formarse como actor, y como cantante, y como bailarín. Y la suma de las tres cosas llegaba a un lugar determinado y este era como el punto de partida. Y entonces al determinar el concepto de la escuela, pensamos en que la escuela cogiera niños desde pequeños, que hubiera escuela de música. Por eso somos la única escuela de artes escénicas que tiene una escuela de música integrada con todos los instrumentos y todo. Realmente tocamos todas las disciplinas desde pequeño hasta ser más mayor. Damos herramientas a los niños a medida que van creciendo para que luego decidan si quieren tirar hacia la profesionalización o seguir desarrollando disciplinas artísticas por el placer propio o para ser espectadores.
M- Tus conocimientos del género son seguramente súper amplios. ¿Debes tener algún compositor favorito, no? ¿Y de musicales, cual es el que más te gusta?
DA- El título así fetiche para mí es Sunset Boulevard de Andrew Lloy Webber porque es uno de los grandes. Nunca lo he hecho, he hecho quizás canciones sueltas y está en la lista del iPhone, de musicales a hacer algún día, pero es de los imposibles, prácticamente. En cuanto a compositores para mi Jonathan Larson lo considero una persona tocada por los dioses y que hizo Rent, una obra que me parece más brillante cada vez que profundizo y entro en ella. Pero luego está Webber, quien me parece un hombre alucinante por la cantidad de cosas diferentes que ha hecho en su carrera y que son bestiales. Evidentemente Sondheim es como la receta perfecta. Sondheim es el que ha marcado las normas, el que ha descubierto los límites del género, el que ha definido y ha dicho «el musical es eso». Pero es que a mí me gusta mucho la melodía, a mí me gusta mucho que los musicales tengan canciones, y me gusta mucho la estructura de canción. Jason Robert Brown me gusta mucho y es de los compositores que me parece más interesantes de la actualidad. Tiene toda la parte de construcción compleja que tiene Sondheim y al mismo tiempo el gusto por la melodía que tiene Adrew Lloyd Webber. Es como una fusión de estos dos paradigmas que durante años han sido como opuestos, pero que entre ellos se admiran. Y ninguno de ellos sabe hacer lo que hace el otro. Y en Jason Robert Brown los encontramos.