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Los Hijos de Kennedy

Crónica blanca de ‘Los hijos de Kennedy’

No se desea pensar que Robert Patrick (autor original de la obra ‘Kennedy’s children) haya sido capaz de ser un déspota ilustrado (por lo que tiene en su haber de material dramático y literario), que ridiculiza todo el intelecto y lo que de positivo tuvo la década de los 60 para Estados Unidos de América (sin contar con la repercusión ideológica, musical y de cambio en el resto del mundo hasta nuestros días). Lo que seguro no está en tela de juicio, es que José María Puo ha elegido esta obra , ha hecho la traducción y versión, y que como director de escena tiene la obligación de hacer teatro y teatralidad. Pero Pou hace una caricatura ofensiva de todos los grandes momentos acontecidos en aquella sociedad de los 60. Caricatura sustentada por unos actores a los que ha dirigido para que se rían de los hippies (a los que trata de drogatas y folloneros), de los soldados americanos del Vietman (frivolizándolos como meros esquizoides con tendencias suicidas), de los pro JFK (tildándolos como personas superfluas e insulsas), y de Marilyn Monroe (juzgándola como a la prostituta estúpida que tuvo la inteligencia suficiente para alcanzar el éxito tocando las teclas adecuadas).

El teatro es un medio de comunicación, donde se puede debatir, donde se cuentan historias -que merecen ser escuchadas en vivo y en directo- y donde se hace reflexionar. Los teatreros tienen como deber conectar con su público y por este motivo ha sido muy triste respirar la decepción general de una sala casi llena, donde el espectador estaba deseando levantarse, pero no para ovacionar sino para marcharse. Todo tras comprobar que han invertido su porción de dinero para cultura en una bazofia.

Una obra con tres de las mejores actrices del cine español no se sustenta por si misma. Una obra que se mofa de los años 60, de sus mitos y de sus líderes políticos y musicales y no aporta otra óptica no sirve para nada. Una dramaturgia que plantea la temática errónea es un teatro muerto.

Cinco personajes que hablan en monólogo en un Café (porque así lo planteó Patrick en su origen) y que Pou hace que se toquen, que se miren entre ellos, que se abracen sin ningún sentido dramatúrgico, lo único que logra es despistar al espectador – que cree que va a suceder algo realmente interesante que nunca sucede-.

Cabe destacar, dentro de todo este espectáculo insulso, la maravillosa interpretación de Fernando Cayo- el único personaje cargado de teatralidad y sentido de ‘ser’-. Encarna a un actor que pone sobre las brasas toda su problemática como actor gay en el teatro underground del Off-Off-Broadway y con su frivolidad y auto-crítica llega a emocionar. Quizá esto sea lo único puro de la pieza de Robert Patrick (que Pou no haya podido pulir hasta destruirlo), por la intensidad de su sentido autobiográfico y lo vivido en el ‘Caffe Cino’ de New York.

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