UNAMUNO: VENCERÉIS PERO NO CONVENCERÉIS
Dirección: Carl Fillion y José Luis Gómez
Coproducción Teatro de la Abadía, Universidad de Salamanca Y Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes.
Teatro de la Abadía. 13 de Febrero de 2018, Madrid. (Ensayo general)
LECCIÓN LÍRICA DE ESPAÑA por Carlos Herrera Carmona
Arrabal hablaba de madrastra historia... Y Unamuno, antes, nos prevenía… Blas de Otero pedía la voz y la palabra... Y Unamuno, mucho antes, nos advertía… Los autores siempre han clamado al cielo y persisten aún en su tenaz tarea de, si no tumbar, tambalear a los poderes, e incluso a Dios si hiciera falta. Los pensadores alertan y nosotros, corderos, desoímos. Cierto es que hay flaquezas y vaivenes en sus recorridos, como los de Don Miguel; luces que se enturbian con sus propias sombras, alargadas, hiperbólicas y hasta barrocas. Los miedos acercan a los reclinatorios mientras que los dictadores arrojan a las cloacas, y del estercolero a un altar y viceversa, la distancia es muy corta. Sin embargo, y a pesar de todo ello, el pensador siempre aspira a la paz; su naturaleza está compuesta de comprensión y de armonía, por eso es pensador, como Unamuno reitera, empuñando la palabra, y con ella, el idioma, con la defensa de éste como patria inmaterial y eterna.
Cuando releemos, o lo que es más certero, cuando desde la escena, el escaparate más directo que el hombre tiene al alcance de su mano para que los dardos, las palabras (Lázaro… ) atinen, para que los presagios, las lecciones, los vaticinios de dramaturgos, filósofos, poetas retraten el horror, la deshumanización (Ortega… ) y nosotros logremos arquear la ceja, torcer el labio, esbozar la mueca, enmudecer, mirar de reojo a quien tenemos al lado y farfullar, como si nos hubiesen pillado in fraganti en ése reconocimiento preciso y absoluto de la Verdad entregada, sólo seamos capaces de soltar un «oye, pues no que tenían razón…». Lo triste es que nos quedamos enquistados en ese comentario breve, angosto, resolutivo, y nos perpetuamos en un bosque desde donde no se atisba ni la salida de sol ni su ocaso, es decir, ni presente, ni pasado y, mucho menos, futuro.
Conocí a Unamuno en COU, cuando los docentes nos indicaban vías inquietantes para pensar – no ahora que se inquietan si hacemos pensar a nuestro alumnado- y recuerdo que su San Manuel nos dio que pensar. Yo al menos me volví inquieto hacia el nombre y en nombre de Dios. Y fue cuando aquello de estar en continúa guerra conmigo mismo iba a ser mi forma única de vivir, de ahí estar en el Teatro. Este martes pasado, en el ensayo general, volví a ser estudiante preuniversitario; volví a recibir una lección sobre el autor. Sobre el escenario, Gómez había dado un mordisco feroz a la historia de España y nos había expuesto ese trozo de carne herida frente al auditorio. En su monólogo compartido entre él y el espectro de Unamuno contra, sobre y a través del espejo -o del Tiempo- con tintes didácticos y al mismo tiempo de angustia, de revolución, de zarandeo a la memoria e himno a la palabra como única sustancia que logra siempre sobrevivir y reverberar en nosotros, me volvió a enseñar o a inquietar, que para mi lo mismo viene ser, pues salí removido y emocionado de la Abadía, que lo mismo viene a ser. La función terminó y su función se cumplió: se habló alto y claro, desde la sabiduría y no como hoy en día, desde el despecho que sólo conduce a la fragmentación, tanto del territorio como del espíritu.
Sobre el muro del escenario que Gómez usa como pizarra, éste expone y nos expone una vez más a rebuscar en el recuerdo, a que tomemos apuntes para estudiar y no olvidar, a someternos a examen a fin de lograr lo que el docente-actor se propone: aprender y aprehender. El escenario giratorio con su panel de espejo en el centro, tiovivo que en algunos momentos nos perdemos entre el Uno y el Otro me resulta fascinante. Las imágenes sin rostro proyectadas en el muro-pizarra otorgan dinamismo al texto y la iluminación de alcoba, cae exacta, íntima y cansada. Atmósfera, en definitiva, de ensoñación, duermevela y lirismo.
La historia sigue siendo madrastra y sus errores desafortudamente, vencen, pero, por fortuna, nunca convencerán.