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Crítica de "Tom en la granja" de Michel Marc Bouchard - Masteatro

Crítica de «Tom en la granja» de Michel Marc Bouchard

TOM EN LA GRANJA de Michel Marc Bouchard

Traducción: Line Connilliere / Gonzalo de Santiago.

Dirección: Enio Mejía.

 Reparto: Yolanda Ulloa, Alejandro Casaseca, Gonzalo de Santiago y Alexandra Fierro.

Escenografía: Alessio Meloni.

Iluminación: Jesús Almendro.

Asistente dirección: Javier Moresco.

Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa. 10 de diciembre de 2018, Madrid.

LA MENTIRA Y SUS RAÍCES de Carlos Herrera Carmona

   Absténganse morbosos y buscadores de imágenes censurables: si piensan que van a asistir a una apología puesta en pie sobre la homosexualidad/sadismo, sobre armarios con cerrojos indestructibles, es decir, el imaginario típico y tópico de hombres que aman a hombres en ambientes rurales, se equivocan. La obra y su puesta en escena hablan de algo más trascendental, emotivo y desgarrador como es la mentira y sus raíces infinitas.

   Gonzalo de Santiago no sólo interpreta a Tom (ora transido, ora paralizado y en un revés acertado, dominador de la escena clave) sino que además ha sido el traductor de la obra junto con Line Connilliere. Gonzalo siente, según sus palabras, un respeto absoluto por el autor, muestra su reverencia por los que escriben; afirma con ahínco que, sin los autores o guionistas, no existirían los actores, que son los autores quienes lo generan todo. Afirma igualmente que le molesta cuando se cambian los textos dado que el teatro es la ingeniería de la palabra. Su proceso, cuenta, es encerrarse sólo a traducir. Habla de su personaje como quien encarna la resistencia, la aceptación en aras de la memoria de su novio; trabaja a Tom con el corazón en un puño, como un torbellino para no caer en lo que sí puede llevarle su propio personaje: en el cinismo. Su pareja escénica es Alejandro Casaseca que sostiene que su personaje muestra tanto miedo como el que padece, que roza la atracción por el novio de su hermano fallecido y termina cayendo en sus brazos, algo que no se muestra porque el autor insinúa más que muestra. Si Tom no debe caer en el cinismo como antes he señalado, Alejandro aboga por que el suyo no caiga en el prejuicio.

     No es sexo sino muerte lo que en esta casa impera omnipresente. La madre (bellísima interpretación de Yolanda Ulloa, de cátedra, chapeau) menciona sin parar a su hijo quien, como personaje incorpóreo, dinamita las acciones e incluso, me atrevería a decir, que las condiciona. El difunto es el actante que maneja desde el más allá los hilos de la venganza, de la expiación y ayuda a destapar la brutalidad donde nació y, que gracias a la huida, pudo sobrevivir. No así su madre y su hermano quienes no terminan de «enterrar» memoria, pasado y mentiras. Las suyas, las de todos. O las nuestras.

     Personalmente, y huyendo como digo de toda presunción o aseveración a la hora de catalogar a esta obra como estandarte LGTB, advierto la riqueza en los campos semánticos del texto que apuntan a un mundo sórdido, animal, sanguinolento, lleno de crudeza, totalmente contrapuesto a lo que puede ser un locus amoenus donde la pasión de vuelve idílica frente al desenfreno vivido en las grandes urbes es altamente engañoso, y por ello, atractivo y convierte a Tom en la granja en un manual de cómo no mentir y, sobre todo, de las raíces truculentas y asesinas que socavan sin piedad el hecho de ocultar, de no contar, todo en su conjunto trasladado a una elocuencia traducida en golpes, insultos, tortura física y tumbas. Me convence asimismo tanto la escenografía como el uso que de ella se hace apoyada y realzada por una iluminación tanto íntima como agónica.

       Tom en la granja es un himno a la mentira: enalteciéndola, el efecto catártico que se produce en el respetable es la inducción a la verdad, para no caer en el paroxismo o el propio asesinato.

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