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Crítica de RICARDO III de William Shakespeare. - Masteatro

Crítica de RICARDO III de William Shakespeare.

RICARDO III de William Shakespeare.

Dirección: Eduardo Vasco.

Versión: Yolanda Pallín.

Compañía: Noviembre Teatro.

XXXII FESTIVAL DE TEATRO Y DANZA «CASTILLO DE NIEBLA» (HUELVA)

Reparto: Arturo Querejeta, Charo Amador, Fernando Sendino, Isabel Rodes, Rafael Ortiz y Cristina Adúa entre otros.

Vestuario: Lorenzo Caprile.

Música: Janácek / Vasco.

Fotografía arriba: María Clauss.

EL REY QUE PERDIÓ EN UN CASTILLO por Carlos Herrera Carmona.

     El Síndrome de Procusto se puede resumir de la siguiente manera: Quitarse de en medio a quien sobresale; terror a ser superado y para ello suprimir sin piedad iniciativas ajenas por considerarlas mejores que las de uno mismo. Procusto era un posadero griego que ataba a sus clientes a los pies de una cama que él mismo les asignaba para dormir. Si sus huéspedes sobrasalían, Procusto les cortaba las extremidades para que cupiesen correctamente, y si no llegaban, él se las estiraba atrozmente hasta que lo lograban. Nadie se adaptaba a sus catres, puesto que Procusto otorgaba siempre el que a él le parecía a fin de torturar, sí o sí, al «diferente». Y nuestro Ricardo le besaba el manto gustoso. Este rey, amorfo y tumoral, gusta de aniquilar a todo aquél o aquélla que no se adapta como un guante a su particular concepto de ambición. Y al igual que el heleno en su colina de Ática, el reyezuelo probará en su piel su tremendo método de tortura suplicando un simple caballo a cambio de su reino putrefacto y desordenado, idéntico a su alma e idéntico a su pensamiento.

       Que el universo creado por el bardo inglés es tan fascinante como verdadero, que reyes y cortesanos conspiren con alevosía y sin freno, que el escenario se llene de ardides y agujeros sin fin, que el monarca asesino justifique con lisonjas y requiebros el por qué sólo él debe llevar la corona, que todo esto cobre vida en un castillo como el de Niebla en su festival veraniego, es reclamo suficiente y suculento para sentarse en su patio flanqueado por torres y almenas y «contemplar» los pensamientos de un Maquiavelo británico con mal sino y muy mal coronado: Ricardo III.

    El subtítulo de esta sucesión de aberraciones y crímenes bien podía ser «Perversidad» al cual se le pueden añadir apellidos tales como «Seducción», «Hipocresía» o,  simple y llanamente, «Maldad». Para dicho retrato, Vasco emula en su dirección de actores a un Caravaggio en gesto (muecas, miradas fieras y barrocas) y también en iluminarlos (sombras, grises, pardos, velas, granates, candilejas, faroles) y opta por un escenario negro y casi desnudo. Tan sólo varios baúles que se van descubriendo paulatinamente, tal vez para sugerir esa mudanza en los sentimientos, ése no saber dónde reposar la mente para que descanse de tanto daño que hace y saciar el ansia de poder: baúles-trincheras, baúles-fronteras, baúles-féretros; baúles de color que logran representar incluso los cadáveres de los sobrinos del nuevo rey.

   Huele a muerte anunciada desde el principio. Nosotros contamos con la información de lo que va a pasar. El reparto, también. Los personajes, no. Y ésa es la acción, el ímpetu que se ha de conseguir  al trasladar la pieza a escena y que se vio altamente lograda. De ahí que el montaje de Noviembre Teatro para su quinto Shakespeare, se podría calificar de una suerte de  «Requiem burlón» puesto que la atmósfera es, además de cruenta,  los apartes y réplicas de Ricardo -lanzados por un Querejeta acertadísimo y con arrojo- despiertan entre el público rumores, risas breves y comentarios de sorpresa en susurro al ser tanta la barbarie que Ricardo desparrama en su verborrea singular. Al público no le queda más remedio que reaccionar. Esto es así dado que el mensaje del autor sigue estando de rabiosa actualidad, y, que con la interpretación coral del reparto de Vasco, con su motete recurrente cantado casi a capella de que el mundo tiene la cabeza en los pies; con un reparto/coro que se sitúa a modo de escaparate, casi desafiante, frente al público para que quede constancia de que el hombre retuerce su propio destino, que el político, erróneo y desconsiderado, se deja embaucar cuando se le ofrece más poder. Nótese, por ejemplo, cuando Ricardo le ofrece la corona a Isabel (Isabel Rodes) y ésta, sin dejar de abrazar a sus hijos asesinados, la atrapa con los dientes como un animal hambriento. Esto es ansia de poder. ¿O no queda claro tanto por Vasco como por el autor? Ricardo se jacta de que el fin justifica los medios. Y los que le rodean, sorprendentemente, también.

     Me sorprende la rapidez en la metamorfosis del reparto a la hora de mudarse en otros personajes. La limpieza en el cambio de vestuario y cómo logran convencer cualquiera que sea el rol que les toque interpretar (José Vicente Ramos, por citar). No hay afectación,  pues este riesgo queda convertido en una suave ironía que nos concede una sonrisa muy conveniente. El proscenio está reservado, como he comentado antes, al reto del elenco, es decir, a modo de galería, los personajes nos acercan sus diálogos más perturbardores, nos inquietan éstos al entablar conversaciones endiabladas sin mirarse. Las candilejas sirven para realzar el tenebrismo en sus rostros, pareja a una ambientación abundante en acertados clarooscuros que, poco o nada, nos deja vislumbrar de los rostros de los personajes.

     Ricardo III, o nuestro jefe, o nuestro compañero de trabajo, o nuestra pareja… en cualquiera de ellos  podemos descubrir lo que el autor inglés, como clásico universal nos ha traído a nuestros días, siempre intacto y siempre con un matiz novísimo: la capacidad del perverso por generar tensión, por corromper el orden y ganar la partida a costa de la mentira, el engaño y el abuso de poder. El perverso deforma, oculta y es capar de descoyuntar y de cortar lo que le sobra con tal de salirse con la suya. Como la luciérnaga cuando fue devorada por la serpiente sólamente porque brillaba. Procusto dio nombre al síndrome, Maquiavelo escribió un tratado, Ricardo/Shakespeare lo hizo verso y Eduardo Vasco y su compañía lo hizo carne el pasado sábado en el Castillo de Niebla.

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