RENACIMIENTO de La Tristura
Teatros del Canal. 11 de julio de 2020, Madrid.
Reparto: Roberto Baldinelli, Alván Prado, Mundo Prieto, Emilio Rivas y Marcos Úbeda.
Invitados/as: Andrés Bernal, Ana Botia, Alicia Calôt, Edgar Calot, Eduardo Castro, Emma de la O, Pablo Díaz, Manuel Egozkue, Teresa Garzón, Daniella Hernández, Gonzalo Herrero, Ainhoa Linaza, Marta Mármol, BelénMartíLluch, Chiara Mordeglia, Iván Mozetich, Carmela Muñoz, Siro Ouro, Elisabet Romagosa y Sara Toledo
¿DÓNDE MI REINO? por Carlos Herrera Carmona
Con un arranque quasi apocalíptico de metáfora eterna, asequible y accesible, la actualísima puesta en escena de La Tristura -cuyo lanzamiento quedó en cuarentena y ahora, como casi todo, nace o renace- nos inicia en un recorrido rezumante de crítica, filtrado tal vez con un halo de saudade a través del Tiempo y sus cambios y el paso de éste como la mejor cura, el mejor antídoto.
Cierto es que el despegue, la propulsión, la bofetada del mensaje ocurre en los últimos treinta minutos, dado que, en los sesenta minutos anteriores, el espectador ha de ir recomponiendo las múltiples teselas que conforman un mosaico de protesta, cotidianeidad, elegías y cantos proféticos. Nos mantiene muy pendientes a ello mediante el recurso de la pantalla donde son proyectados eslóganes/versos/twits poéticos de una filosofía cándida, aunque no por ello vana o fugaz; incluso se nos regala ribetes de humor por aquello de que la sonrisa siempre alivia la carga vírica de un discurso potencialmente atronador.
El momento «debate-círculo» otorga al espectador el rol de voyeur, quizás en demasía, ya que dicho distanciamiento y la fórmula coloquial provoca en uno la premura de querer que finalice, como si de un dejà vu se tratase. El lenguaje, las formas y el espíritu tomado como préstamo efectista de la televisión impacta con la poética en escena lograda con las voces en off ocultas tras las pruebas/juegos de luces, de sombras, de humo, en el vacío sideral de la caja escénica, por citar. Me distrae, se me escapa igualmente, los diálogos esporádicos entre los técnicos que, al no sugerirme confidencias reveladoras, se me antojan como impresiones pasajeras. De nuevo la sonrisa, eso sí, relaja.
Por otra parte, destacar el acierto de la misiva de Kate Tempest a todo volumen y acompañada de un impactante e inesperado ritual de danza, grito y garra, como si de las bacantes se tratara, que sella la puesta en escena de este renacer que el ser de hoy en día clama. Espero y deseo que, tras ese vuelo hacia lo más profundo de la psique y al mismo tiempo desde las cenizas, seamos capaces de una transformación adecuada y constante y no convertirnos en -según la rapera cuyos versos tambealean y obligan a que el pensamiento tome el giro adecuado- cuerpos pétreos; que seamos capaces de sentir lo que está/nos está modificando, de lo contrario, nos desgañitaremos pidiendo un triste caballo a cambio de nuestro más preciado tesoro: nuestro reino, esto es, nuestra vida. Así empieza o comienza Renacimiento, con un final o con un principio, o viceversa. Quién sabe. Miremos a los rostros de la gente. Tomemos carta en el asunto. Algo está pasando y no precisamente en el reino de los cielos.
NOTA: Me llamó la atención que no se guardara la distancia entre el numeroso grupo que componía el reparto. Imagino uqe habrá una explicación convincente. Destacar igualmente el rigor, la amabilidad y la profesionalidad del personal del teatro para garantizar la seguridad entre los asistentes en estos tiempos distópicos.