«Marits i mullers». Maridos y mujeres. Amores que van y amores que vienen. Parejas que se crean y relaciones que se destruyen. Y, en medio, ese nervio constante por perseguir una felicidad que parece que nunca llega, por más cambios de vida que hagamos. La insaciabilidad y el descontento eterno son temas recurrentes en la obra de Woody Allen, siempre con un humor sutil y sarcástico lleno de simbolismo. Con Marits i mullers añade además un contenido autobiográfico, pues tanto en la película como en la vida real, Allen terminó dejando a su mujer por otra más joven. Y como él, muchos otros.
El tiempo y la rutina interfieren en muchos casos en la pasión y la excitación del principio de una relación, sustituyéndola por aburrimiento y ansia de cambio. En el montaje del director Àlex Rigola, cuyo estilo propio queda lejos de las puestas en escena convencionales, la proximidad es un elemento realzado en muchos aspectos, empezando por la poca distancia física y emocional a la que se encuentran los actores del público. La cuarta pared queda constantemente rota, pues es al respetable a quien los personajes se dirigen tratando de darle explicaciones para autojustificarse.
Así pues, la propuesta se basa en un montaje cercano y minimalista. No hay pantallas, decorados ni grandes iluminaciones, simplemente unos sofás dispuestos en forma de rectángulo en los que se sientan personajes y algunos afortunados espectadores. En medio, una mesa y cuatro detalles de atrezzo que nos llevan a escenarios muy diversos sin apenas elementos. La relación personajes-público llega su máximo exponente con la interpelación directa hacia los espectadores sentados en las butacas, que ven pasar las acciones a escasos centímetros de distancia.
Las actuaciones, con un protagonismo bastante coral pese a recaer teóricamente en el personaje interpretado por Andreu Benito, están bien acompasadas y compenetradas. Destacan favorablemente las femeninas, con unas Mònica Glaenzel y Sandra Monclús que dotan a sus personajes de una madurez no siempre vistas en sus respectivas carreras. También Mar Ulldemolins la clava con dos personajes totalmente opuestos en los que recae gran parte de la vis cómica: de aparentemente inocente joven universitaria a choni guapa, inculta y desenfadada.
En conjunto, una obra que conserva la idiosincrasia agridulce de Allen y la mezcla con la voluntad de trascender de Rigola. Para sonreír, entretenerse y verse involucrado en esas dudas humanamente existenciales que, más allá de las concreciones de los personajes, nos arrastran a todos.
Marits i mullers de Woody Allen.
Dirigida por Àlex Rigola.
Interpretada por Andreu Benet, Mònica Glaenzel, Joan Carreras, Sandra Monclús, Lluís X. Villanueva y Mar Ulldemolins.
Hasta el 10 de enero en La Villarroel.