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Crítica de "La manada" de Daniel Dimeco. - Masteatro

Crítica de «La manada» de Daniel Dimeco.

 

La Puerta Estrecha. 27 de enero de 2018. Madrid.

Dirección y autoría: Daniel Dimeco.

Reparto: Raquel Domenech, Roksana Nievadis y Rodolfo Sacristán.

Producción: Karoo Teatro.

LA FAMILIA COMO IMÁN

por Carlos Herrera Carmona

      A propósito de lo que nos cuenta Blanca Portillo sobre su nuevo montaje El ángel exterminador -que este jueves cubriré por cierto en el Español- «Todos somos iguales. Igual de cobardes, de soberbios y de enfermos.» (El País, 11/I/18), me ayuda a describir la atmósfera creada por Daniel Dimeco en su obra La manada. Tres hermanos con agujeros insondables al comienzo de la representación donde una aparente calma da paso a confesiones ilícitas, pecaminosas a través de parlamentos donde la semántica de sexo, sangre y animales descuartizados nos sitúan en un infierno particular donde no hay expiación, donde no hay escapatoria y sí condena.

    Una cocina, donde se prepara un almuerzo cotidiano sin más pretensiones, adquiere el valor de confesionario, cadalso, patíbulo y, por qué no, purgatorio. Tres almas en pena que luchan por sobrevivir a pesar de las anclas del pasado y del mismo presente. Los juegos infantiles se tornan pruebas de fuego, carnal y sin límites sanos e insalvables. Desde fuera, la amenaza constante de animales y de seres conocidos y desconocidos que los mantienen en alerta el tiempo que dura la preparación de un guiso real. Tres personajes cobardes que esquivan la salida que su propia voluntad les indica pero que rechazan casi de modo consciente; tres personajes soberbios por no aceptar su desquicie; tres personajes enfermos por haber hallado la satisfacción carnal y amorosa en el seno de su propia familia. Tres personajes, en definitiva, como los hermanos de mi obra Bastardos (La carnicería): crueles, inmaduros, despiadados que llevan por bandera aquello de que «la familia es un imán que merece estar enterrado para que unas manos necesitadas nunca acudan en su busca».

      Nada mejor -pensamiento que comparto gustosamente con Dimeco- que el seno familiar para exponer el vicio y la depravación del ser humano. Elsinor, el hogar Bernarda o la habitación de los condenados de Sartre, por citar.

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