El 30 de noviembre asistimos en Nave 73 a la obra Erbeste, loca por complacer, de Rakel Ezpeleta. Una suerte de comedia musical de un solo intérprete que sigue los pasos de una actriz en crisis de identidad que recorre imparable sucesivos castings de todo tipo para lograr ganarse la vida en una profesión tan dura y castigada como la interpretación. A lo largo de los diferentes sketchs asistimos a múltiples requerimientos, muchas veces absurdos, y a la desesperación creciente de este personaje que se esfuerza por gustar y complacer para ser contratada, así como a los arduos momentos de espera en el hogar, mientras observa un teléfono silencioso que no acaba de sonar nunca. Aunque el tono es claramente cómico y satírico, no faltan momentos de gran intensidad lírica, y la polifacética actriz nos dejó en más de una ocasión con la boca abierta con su destreza al cantar, al bailar o al protagonizar momentos hilarantes que nos hicieron desternillarnos de risa. Más allá del arte interpretativo que desplegó Rakel Ezpeleta durante la obra, nos quedaríamos especialmente con la temática de fondo que presenta, pues no es de poca importancia, no sólo porque muestra el modo en el que muchos profesionales son maltratados por un sistema de gran competencia y muchas veces arbitrario que les coloca en situaciones de máxima precariedad y vulnerabilidad laboral, sino porque también incide en el aspecto psicológico de la cuestión, mostrándonos la crisis de identidad que puede provocar someterse a la posibilidad de rechazos consecutivos y a la exigencia de complacer a los demás para lograr un puesto de trabajo. Si además se es mujer, la cosa se complica tremendamente en la profesión, pues el reloj biológico y la vejez juegan en nuestra contra. Así pues la actriz se ve ante la dicotomía de continuar su vida de exilio y precariedad o bien retornar a unas raíces que nunca le dejaron de llamar y someterse al dictamen social de las bienaventuranzas de ser madre. Es verdad que esta parte del guión también chirría un poco, pues como muchas propuestas críticas con nuestro modelo de vida, se plantea una visión un tanto pesimista y derrotista de la posibilidad que tenemos, como mujeres, de ser madres; tal vez sería más interesante no mitificar ninguna de las opciones de las que disponemos en nuestra vida como mujeres, pero tampoco vilipendiarlas, pues hay tantas maneras de vivir las cosas como personas en el mundo.
Otro aspecto en el que la obra es interesante se refiere a su pluralidad lingüística e identitaria, pues a través de las diferentes escenas explora el dominio de diferentes lenguas como el euskera, el catalán, el francés o el inglés, además del castellano, buscando causar un impacto en el espectador, acostumbrado como está a representaciones que no le exigen enfrentarse a la diferencia cultural y lingüística y cuestionando de este modo nuestros propios parámetros y tolerancia respecto de lo diferente.
Destacaríamos por otro lado, como uno de los momentos interpretativos más logrados, la escena del congreso, en el que la actriz se transmuta de manera continuada en tres mujeres muy diferentes y de procedencias diversas, sabiendo dibujar a cada una de ellas a través del cuerpo y la voz de una manera excelente, creando un momento paródico estupendo. También la escena de la espera de la llamada nos brinda una coreografía de baile muy hermosa entre el cuerpo de la actriz-bailarina y su mesa de escritorio; una coreografía potente que nos permite captar la impaciencia primero, y luego después la desesperación y abandono que sufre el personaje ante la eterna ausencia de esa llamada que le ofrezca un empleo. Sin embargo, la escena con la que se inicia la obra, con la utilización de unas pelucas y la recreación de un personaje excesivamente grotesco, no hace honor al resto de la obra y no nos pareció la mejor opción de presentación de lo que luego es un trabajo muy consistente.
Tras la obra la artista nos explicó que la pieza se incluye en el contexto de una investigación doctoral que lleva a cabo en la UAB en torno al modo de representación escénica de la identidad en propuestas escénicas actuales, y nos pidió posteriormente nuestra colaboración como público para rellenar unos cuestionarios anónimos sobre el modo en que habíamos percibido las marcas de identidad en su propuesta. Finalmente, nos convidó al queso y vino con el que había terminado su representación, como símbolos de la vuelta a las raíces y al terruño. Un detalle estupendo que permitió que la actriz interactuara posteriormente con el público y pudiera cotejar de primera mano el efecto de su obra en ellos. La foto que incluimos en esta crítica retrata ese momento entrañable en el que público y equipo pudimos conocernos y compartir impresiones.
Una obra divertida y amena, en definitiva, sin dejar de ser profunda y crítica, y una interpretación a la altura de las exigencias del buen teatro. Esperemos que Rakel Ezpeleta se deje caer pronto de nuevo por Madrid.
Textos, dramaturgia e interpretación: Rakel Ezpeleta
Ayudante de dramaturgia y dirección: Esther Belvis
Directoras colaboradoras en la creación: Neus Suñé, Iñaki Rikarte y Simona Quartucci
Composición musical original: Daniel Higiénico y Rakel Ezpeleta
Coreografía “La espera”: Elisenda Moya