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Crítica de "El zoo de vidre" - Masteatro
El zoo de vidre

Crítica de «El zoo de vidre»

El Teatre Akadèmia es ya casi la segunda casa de Boris Rotenstein. Después de sorprendernos el año pasado con una Gaviota (La gavina) de tres horas tan clásica como potente, ahora el director ruso cruza el charco para poner en escena El zoo de vidre, uno de los textos más conocidos de Tennessee Williams.

Del mismo modo que Arkàdina en La Gavina, Amanda Wingfield vive anclada en su pasado. La juventud y el éxito perdidos las llenan a ambas de melancolía y las obligan a huir de la realidad, creando su propio mundo de cristal sustentado en los demás. Si la primera se refugia en su amante, el prestigioso escritor Trigorin, la segunda vuelca sus esperanzas en construirle a su hija Laura el futuro que ella no ha tenido. En ambos casos se respira también la tortuosa relación con un hijo varón que cuestiona a la madre su visión del mundo y se convierte en un obstáculo para el autoengaño. Rotenstein pone sobre la mesa los paralelismos entre ambas tramas, y repite para ello con los intérpretes que encarnaron a estos dos personajes: La directora artística del Akadèmia Mercè Managuerra y el actor Jordi Robles.

Cuando entramos en la sala, vemos dos gradas colocadas perpendicularmente, de modo que la puesta en escena queda girada 45 grados. El propio director introduce la obra dejándonos claro qué es lo que veremos. “Este es mi sueño”, nos dice. Y así es como coloca su silla en el vértice de las gradas, la posición más privilegiada ya que es la única desde la que la obra se ve de frente, y se queda allí, observando. Soñando con los personajes.

Entre las interpretaciones, Managuerra se convierte en la perfecta Amanda Wingfield. Sutil y dominante, segura y frágil a la vez. Por su parte, Robles le da a su personaje un aire místico y distante, tanto por su indumentaria clásica y elegante como por su actitud misteriosa. Completan el reparto una tímida Alícia Lorente en el papel de Laura y un dulce y correcto Jorge Velasco en el papel más optimista y conectado a la realidad.

La sencilla puesta en escena cuenta simplemente con el mobiliario imprescindible y obliga a los actores a imaginar y mimetizar toda la utilería. Una cascada de tela colgada desde el techo crea el marco circular que encierra a los personajes en su casa y en su mundo. La tenue iluminación, especialmente en la segunda parte, le da a la pieza la intimidad que necesita. Al final, un mágico detalle en los saludos, en los que la suave y frágil luz de una vela persiste, insistente, en mantener viva la melancolía.

Nota el pie: No pude evitar fijarme en la presencia entre el público de dos peces gordos de la dirección teatral: Carme Portaceli y Josep Maria Pou -este último, además de aparecer en los agradecimientos, realizó un montaje de este mismo texto hace apenas un par de temporadas-. No es la primera vez que me encuentro entre el público del Akadèmia a grandes nombres del teatro. Algo tiene esta pequeña gran sala que enamora… Sin duda vale la pena descubrirlo.

El zoo de vidre de Tennessee Williams

Dirigido por Boris Rotenstein

Interpretado por Mercè Managuerra, Jordi Robles, Alícia Lorente y Jorge Velasco. 

Hasta el 30 de octubre en el Teatre Akadèmia. 

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