NO DARÉ MIEL SINO ARENA.
de Carlos Herrera Carmona.
«El público» de Federico García Lorca.
TEATRO ABADÍA/TEATRO NACIONAL DE CATALUNYA.
Dirección: Alex Rigola.
Teatro Central. Sevilla. 15-16 enero 2016.
He visto mis fantasmas. Y los tuyos. Y los del Otro. Porque Lorca ha soltado sus amarres otra vez. Lorca: el andaluz más difunto y más resucitado a un mismo tiempo. Esto no puede ser una crítica al uso -de hecho lo que escribo, termina siendo siempre otra cosa… Y en esta ocasión, más aún. El escenario sideral que despliega Rigola, donde Morfeo y Eros se alían con un sátiro para desnudarse y danzar como lúnaticos en un teatro/prisión, se desmarca de cualquier apreciación cartesiana. Tendría yo que describir lo que ocurre en escena y el cómo ocurre, cuando, como asegura el director, estoy dentro de la propia psique del poeta desde el minuto uno, un jardín que parece trazado por El Bosco: inquietante, imposible.
Rigola consigue que su reparto se vista con el traje de esos fantasmas y se manifiesten a través de un lenguaje propio; un idioma cuya interpretación resulta libérrima dado su alto calibre poético, fonético, huidizo, más allá de lo real y por debajo de lo real, tal y como refleja este testamento que nos deja el granadido: hundirnos en la trampilla que el director clava en escena hasta llegar a las raíces del drama, como topos ansiosos, en un tablero pirandelliano donde el director se defiende, busca, ama y por ende, sufre; donde se ataca al teatro de cartón piedra y se abandera el imperio de lo verdadero, aunque esté soterrado, aunque Julieta salga de su tumba embarrada y abrace a los caballos -pulsiones sexuales del universo de Federico, según Rigola. Estemos atentos a estas lecciones sobre lo que estamos haciendo con el teatro los que nos dedicamos a la escena hoy en día: Lorca advierte, como clásico universal que es: si le desobedecemos, vendrá el emperador y su troupe -vestidos de conejo, terroríficos, con sus bates de béisbol…- y cortará cabezas.
El tormento del autor campea por la escena de gravilla aliviada por un cortinaje festivo y lámparas palaciegas. No hay por qué comprender. Es un signo lingüistico fantasioso que ni Saussure manejaría. Para Lorca los poetas tienen la llave del Teatro. Amén. Todo puede tener cabida en el sueño de una noche de invierno como la de ayer.
«El público»: contra el teatro superfluo, contra el amor pasajero, contra la máscara hueca, contra el tirano que mata al Drama.
«El público»: a favor de «¿Y si quiero enamorarme de ti?» / Te enamoras también, yo te dejo»; a favor del empoderamiento del público a quien hay que darle paso y que juzgue éste antes que los poderosos; a favor de que la escena suba de temperatura, palpite fiebre y verso, arroje mensajes encriptados, estribillos que machacan la pieza a modo de motete donde la palabra reinante es AMOR. A favor del poeta que lucha por ser comprendido y que persigue terapia urgente: «… no quiero daros miel, porque no tengo, sino arena…».
He visto pues mis fantasmas. Tal vez el respetable, el público hispalense, vio los suyos anoche y no los comprendío. O sí. Por eso quedó sentado, aplaudiendo largamente, frío. Como el frío que recorría la escena y cerraba el montaje-precipicio de Lorca/Rigola.