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Crítica de "Eduardo II. Ojos de niebla" de Alfredo Cernuda. - Masteatro

Crítica de «Eduardo II. Ojos de niebla» de Alfredo Cernuda.

 

EDUARDO II. OJOS DE NIEBLA de Alfredo Cernuda

Reparto: José Luis Gil, Ana Ruiz, Ricardo Joven, Carlos Heredia y Manuel Galiana.

Autor: Alfredo Cernuda
Dirección: Jaime Azpilicueta
Música original: Julio Awad
Distribución: Pentación Espectáculos

Teatro Bellas Artes. Madrid. 7 de octubre de 2020.

LA URDIMBRE MALDITA de Carlos Herrera Carmona

    Brillante y entregada la ejecución de tan controvertido y representado monarca -Marlowe, Brecht- a través de José Luis Gil acompañado de un singular “escudero” en el reparto como es el gran Manuel Galiana, siempre un deleite verlo sobre las tablas. Ambos brindan verdad y presencia, acierto y ritmo, objetivos irrefutables de cualquier intérprete. Ardua la tarea, qué duda cabe, la de encarnar a un novísimo Eduardo II – ya con antecedentes sumamente gigantescos- trazado por el polifacético Cernuda -quien ya trató con anterioridad otro personaje fascinante como Leonor de Aquitania y, en sus palabras referidas a este rey, nos asegura su interés por el segundo amor de este monarca a quien le es imposbile amar en libertad- en un intento de recrear atmósfera y mensaje que se asientan en lo ortodoxo, y que la figura de Gil enaltece con entusiasmo y brío, El mismo autor asegura que «recrear a Eduardo II fue un regalo inmenso; lo que a simple vista se sucede como un drama histórico, rápidamente se transforma en una obra de amor, de odio, de lucha por el poder, en definitiva, en un ejemplo maravilloso y cruel de las pasiones humanas». Toda la razón. Es una propuesta basada en continuar con los parámetros antiquísimos en los que se basa cualquier tragedia que se precie a fin de que el espectador segregue la consabida catarsis purificadora al resonar en nuestros oidos algunas de sus frases relacionadas con el odio y el ansia del poder y que podemos conectarlas, sin esfuerzo alguno, con nuestra realidad más cercana, así como emparentarla con textos cuyos contenidos, y, teniendo como protagonista a un personaje histórico, sirven al autor a modo de recordatorio y referente de lo desafortunadamente vigente que este espíritu maligno supura en las altas esferas que mueve nuestros hilos: la soberbia. En esta trama, muy al estilo de los tejemanejes ideados por el propio Moliére -donde el orbe escénico gira sin parar alrededor de la figura central y personajes-buitres que pivotan para aprovecharse de él y arrebatarle en cierto modo su poder- Gil sostiene las columnas de la dramaturgia con vigor, entusiasmo y portento de un texto en su pulso y pálpito donde despuntan algunos diálogos, lo que se conoce como verbal facing, por citar, como cuando se enfrentan judaísmo y catolicismo con un rey, ora árbitro ora compinche, que trueca su chaqueta al mejor postor, algo que dota a este cuadro de diversión y chispa.

   Una puesta en escena ortodoxa; figuras colocadas con distancias que hablan por sí solas; efectos de sonido y proyecciones idóneamente diseminadas, sin embargo desconozco si el hieratismo corporal del elenco salvo el del rey o el del judío, la excesiva frontalidad a modo de tableau vivant son buscados –de serlo, enmudezco; o si la no ascensión de la trama en términos textuales es igualmente buscada para rematar con el horripilante final que tuvo Eduardo. La reina esposa de Eduardo adolece de un arco como personaje que la pueda convertir en una segunda Lady Macbeth perversa y despechada. Lástima no haber podido ver al amante del rey, a su Antinoo particular, y haberse añadido dicha carga sensual que manifiesta tan vehemente el rey. También ignoro si el no mostrar a Hugo De Lespenser es similar al tratamiento que Lorca dio a Pepe el Romano, quien, como personaje incorpóreo, se pueda potenciar el mensaje a transmitir. He echado en falta un monólogo en labios de Gil como si de un tenor herido de amor o los de la reina para que seamos testigos de su transformación de hembra celosa a verdugo. La urdimbre así tejida habría dotado al matrimonio de un motor más que lo propulsase hacia el desastre merecido.

    No puedo terminar mis impresiones sin resaltar el emotivo saludo que nos brindó el reparto al público allí asistente y a José Luis Gil haciéndose eco de la crisis cultural que estamos sufriendo y su humilde propuesta de que las entradas de teatro pudieran ser salvoconductos para poder entrar y salir de las zonas restringidas de este Madrid asediado. Y el público, ante este llamamiento, coherente y lógico, se puso en pie y aplaudió más aún.

Carlos Herrera Carmona es dramaturgo, director, crítico teatral y profesor en la Comunidad de Madrid. El otoño pasado presentó sus últimas obras «Sabina» y «La maldición de Mírtilo».

www.carlosherreracarmona.com

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