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Crítica de El despertar de la primavera - Masteatro

Crítica de El despertar de la primavera

Otro musical supuestamente de pequeño formato se ha levantado en el Teatre Gaudí. Supuestamente. Lo de pequeño lo será por el espacio porque el esfuerzo que hacen estas pequeñas compañías privadas para adaptar y levantar proyectos de Broadway es titánico. Ya lo hicieron en Per sobre de totes les coses (musical con el que guarda ciertas relaciones), o anteriormente en La festa salvatge entre otros. Ahora toca el turno de la adaptación al catalán del Spring Awakening de Duncan Sheik y Steven Sater sobre la obra homónima de Frank Wedekind.

El despertar de la primavera está adaptada por David Pintó y cuenta con la dirección del también actor Marc Vilavella. El despertar al que hace referencia es el sexual, como los adolescentes reaccionan a sus impulsos, como los chicos fantasean con los cuerpos femeninos, como las chicas sueñan con los chicos de una manera absolutamente inocente. Desde esta premisa pero Wedekind hizo un alegato contra la moral imperante a finales del siglo XIX. Es una obra contra maestros, padres, estamentos religiosos… contra todo aquello que castraba los sentimientos y las pulsiones de los jóvenes. De esta manera se hace un retrato de un grupo de jóvenes, chicos y chicas, que viven el sufrimiento de no poder canalizar como deberían todos sus sueños, buscando respuestas a sus pulsiones, el dolor de enfrentarse a una sociedad (la autoridad representada por padres y maestros) que no tiene ninguna intención de dar las correctas respuestas. Este despertar sexual también va ligado a un cierto despertar ideológico y crítico. Wedekind en su momento montó un buen escándalo. ¿Pero que queda de esta actitud contestataria en el musical que idearon en su momento Duncan Sheik y Steven Sater en 1980? Nada de nada. Simplemente siguieron la misma historia, en el mismo periodo histórico, contando las mismas dudas que se tenían cien años antes. El esfuerzo estaba en recrear una partitura y unas letras que supiera transmitir todas estas angustias que vivían los chavales. Cabe decir que la composición musical es bastante plana (sobre todo en la primera parte) y que las letras de las canciones (entendemos que la traducción de David Pintó debe seguir la misma fórmula) son a veces demasiado crípticas y poéticas (aunque se agradece que en muchas de ellas se incluyan insultos y expresiones explícitas) y dificulta el seguimiento de la narrativa.

De la propuesta que presenta Vilavella con sus 15 intérpretes en escena y sus 7 músicos tocando en directo, poco hay que reprocharle más allá de ser absolutamente fiel a la idea original de la obra y el no tener la valentía de presentar algo más adaptado a los momentos que vivimos. Es decir, si este espectáculo quiere llegar a tantos espectadores como sea posible, pero con especial incidencia en los jóvenes, en estos adolescentes que ya se moviliza para escuchar las voces de estos jóvenes talentosos, ¿por qué no darles algo que les interpele directamente? Las reflexiones que salen en boca de algunos de los personajes son demasiado pueriles, demasiadas antiguas. La generación digital de hoy en día está a horas luz de ciertos pensamientos.

Pero en cuanto a representación de la obra original de Broadway, El despertar de la primavera brilla gracias a un elenco de voces preciosas que empastan entre ellas y que emocionan en las creaciones corales y en los duetos o números de solistas. No deja pero de ser curioso que los autores priorizaron en dar más profundidad y más números musicales a los chicos y a las chicas relegarlas a pocos números solistas y dándoles más canciones corales. Por eso la sensación al ver la obra es de que el grupo de los chicos trabajan mucho más y que sus voces brillan más. Y es que la historia de El despertar de la primavera se vertebra sobre todo en dos personajes, Melchior, el chico listo, guapo, inteligente, carismático y el que más se cuestiona los mandamientos de sus maestros y la moral impuesta. Luego está su opuesto, el nervioso y atribulado Moritz, el chico que se siente superado por los estudios y el que siente su despertar sexual como un calvario, el horror que se ciñe sobre él y que no puede controlar. No puede dominar sus sentimientos y pulsiones y los reprime de igual manera que se muerde la lengua para no rebelarse contra las figuras autoritarias que lo crucifican. Pero esta represión también afecta a las chicas, en especial a Wendla, quien reclama a su madre una charla sobre educación sexual que ésta desoye, dejando a su hija en un estado de confusión absolutamente inocente que terminará llevándola a un trágico desenlace. Detrás de estos tres personajes están Marc Flynn, Eloi Gómez y Elisabet Molet. Flynn, el cual ya disfrutamos en Per sobre de totes les coses, se convierte en un magnético Melchior arrastrado al infierno de sus tormentos, con un talento vocal desbordante (tiene el don de tener un timbre de voz cristalino y delicado, pero que curiosamente en este musical no potencia tanto); Gómez, se transforma en Moritz, cuya interpretación al principio se percibe como extraña, demasiado exagerada pero que a medida que el conflicto se recrudece, coge más sentido, para terminar dando las mejores interpretaciones musicales cargadas de rabia y lamento; y Molet defiende Wendla Bergmann desde una interpretación bastante plana pero creciéndose en los números compartidos con Flynn.

Pero la gran virtud de la propuesta de Vilavella está sobre todo en las coreografías de Adriana Peya (captada de la compañía de creación musical Les Impunxibles), cuyo sello se impregna con naturalidad en todos los movimientos que hacen los actores dotando del ritmo del cual, en determinados momentos, adolece este musical. La coreografía se nutre del único elemento escenográfico, estos cubos negros que tanto sirven de pupitres como de lápidas o como sanitarios. Y es que la escenografía de Jordi Bulbena es híper minimalista, ayudándose también con el juego de luces que marca, sin mucha variedad de tonos, el foco de la acción y la intensidad de los momentos.

Es una buena oportunidad para disfrutar de un musical de Broadway con un equipo de intérpretes musicales jóvenes que empastan de maravilla. Pero uno tiene la sensación de que se ha perdido la oportunidad de hacer una propuesta más arriesgada, que se pudiera leer desde las coordenadas del millenial de hoy en día. La materia prima es buenísima y muy moldeable. Pero a veces los corsés del musical parece que aprietan demasiado y no permiten las readaptaciones.

 

El despertar de la primavera de Duncan Sheik y Steven Sater, sobre la obra homónima de Frank Wedekind.

Dirección de Marc Vilavella y adaptación de David Pintó.

Interpretada por Mark Flynn, Eloi Gómez, Elisabet Molet, Laura Daza, Jana Gómez, Dídac Flores, Marc Udina, Mingo Ràfols, Roser Batalla y otros más.

Tragedia musical sobre la adolescencia.

Hasta el 8 de enero de 2017 en el Teatre Gaudí.

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