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Crítica del Festival TNT - Masteatro

Crítica del Festival TNT

10 años ya del Festival TNT (Terrassa Noves Tendències). A través de estos años se han programado espectáculos de compañías que siempre se han situado al margen de las artes escénicas. Ejemplo de ello son la Agrupación Señor Serrano, Los Corderos, Israel Galván o Xavier Serrano entre muchos otros. Año tras año, el TNT se ha consolidado como un buen muestrario de la creación contemporánea catalana, española e internacional. Sea en el Teatre Alegria, el Principal, en els Amics de les Arts o en la misma calle, Terrassa se abre a las artes escénicas en la primera semana de octubre. Y en su décima edición no echan la vista atrás, sino siguen con su máxima “renovación-regeneración” dando oportunidades a otros artistas o compañías que, igual que los Serrano, Galván, etc., levantan propuestas escénicas de riesgo, que innovan en lenguajes mucho más directos, con la provocación y la reflexión por bandera.

Visitamos Terrassa la jornada del sábado y nos adentramos en la Sala Muncunill donde descansan distintos ataúdes que un grupo de chicos abren. Es una instalación impactante, cada ataúd tiene su funcionalidad; el ataúd piano, el ataúd coche, el ataúd restaurante, el ataúd casino, el ataúd cama, el ataúd cuna… El efecto es precioso. Quien nos anima a ver estos ataúdes es Kiku Mistu, un particular Maestro de Ceremonias que nos convida en participar a The Last Cabaret. La llamada a la participación, pero no es entusiasta. Es decir, nos presenta aquello como si fuera un cabaret para celebrar la vida, pero siempre desde un punto de vista melancólico. Planea una tristeza sobre el espectáculo y además el discurso se asienta sobre frases comunes como que hay que morir para volver a nacer, el Carpe Diem u otras expresiones que suenan a repetidas. No hay un desarrollo de la historia, ni un discurso que lleve a algún sitio. Aun así, el espectáculo termina convenciendo como un homenaje decrépito a una idea de vida, aún más reforzado con la presencia del cabaretero Víctor Guerrero, auténtico vestigio vivo de este ideal de vida. Lo mejor del show está en el abrir al público el juego, a poder subir y dar una vuelta al ataúd coche, dejarse mecer por el ataúd cuna, jugar al Black Jack en el ataúd casino… Pero, justo cuando nos invita a bailar para celebrar la vida (un final un poco forzoso) y terminar el espectáculo por todo lo alto, Kiku Mistu hace un aparte y termina haciendo una reflexión sobre la cultura como alimento para el alma, así como denuncia la dificultad de tirar adelante espectáculos como el suyo. Un bajón que sonaba más a cantinela triste para revindicar su faena que no como acto de solidaridad. Podía haber sido un cabaret alegre, pero termino dominando la decrepitud y la tristeza.

Caminamos unos pocos metros más y en el hall dels Amics de les Arts, Javier Cuevas se sube en una silla y nos cuenta una historia de que una amiga suya se encontró en un momento de su vida muy difícil. Cuevas, artista que se dedica a la práctica contemporánea de cuerpo y movimiento, explica, entonces, la metáfora de la montaña. Su amiga sentía que enfrente tenía una montaña que no podía salvar de ninguna forma. Entonces simplemente lo que hizo es quedarse quieta delante de ella, afrontarla desde la resistencia pacífica. Actuar con firmeza delante de su conflicto, sin rehuirlo. Hasta que la montaña le dejó el camino libre. Cuevas nos convida entonces a hacer frente a nuestras propias montañas con un ejercicio de terapia, de reflexión interior a través, primero, del movimiento y el silencio, y luego, con el canto. Así pues, empieza The Lieder. Todos los asistentes al “espectáculo”, cerramos las bocas, nos dirigimos a la plaza Didó y en silencio durante más tres cuartos de hora damos vueltas cada uno pensando en lo suyo. La performance impacta no sólo para el que participa sino para los transeúntes que pasean por la calle. Hasta algunos de ellos se suman. Tal como se empezó la marcha, sin ningún aviso previo, simplemente por impulso, el círculo se deshizo y se volvió als Amics de les Arts donde la pianista Pilar Beltrán terminaba unas composiciones al piano (probablemente lieders alemanes). Con todos los asistentes en silencio, de golpe se proyecta en la pantalla la imagen de un bosque y una palabra, farigola (tomillo en castellano). Y de pronto, Sara Serrano, la artista que acompaña a Cuevas en The Lieder, se arranca a repetir farigola mientras entona el ritmo de una canción muy conocida y coreada en estos días, Els segadors. Todos nos sumamos al himno, todos cantamos farigola. La canción también es un acto de resistencia pacífica, pero este no es individual sino colectivo. El efecto es tremendo, muy emocionante.

The Lieder es una performance activa y reflexiva que pide al público asistente un ejercicio de creencia muy grande. Creer en la reflexión, en la meditación, o no creer. Creer en que la resistencia pacífica mueve montañas, o no creer. Creer en el derecho de cada ciudadano y en la libre expresión de protesta, o no creer. Vivimos tiempos donde las creencias se hacen fuertes, sean las que sean. Y ejercicios como éstos las refuerzan al mismo tiempo que las serenan.

La provocación y la reflexión también tienen sitio en Cuerpo móvil. Burundanga Flies de Andrés Senra y Félix Fernández. Estos dos barbudos se sitúan en medio de la sala de la Nova Jazz Cava con una camiseta con el número de móvil que tienen cada uno de ellos. El público asistente simplemente nos dedicamos a enviar watsapps a estos números pidiéndoles cualquier tipo de acción. Otra vez, el espectáculo lo monta el público. Así pues, la gracia está en verlos hacer las acciones que les pedimos. La reflexión en torno a eso está en la dominación de la sociedad sobre un ser humano. Reflexión, pero un poco pueril y que podría haber ido más allá. Al final, la gracia es ver que acciones les pedimos que hagan (desconociendo si ellos hacen todo lo que se les pide). Vale, se quedan en pelotas, se intercambian las camisetas y los pantalones, se morrean, cantan, bailan… pero realmente nada es tan provocativo. ¿Y si alguien hubiese pedido algo más fuerte? ¿herirse entre ellos? ¿ofender al público? ¿Nos autocensuramos? ¿Ponen ellos el filtro? Pero, al final, uno se pregunta, ¿realmente hacía falta un espectáculo así? La idea es buena, pero estos dos creadores se han quedado a medias y el resultado termina siendo demasiado infantil.

Por último, nos adentramos en la instalación de Distopia, una estructura rectangular y opaca situada en la plaza de la Torre del Palau. Los artífices de esta instalación son Teresa Petit y Carles Castaño quienes desde un laboratorio de creación de la Fabra y Coats idearon y levantaron este proyecto, una instalación donde el espectador entra y se sumerge en un mundo apocalíptico donde unos personajes, con máscaras corren por allí, intimidando a los tres espectadores que pueden entrar, desorientándolos, sin dar ninguna instrucción. La intencionalidad del viaje es la de transmitir desasosiego. Pero uno tiene la sensación de que el proyecto le falta más horno, que todo está poco hecho. Si uno apuesta por provocar, por herir, por asustar en lo más profundo, hay que ir a por todas.

Hay que creer en las artes escénicas. Sean las que sean, expresen lo que expresen. Pero hay que creer en cierto poder de transformación y apostar por ello. Pero esta creencia sobre todo debe venir de los creadores. El público trabaja, pero también exige. Y el TNT es (y aún debe serlo más) un festival que exija a sus artistas unos trabajos más completos. Que la provocación no se quede a medias.

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