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Crítica de VERANEANTES: se tensó el arco - Masteatro

Crítica de VERANEANTES: se tensó el arco

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Tengo predilección por aquellos personajes que dan sus últimas bocanadas en el escenario por no contar ni con su propio conflicto al que agarrarse; admiro la dramaturgia que sólo me muestra la punta del iceberg del desencanto o de un existencialismo taimado o que sólo me deja con el logos interruptus. Soy de aquéllos que aún piensan que los personajes puedan estar fabricados a nuestra imagen y semejanza, o que la escena sea espejo cóncavo y convexo de lo que nos tumba y retumba; o que esos mismos personajes disparen, se escabullan y nos velen tanta información que seamos meros voyeurs con un único billete de ida; o que el buclageque comenta Michel Vinaver, en lo que al diálogo teatral se refiere, pueda ser la única y triunfal base de esta pieza. Hoy he visto algo por el estilo en el Central hispalense.

Del Arco juega estas cartas, pero su reparto ha establecido de antemano las reglas. Tal vez la intención de la mano que mece esta cuna junto al mar prefiera quedarse tras el biombo. Sea como fuere, me arrastra más el ruido y la furia de los/las intérpretes, que la capacidad de aquella mano, pues es sabido que los puentes han de temblar para que la tensión no los quiebre.

Los diálogos sorprenden por su ingenio, alegato, alarma y toque de atención al respetable, sin embargo, el respetable -en donde me incluyo- ya conoce la naturaleza y la carnicería que lo componen, es decir, vemos la televisión, y si no la vemos, se nos cuela y nos la cuelan. Ni siquiera el sonido espontáneo de las olas del mar apacigua el constante duelo rayano en lo desagradable por aquello de no tener freno. Afortunadamente, existen situaciones in extremis de las que Pinter o Williams podrían ser sus orgullosos padrinos, pero que desfallecen cuando ritmo, tono y gracia se asemeja a lo usado y trillado por seriales televisivos. Dos horas y casi tres cuartos es excesivo. La fábula es atractiva y el reparto -insisto- chapeau. El tiempo, por el contrario, eterno. Los veraneantes ya están en su infierno puesto que, al igual que diseñó Sartre, ellos mismos son sus propias brasas: ni sobre el prado sobre el que simulan gozar, ni sobre la arena sobre la que pretenden hacerse oír o sentir, se van a liberar. El locus amoenus es de alta toxicidad. El envenenamiento se reparte a diestro y siniestro. Y todo ello está más que servido en la primera media hora. Por ello, el resto del tiempo sólo hace que la agonía provenga del agotamiento físico por estar en la sala casi tres horas y no del que debe de surgir de tanta nausea estival. Más que un texto transgresor o cabal, yo hablaría de eslóganes dramáticos o dardos socioculturales.

A la obertura musical -reflejo naif de un Bieito temprano- y al tema “Macarena” a modo de escolanía, entre otros, aún le estoy dando vueltas a ver si, tras haberme leído esta semana artículos relacionados con la dramaturgia postmodernista los doto de significado. Tal vez son para aliviar. Tal vez. Estoy en ello.

Curioso el que pudiera yo cerrar los ojos durante la representación de vez en cuando y, con tan solo oír las soberbias -en toda la extensión positiva de la palabra- voces del reparto, pudiera seguir, imaginar y sentir el palpitar de sus personajes, sus conflictos, sus infiernos. Si acuden a verla, prueben a cerrar los ojos: las cadencias, los tonos del reparto y las olas del mar les llevará de igual modo a la tensa historia de “Veraneantes“. Y lo demás será silencio.

“VERANEANTES”: SE TENSÓ EL ARCO.
Teatro Abadía. Kamikaze producciones.
Dirección: Miguel del Arco Herrera.
Teatro Central. Sevilla. 17 diciembre.

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