TARTUFO de Molière
Dirección: Ernesto Caballero.
Reparto: Pepe Viyuela, Paco Déniz, Silvia Espigado, Germán Torres, María Rivera, Estibaliz Racionero, Javier Mira y Jorge Machín. Escenografía: Beatriz San Juan. Vestuario: Paloma de Alba. Iluminación: Paco Ariza. Versión y dirección: Ernesto Caballero sobre la traducción versificada de José Marchena.
Una producción de Lantia Escénica.
Teatro Reina Victoria. Madrid, 9 de septiembre de 2021.
NO TAN CERCA de Carlos Herrera Carmona
Si venero a Adolfo Marsillach o a Giorgio Strehler es por el ahínco voraz de ambos a la hora de acercar, revitalizar, enaltecer, pulir y demostrar que los clásicos viven entre nosotros a través de sus personajes y que no mueren en el intento cuando, desde su discurso, se obstinan con buena fe en adoctrinarnos para combatir nuestros posibles vicios. Ni qué decir tiene que disfruto cuando el montaje no huele a alcanfor, cuando se instala éste en una escenografía de mi tiempo –y si no, demando que conserve ese halo de recuerdo elegante y a la vez justificado. Disfruto igualmente cuando el verso se desliza y no es cantarín ni amanerado, cuando destila esencias del pasado cuyo éxito es el adaptarse como un guante a la acción, a la trama, al reparto, y, claro está, al espectador, en definitiva: a mi presente.
Molière habla por sí solo. Se explica sin intermediarios. Su código pervive desde que el dramaturgo francés por excelencia lo creó y siempre tendremos la capacidad, como público o lector, para descifrarlo al instante. De ahí su eternidad. O al menos a mí me lo parece. La manipulación que ejerce Tartufo sobre nosotros -ese encantador hipócrita-, se pasea por escena a sus anchas sin esfuerzo alguno atrapando y encantando con su cascabel a todo aquel que se acerca a su charca; subyuga el beatón con su canto de sirena, y, si se nos escapara algo –cosa difícil- el resto de personajes lo va aclarando sin querer, bien alabándolo, bien desechándolo. La propuesta de Caballero redobla sin necesitarlo, a mi parecer, la intencionalidad del autor. El debate que se intenta reproducir en escena queda más bien en una suerte de preocupación personal, íntima del actor que interpreta a Tartufo, que no sé si es el propio Viyuela –fantástico, por cierto desde el minuto uno- o el alter ego del director. El elenco queda inmune a sus pensamientos y tribulaciones salvo la actriz que hace de criada pues es ella quien le rebate o anima a no sé qué con el personaje y su misión. Aprovecho, hablando del personaje de la criada, para decir que su jerga y acento choca frontalmente con el verso –algo diluido. Si bien es intencionado, yo, humildemente, desconozco el propósito. Pienso que, al acercar tantísimo la obra a través de ella y del recurso del metateatro, al menos en mí se produce un distanciamiento que creo no sea lo deseado por la dirección de la obra. Igual me ocurrió cuando vi Comedias mitológicas de Calderón. No quiero pecar de purista sino que dicha conjugación de tonos y lenguajes no siempre corren la suerte deseada.
Las preguntas que me asaltan no surgen de esta propuesta de Tartufo, sino que me quedo sin respuestas si de verdad es justo y necesario hacer uso de selfies y tiktoks para ese enmarque de modernidad… O la masturbación de la hija de Orgón mientras se deleita con su novio que, imagino, la estimula a través del móvil. No me asusto en absoluto ni me rasgo las vestiduras ante esto. Y lo dice alguien que no se cansa de recordar a Madonna cuando hizo lo propio en una de sus primeras giras tan Like a virgin como la hija de Orgón, sin embargo… ¿procede? Claro que sí. Cada cual interpreta los clásicos como considere. La opinión de quien se sienta pueda quizá correr por otros derroteros. Me gusta particularmente ser removido, alterado en la butaca; soy de los que aprecian la bofetada desde la escena, lo revolucionario. Sin embargo, sufro cuando el impacto pretendido no se produce aun viendo el esfuerzo del elenco por sacar la obra adelante.
Lo ya visto (teatro vacío, burras con vestuario móviles…), el esfuerzo por explicar lo que quiso contar Molière (una obra que raya en lo didáctico más que en la denuncia propiamente dicha) y un humor tibio (salvo la brillante escena pseudo-sado entre Viyuela Espigado: sobresaliente, al César lo que es del César) me dejan estupefacto y con la sensación de haberme ido sin el postre jugoso que el francés universal solía ofrecer.
FIniquito citando a Oscar Wilde en una de sus conferencias sobre moda y arte: » Lo bello siempre parece nuevo y siempre delicioso, y nunca puede pasar de moda, igual que nunca pasa de moda una flor». Vayan al Teatro siempre. Y cada cual que sienta lo que le parezca. Esto sólo es una impresión más.