Desde la temporada 2002-2003 el Teatre Nacional de Catalunya abre sus puertas de par en par a los jóvenes dramaturgos para que impongan su voz y su estilo en sus textos de encargo, nuevos, contemporáneos, arriesgados. Son seis talentos los cuales des de la sala Tallers del TNC y con una compañía de actores estable presentan sus obras durante dos años (tres autores para el primer año, tres para el segundo). Se conoce este proyecto como el T6, y es sin duda un proyecto importantísimo para la renovación constante del teatro contemporáneo catalán y para su reconocimiento institucional des del templo que es el Teatre Nacional de Catalunya. Detrás del T6 está Toni Casares, director de la Sala Beckett, el teatro que más impulsa, produce y forma (des de l’Obrador, la escuela para jóvenes dramaturgos) textos dramatúrgicos de creación contemporánea. Así pues, Casares es sin duda la mejor garantía de la buena proyección del proyecto T6.
Y un buen ejemplo de lo que se acostumbra a ver en la Tallers es el nuevo texto del joven dramaturgo Jordi Oriol quien empieza otro nuevo ciclo con T-Error. Ya hace unos años que se oye hablar de Oriol como un nuevo jugador a tener en cuenta , un tipo que escribe y dirige obras con sus propias reglas, si es que las hay. Dicen que al autor no le gusta que le pregunten de que van sus obras pues no se considera un gran narrador de historias. Y en este caso, T-Error no ofrece un gran drama, ni tiene en su haber unos personajes que luchan contra un gran conflicto. Esta es una obra sobre cómo escribir una obra, donde des del principio hasta el final se nos muestra las entrañas del texto y de su creación.
Es decir, para ponerle argumento, T- Error trata sobre un joven dramaturgo que tiene que escribir una obra para el T6 y que está bloqueado. Durante este proceso van deambulando a su alrededor su amigo Salva y su familia (padre, madre y hermana) quien a través de lo que dicen y hacen acaban siendo parte de la obra que se está escribiendo. A Jordi Oriol le gusta el juego de la creación, desmontarlo todo, hacer de Pirandello y descolocar a sus personajes. Y sumar líneas narrativas que se confunden entre ellas. Así pues todos los actores que por allí aparecen son al mismo tiempo varios personajes y así son descubiertos por la figura del joven dramaturgo de nombre, Oriol. He aquí otro ejemplo del juego de las palabras, el espejo donde se ve reflejado Jordi Oriol. O no, porque como pasa con los vampiros, el espejo no devuelve su imagen. Y, siguiendo con el juego de los paralelismos y las metáforas, es precisamente un chupasangre el otro personaje que representa el padre, aunque de hecho no hace de vampiro si no de padre que trabaja en el túnel del terror haciendo de vampiro. Es decir que una línea narrativa se alimenta con la otra, se complementan, se fusionan, pero se distinguen. Pero cuando hacen irrupción Garrido y Bellido, dos productores del TNC retratados como los Fernández y Hernández de Tintín, la ficción y la realidad acaban encontrándose y Oriol, el personaje, acaba perdiendo el control. Y aún más cuando aparece Oriol Genís, el actor que representaba hacía unos momentos al padre-vampiro, como el propio Genís que se presenta en su casa invitado por su madre para indagar sobre la obra que Oriol le está escribiendo y en la cual cree que representará el papel de su padre. Un lío, vaya, pero un buen lío, bien trenzado y entendible.
¿Y cómo trabaja un actor un texto como éste? pues supongo que con las mismas armas del dramaturgo, jugando sin parar, construyendo y desmontando su personaje a lo largo de las funciones, para que el proceso de creación sea continuo. Eso no quiere decir que cada personaje no esté bien delimitado, con su identidad propia sobre la que trabajar. Y todos son fáciles de describir: el joven dramaturgo con hipo, nervioso, superado por sus circunstancias (atribulado, miedoso y hasta patético David Vert); Salva, el amigo que simula una lesión para cobrar de la aseguradora y que en el Túnel del Terror hace de momia (divertido caradura, pero buen consejero Òscar Castellví) ; Pere, el padre, actor de segunda aspirante a hacer de padre de Hamlet (desdoblado e irónico Oriol Genís); la hermana, Eva Jordà, una chica que pasa por una etapa gótica, que aúlla como si fuera una criatura de la noche y que representa la ahorcada en el Túnel del terror (oscura pero radiante, silenciosa pero cantarina Anna Moliner); Judit, la madre, la que soporta con estoicismo una familia bien rara que se pregunta quien interpretaría mejor su papel, si Meryl Streep o Julianne Moore, y que en el túnel del terror se viste de bruja (naturalista y sacrificada Àngels Poch); y los productores Garrido y Bellido, que son los mismos músicos que interpretan con batería, flautas, guitarras o pianos las melodías truculentas que ambientan las escenas (primorosos en las dos facetas, Carles Pedragosa y Jordi Santanach).
Estamos, entonces, delante una obra donde Jordi Oriol se purga, hace terapia de juego, con la conclusión de que toda creación es copia de otra, que no hay nada original, que este texto, que esta crítica teatral no es nada más que un número de registro más en internet, un acto de escritura para hablar y promocionar una obra de teatro que ya ha sido analizada por otros antes y de los cuales directa o indirectamente este crítico se alimenta. Todo es copia, todo es ensayo y error, pero a pesar de todo seguiremos escribiendo, abordando, a la manera de Oriol (¿cuál de los dos?), este Terror que nos invade delante la hoja en blanco.
T-ERROR de Jordi Oriol
Dirigido por Jordi Oriol. Con David Vert, Òscar Castellví, Anna Moliner, Oriol Genís, Àngels Poch, Carles Pedragosa y Jordi Santanach.
Escenografía por Sebastià Brosa.
Vestuario por Laura García