Otro año más la Sala Beckett confía en La Virguería para aportar a la programación de la sala poesía, reflexión y radicalismo. Esta vez, pero, es diferente. Si el año pasado encontraron la horna de su zapato en Marc Artigau, con cuya dramaturgia poética y perturbadora levantaron Arbres, ahora se han asociado con Albert Boronat, autor de la compañía Projecte NISU para hacer lo propio con Snorkel. Aviso para navegantes, La Virguería, sin apartarse de su rumbo, su esencia, ha cogido un camino distinto, hacia un tipo de comedia social, extraña y decadente. La mezcla Boronat- Virguería funciona. Los dos encajan sin perder nadie de su parte.
Todo en Snorkel es más contextual que narrativo, es decir no hay una línea narrativa muy sólida que seguir (aunque sea desordenada) como en Arbres, El pes del plom, etc. Varios personajes, distintos cuentos que enlazan unos con otros, con relación espacio-temporal o simplemente temática. Con un inicio a través de un monólogo delirante de Javier Beltrán, Boronat ya marca el tono cínico y crítico: un tipo que se da cuenta de que lleva una vida absolutamente gilipollas. Y esta frase marca ya el sino de los personajes, gente a la deriva, jóvenes que lo han tenido todo y que lo han desperdiciado y cuyo resultado es un mundo feo, sucio y que han decidido que ya no les sirve. A lo largo de 80 minutos, se retrata la sociedad actual, que navega entre el desenfreno y la autoayuda, entre la fiesta y la autocontemplación más ególatra. Sólo necesitan una piscina de plástico como lago, una tienda quechua como armario ropero, una guitarra y unos micros (para el momento David Bowie, estelar) y un juego de luces inteligente que ofrece ricas texturas e interesantes matices.
Y unas interpretaciones dinámicas, que van desde la pantomima decadente a la figura del narrador omnisciente. El texto está estructurado prácticamente en su totalidad a través de monólogos, reflexiones que sueltan los autores, micro en mano, a través de estas historias extrañas, surrealistas y perturbadoras. Uno habla, los otros interpretan el paisaje que está narrando. Para montar la poética del texto, La Virguería recurre a sus señas: coreografías lentas y simbólicas, proyecciones a través de diapositivas, uso de elementos de atrezzo contextualizados no en la historia, sino en el fondo (estas máscaras de cervatillo, perturbadoras) y muchos otros elementos más que descubriría quien escribe si volviese a ver esta comedia atípica. Porque si con anteriores espectáculos de La Virguería ya tenía la sensación de haber perdido detalles, de querer ver de nuevo como encajaban todas las piezas, a través de su simbología, en Snorkel todo eso se siente más debido a un texto denso y complejo, con muchas capas. Y eso, señores de La Virguería, siempre me fascina, sus espectáculos son puntas (afiladas) de iceberg, cuya gran base se va descubriendo mientras el espectador reflexiona en casa.
Snorkel de Albert Boronat y la Compañía La Virguería.
Dirigida por Aleix Fauró.
Interpretada por Javier Beltrán, Isak Férriz, Isis Martín y Marina Fita.
Comedia sobre nuestra sociedad decadente.
Hasta el 6 de diciembre en la Sala Beckett.