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Crítica de "Romancero gitano" - Masteatro

Crítica de «Romancero gitano»

ROMANCERO GITANO

Intérprete: Nuria Espert

Dirección: Lluís Pasqual

Claustro del pozo del Instituto de Secundaria San Isidro. 27 de agosto de 2021. Veranos de la Villa.

Textos: Federico García Lorca y Lluís Pasqual Diseño de iluminación: Pascal Merat Diseño de sonido: Roc Mateu Producción ejecutiva: Alicia Moreno Ayudante de dirección: Marco Berriel Asistente de dirección: Catalina Pretelt Coordinación técnica gira y técnico de luces: Manuel Fuster Técnico de sonido: Javier Almela Una producción de Julio Álvarez e Interludio SL.

RESUCITADO por Carlos Herrera Carmona

Serían mis palabras ahora una suerte de panegírico -tantos ya por parte de unos y de otros…- hacia La Espert. Pero es inevitable. No podemos pasar por alto -esta vez tampoco como todo lo que la dama toca- el ensalzamiento elegante, sutil y acertado que tanto ella como Pasqual enarbolan en torno a la figura de Federico. Tanto Lorca en boca de tantos que incluso podemos llegar a cansarnos del malogrado artista, cuando debería ser todo lo contrario. Afortunadamente aparece ella en escena para volver a lanzar verso y mensaje -más lo segundo que lo primero: he ahí lo genial- sabiéndonos a poco, a nuevo -ese es el reto-, reinventando al poeta a partir de sus labios, tal vez para que la esencia de su poesía quede, al menos, en una suspensión eterna.

Puede deberse a mi origen andaluz el hartazgo y la devoción que hacia el poeta a veces sufro, ya que muchos se han servido de él, bien como reclamo de cartel, bien para un taquillazo posterior y hacer caja, y lo que es peor, baño de egos al interpretar alguna de sus mujeres. De ahí que me emocionara que La Espert saliera al ruedo sin pretensiones, como un pasaba por aquí, discretísima, con su voz tan característica y su control envidiable de cada centímetro de las tablas, de la luz y del aire de un hermoso patio de piedra junto a la catedral de San Isidro en Madrid. Impacta su opinión sobre la persona del poeta y no su escaparate, su análisis profundo y a la vez tan cercano a la hora de iluminar con tacto lo que cada verso le transmite, sus retazos de humor que logran que la empatía con el espectador se refuerce aun más. Es todo un legato armonioso lleno de sorpresas –no todo pertenece a la colección de Romancero gitano

Es una rizar el rizo más en esto de lecturas dramatizadas, recitales poéticos y otras hierbas. El matrimonio Pasqual-Espert consigue ilustrar, recordar al archiconocido poeta desde el mensaje a veces etéreo y no manido, y, sobre todo, enseñar ambos deleitando en cada palabra sagrada que avanza por el escenario. Se palpa la pretensión -de agradecer- de rehabilitar la imagen, el retrato archicostumbrista de una Andalucía exprimida y atiborrada de tópicos, incomprendida a la sombra de sus zambras, puñales, jacas cortijeras y gitanos folclóricos. Espert deja muy claro que hay una profundidad abisal en esa tierra castigada que echa mano de la pena y el duende -conceptos intangibles- para crear arte y emoción.

Curioso me resulta cómo la actriz desentraña sin querer el contenido de Romance sonámbulo y de un plumazo, y en aras de aquella elevación infinita e intraducible que es sentir la poesía, la actriz acaba con todo un reguero de ensayos donde críticos y filólogos se jactan de haber averiguado qué cuenta el poeta. Ella, sin despeinarse, lanza su Verde que te quiero verde como si nada, como si todo…

Y todo acaba con la angustia, como si de una mater dolorosa se tratara, en la mirada de la Espert. Entierra con pesadumbre la dama de luto -parece el icono de un Mediterráneo herido- al poeta una vez lo ha desenterrado para disfrutar, para que disfrutemos con él. Es el turno de la elegía gritando la intérprete a Roma, que bien podía ser cualquier autoridad incompetente actual o el grupúsculo fascista que sobrevive entre nosotros. Ella y Federico nos alertan al unísono de las pisadas de sus caballos, de una nueva peste y de las consecuencias del poder por el poder. La masacre sigue ahí y solo depende de nosotros despreciarla. Lo que comienza como un himno a la propia poesía y a su imperio se remata con dicha advertencia y con ese retrogusto de la pena amarga que tanto alimentaba al poeta.

En definitiva, es esta puesta en escena cantar a Lorca desde un lugar llamado sutileza; hacer que saboreemos sus rimas sin temor a la propaganda de siempre; todo en su conjunto se desenvuelve con ritmo certero, la pausa parlante, la veneración comedida de quien sabe de lo que está hablando. Por ello la recibimos entre aplausos y la despedimos de igual manera, en pie, como ha de estar siempre el poeta, pues en el Teatro nadie se arrodilla.

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