Génova 2001. Carlo Giuliani es abatido por la policía cuando se manifestaba y se defendía en medio de una de las manifestaciones más grandes de la historia reciente: en el Fórum Social Europeo, el apogeo de los antiglobalizadores, esta semilla que en España ha terminado germinando y mutando en el corriente de los indignados. Una figura, un mártir, un símbolo. Pero más allá del símbolo hay un chico, con ideales propios y con una meta en su vida: ser feliz. Un Ragazzo que ahora se nos presenta tal cual en una obra escrita por Lali Alvárez y que se puede ver durante unos días en el Teatre Eòlia.
Disculpen la intensidad y la vehemencia, pero este monólogo es un MUST. ¡Hay que ir a verla! Y si se termina en el Eòlia, por favor, sigan la pista. Busquen en que teatro, en que salita se hace. No la verán en grandes teatros (no creo que sea la pretensión de la compañía Teatre Tot Terreny), pero seguro que tendrá su recorrido. Espero que lo tenga, como lo tuvo en su momento Sé de un lugar de Iván Morales (quien hace unos días celebraba la última función en LLoret de Mar después de 5 años). De hecho se podría decir que todo empezó con Iván Morales, pues la génesis de este Ragazzo salió de un ensayo de Jo Mai, obra del mismo Morales, donde actuaba Oriol Pla, el ejecutor de este monólogo.
Cómo contar los hechos acontecidos en aquella Génova sitiada era clave. Hay muchas maneras de hacerlo, y algunas ya se han hecho, pero Lali Alvárez se encontró, en medio del proceso de investigación y de creación, con el retrato vivo de un joven idealista, tan absorbente, tan cautivador, que sólo pudo dejarse arrastrar por este torrente. Y luego puso parte de ficción. ¿Mucha, poca? Da igual porque la naturalidad y la honestidad ha sido la base de la construcción del personaje, tanto desde la dramaturgia como desde la interpretación. Así pues el punto de vista que adopta la autora es el del propio Carlo Giuliani. Todo lo vemos a través de sus ojos. Y desde este prisma nos da lecciones de vida y de posicionamiento. Sí, la obra es aleccionadora, pero el público como siempre es soberano de aceptar la lección o no. No es para mí esto un defecto, sino una virtud. La autora y el intérprete se deben al personaje y lo hacen dotando de palabras y fuerza todas sus convicciones políticas y sus reflexiones existenciales. Y uno, como un servidor, desde la butaca, internamente, se debate sobre el acierto o no de estas reflexiones. Cómo si te las dijera un amigo frente a ti. ¿Acepto la lección? ¿Comparto tu punto de vista? ¿Entiendo tu lucha?
Pero toda esta agitación de conciencia se va aparcando a medida que se desarrolla el texto. Lali Alvárez escribe la historia haciendo una cuenta atrás, desde los tres días precedentes al fatal desenlace. Durante estos días Carlo nos muestra su modus vivendi (un okupa en una especie de nave industrial), su filosofía de vida, sus miedos (brillante inicio con el sueño de su transformación en estatua, reflexión que recorre y dota de sentido poético su propio final) y su día a día, donde nos dibuja como está Génova en estos días. Poco a poco, en medio de asambleas, fiestas y manifestaciones, Oriol Pla construye una ciudad que nos angustia, que nos oprime, donde el camino no lo haces tú, sino que te lo marca la policía. Y de golpe nos encontramos en medio de un laberinto y aquí la angustia se hace más insoportable y los gases que dice que lanzan también dificultan la respiración al público. Los hechos se aceleran y toda la acción, todo el movimiento, la lucha, nos rodea, nos pone en un embudo por dónde al final sólo cabe una bala directa al corazón del activista. Y en esto, que nos encontramos en que ya no cabe ni reflexión, ni posicionamiento, ni debate interno. La muerte, aunque ya anunciada, da razón a la víctima. Y entiendes que es obligado conocer la historia desde el punto de vista de los vencidos.
Para armar semejante drama Lali se alía con el actor Oriol Pla. Un servidor ya se quedó cautivado con su interpretación en Jo Mai. Y en esta obra sólo hace que confirmar su pasión, su energía, su intensidad y compromiso. Y su naturalidad y honestidad. Oriol Pla es permeable a todo lo que sucede a su alrededor, cuenta la historia pero recibe y canaliza cualquier movimiento y gruñido del público y lo adapta al momento. Para mí esto es romper la cuarta pared (que lo hace físicamente en un momento brillante del final), no subirse a la tarima y marcar distancias. Todos los gestos, la mirada, el movimiento tan coreografiado, irradia naturalidad, no hay ningún atisbo de impostura. Un brutal tour de force que el actor, todo fibra y músculo, entrega a la causa.
Y para rematar la jugada y volver a dejar claro el posicionamiento, a la salida nos espera una pequeña muestra del retrato fotográfico de los hechos acontecidos. Fotografías que dan realidad a las palabras escritas por Lali Alvárez e interpretadas por el fenómeno Oriol Pla. Perdonen el entusiasmo, y cómo dice aquél, permítanme que insista, corran a ver el Ragazzo o si no síganle la pista. No dejen que sea sólo una estatua.
Ragazzo de Lali Alvárez.
Dirigida por Lali Alvárez.
Interpretada por Oriol Pla.
Monólogo dramático.
Hasta el 10 de enero en el Tetare Eòlia.