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Crítica de "L'alegria" de Marília Samper - Masteatro
l alegria

Crítica de «L’alegria»

Una madre con pocos recursos –Lluïsa Castells– intenta conseguir una rampa para que su hijo –Alejandro Bordanove-, afectado por una enfermedad neurodegenerativa y anclado a una silla de ruedas, pueda salir a la calle. Como principal dificultad, la oposición de un vecindario humilde ante la perspectiva de unas obras complejas estructural y económicamente. La historia que explica L’alegría, el nuevo texto de Marília Samper, es casi anecdótica, pero lo que desprende en ella es aplicable a todos y cada uno de nosotros. Y es que nadie se niega a ayudar, siempre que esto no le saque de su zona de confort. ¿Hasta donde llega el sacrificio posible? Puede ser una rampa, un trozo de pan, una tarde de trabajo o un cambio de vida. ¿Dónde está la barrera entre aquello que no podemos y aquello que no queremos hacer por los demás?

La lucha y el optimismo constantes, casi odiosos, de una protagonista que no se permite decaer en ninguna circunstancia no hacen tambalear la verdad de la función. Samper podría haber caído en el error de crear buenos y malos, banalizando los contrarios y convirtiendo a Júlia en una pobre y lacrimógena vendedora de cerillas. No lo hace. Con muy pocas escenas, lo que muestra son unos opositores con situaciones tan complejas como la de ella: La pesimista vecina estancada profesionalmente–Montse Guallar– y el vecino de buena fe atrapado en un matrimonio complicado – Andrés Herrera-. Incluso al final, cuando la historia aparenta tener un desenlace de cuento de hadas, la autora y también directora nos reserva un necesario golpe al estómago. Triste, punzante y realista.

Entre las interpretaciones naturales y ricas en matices –la determinación de Castells contrapuesta con el andar arrastrado de Guallar y la inseguridad en las expresiones de Herrera-, destaca el trabajo de Bordanove, prometedor hallazgo que se somete con destreza a un reto complicado: el de interpretar un personaje de movilidad muy reducida y desdoblarse en su voz narradora –percibimos la historia desde donde él la percibe- y varios personajes secundarios.

La puesta en escena es sencilla pero funcional. La escenografía de Enric Planas nos muestra el comedor en el que queda enclaustrado el joven Eli –Bordanove- e incluye uno de los peldaños de la discordia. El personaje sólo se levanta y sale de la casa cuando narra, aprovechando muy bien el espacio de escenario y gradas. La dirección concisa de Samper cuida todos los detalles e incluso el vestuario de Albert Pascual explica a primer golpe de vista la personalidad y la contraposición de los personajes.

Un único apunte negativo: No hace falta maltratar de forma tan grave el diccionario para representar unos personajes humildes y sin estudios. Castells, actriz con un marcado acento catalán, se nota especialmente forzada en este aspecto y a los puristas de la lengua les dolerán las orejas. Aun así, no les diré que se abstengan de verla ni a ellos ni a nadie, puesto que Samper vuelve a la emotividad que ya demostró en la dirección de Pulmons y añade un texto propio igualmente universal y sobrecogedor. El resultado es una pequeña maravilla llena de verdad y mensaje.

L’alegria, escrita y dirigida por Marília Samper

Interpretada por Lluïsa Castells, Alejandro Bordanove, Montse Guallar y Andrés Herrera.

Hasta el 12 de noviembre en la Sala Beckett. 

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