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Crítica de "La voluntad de creer" de Pablo Messíez. - Masteatro

Crítica de «La voluntad de creer» de Pablo Messíez.

Naves del Español. Matadero. Madrid, 7 de septiembre de 2022.

Ofrenda al pensamiento por Carlos Herrera Carmona

La voluntad de creer se puede abordar desde múltiples puntos de vista. Es como estar ante un rico pastel: lo miras y remiras relamiéndote y no sabes por dónde apresarlo para que no se desmorone su confitura mágicamente elaborada. Demasiadas sensaciones en mi interior para comentar de manera ortodoxa la última representación firmada por Messíez a quien tuve el gusto de conocer telemáticamente en un curso que impartió dejando en mí impronta y claves. Ante este montaje, es público y notorio el Gran Guiño a Pirandello, la interpelación existencial con el público que asiste a esa atmósfera a medio hacer, que, me atrevería a decir y siguiendo el concepto de proceso y no resultado del acto teatral del propio Messíez, vamos creando entre todos. Para empezar, la puerta física que separa el misterio (sala) con la realidad (vía del complejo de Matadero) está abierta de par en par mientras nos acomodamos. El juego ha empezado. O no. ¿Estamos o no estamos? He ahí el quid. La oscuridad acogedora y protectora que buscamos en el teatro, esa burbuja negra que nos convierte en entes pasivos parece que no va a completarse. Estamos a la intemperie. Los ventanales sin cortinajes de la parte superior de la sala nos impiden guarecernos. Otra vez el reparto metiendo el dedo pirandelliano en el ojo de quien mira y siente. Porque se trata, sobre todo, de sentir. En La voluntad de creer iremos a sentir y a ser traspasados. Los personajes (¿dramatis personae?) nos lanzan y se lanzan misivas cargadas de estremecimientos abisales imposibles de retener pero que nos dejan deslumbrados -efecto flash– que se rinden, a modo de ofrenda, como racimos de flores, al Pensamiento. La formación de Messíez en estas lides filosóficas le permite aderezar los diálogos así como trazar a sus criaturas. Por otra parte resaltar lo siguiente: la confitura principal es la risa. Nos reímos mucho. Bella trampa. Los seres que pululan la blancura de una caja blanquísima que los va encerrando cual pecera son divertidos. Pero ellos no lo saben. Su estado es agónico. Respiran como pueden mientras se plantean infinidad de cuestiones sobre el vivir, la humanidad, el amor… lo de siempre, lo que nunca resolvemos, el gerundio hermoso que pienso que es el Teatro. Todo ello en un envoltorio que se me antoja doméstico: el hogar como pozo sin fondo. Y sufren, sufren muchísimo: la muerte se pasea entre ellos y su triunfo esperpéntico se convierte en un regusto final delicioso.

No hay mejor recipiente para lo trágico que el seno de una familia y si además asistimos al reencuentro de los unos con los otros con vidas bailan sin compás alguno, el éxito está garantizado. Lo que hace singular este montaje es aquello tan estremecedor y cierto de retomar el pensamiento de que la fe mueve montañas; una fe gigante, ciclópea, claro está. La fe minúscula no nos lleva a nada.

Hermanas que se odian hasta amarse y un hermano perdido en su fantasía componen la singular familia. El doctor es un corifeo muy lejano. La extraña, la visitante, la esposa de una de las hermanas, preñada y acaso arrepentida, enajenada, que viene y que los altera sin querer. Ecos dramáticos de siempre renovados: enfrentamientos, abrazos, reconciliaciones a fin de que el orden quede de nuevo restituido. Ya nos lo enseñaron los clásicos. Fe es creer en que lo que no vimos, rezaba, nunca mejor dicho, en mi catecismo. Como Dámaso Alonso, al final miraremos indudablemente al cielo en busca del milagro. Otro poeta, Blas de Otero, se quejaba de que había que vivir por obligación, la mayor penitencia. En definitiva, la lectura –una de tantas- que puedo extraer: sólo necesitamos saber dónde nos encontramos -así nos lo hace saber el reparto al entrar: tú estás aquí; yo estoy aquí– Y a partir del posicionamiento, a vagar por la nebulosa en busca de respuestas. Lástima que pensar sea un castigo, ¿verdad, Don Miguel? Cerremos citando al creador de esta propuesta: “La palabra sabe más que la oración / las letras saben más que las palabras“.

Texto: Pablo Messiez a partir de La palabra de Kaj Munk Dirección: Pablo Messiez Reparto: Marina Fantini, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro y Mikele Urroz Espacio escénico: Max Glaenzel Iluminación: Carlos Marquerie Sonido: Iñaki Ruiz Maeso Ayudante de iluminación: Juanan Morales Vestuario: Cecilia Molano Entrenamiento corporal: Elena Córdoba Producción Buxman Producciones: Pablo Ramos (producción ejecutiva) y Jordi Buxó Aitor Tejada (dirección de producción)Ayudante de producción: Roberto Mansilla Ayudante de dirección: Javier L. Patiño Residente ayudantía de dirección: Noelia Pérez Una coproducción de Teatro Español Buxman Producciones.

Carlos Herrera Carmona es autor, director y crítico de teatro además de trabajar como docente para la Comunidad de Madrid. Su última publicación en coautoría con Pilar Manzanares, “En la tierra desnuda: muerte y resurrección de Antonio Machado”.

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