Alrededor de una mesa de póquer uno se tiene que reservar, debe mostrarse cauto, ser frío, y a poder ser no mostrar sus sentimientos. No hay que dejar que el rival te lea la mente. Cara de póquer. Aún así se han escrito grandes obras dónde la acción transcurre alrededor de una mesa de póquer. Sin duda es un texto brillante el que ofrece Patrick Marber en La partida (Dealer’s Choice), su ópera prima en la que vertió sus miserias más autobiográficas (es público y notorio los problemas de juego que vivió el autor) y sus esencias dramatúrgicas que luego pulió como diamante en bruto. Ahora el actor y director Julio Manrique, quien ya se aproximó al universo Marber con Senyoreta Júlia hace dos años, coge el texto, lo hace suyo y junto con un elenco espléndido da el tono apropiado a la obra de Marber. Una partida de póker que se celebra en el Romea, dentro del Grec, donde cada mano ganada o perdida muestra las miserias de sus jugadores, un catálogo de fracasos expuestos a tumba abierta, sin cautela, sin cara de póquer.
Esteve, un hombre divorciado, es un antiguo hippie que regenta un restaurante. A su cargo están Max, un joven camarero, acelerado, que quiere abrir un restaurante en el peor de los sitios; Santi, el cocinero, es un padre divorciado que mañana se irá con su hija al zoo después de no verla en tres meses; Frank, es un camarero yanqui hastiado de su vida y su trabajo allí que planea ir a Las Vegas y hacerse jugador profesional; Carles, es el hijo de Esteve, un bala perdida enganchado al juego que planea hacerse socio de Max en el nuevo restaurant. Cinco personajes, cinco seres que esperan cada semana la partida del domingo para aproximarse un poco más a sus sueños o simplemente para sentir que el riesgo del juego les mantiene vivos. Pero en la partida de hoy se añadirá un hombre misterioso, Ash, del cual sólo Carles sabe sus verdaderas intenciones, viene para cobrarse una deuda con él de hace un año de 5000 euros.
Como dice un personaje como quien no quiere, «no se juega a las cartas, se juega al hombre». Ahí está el reflejo más claro del texto, historias de hombres habladas des de la testosterona, una comedia negra donde la virilidad, el insulto y el escarnio masculino está siempre presente. Pero en las entrañas de la cocina o en el salón se dan conversaciones más de amigo a amigo y sobretodo de padre a hijo, donde la sinceridad se filtra a través del consejo, pero también a través de la mirada o el silencio. Así luce un mundo complejo de subtexto, bien rico que nos muestra que ahí se habla de los vicios que nos consumen y nos dan vida, pero sobretodo de las relaciones humanas, marcando en primera línea el conflicto paterno filial.
Lo bueno de Marber, igual que muchos autores contemporáneos, está en la construcción de unos personajes que hablan para crear acción, cada palabra ofrece un movimiento. No hay quietud, no hay grandes reflexiones sobre el devenir de la vida. Son personajes con urgencias, objetivos, grandes o pequeños, que luchan para llevarlos a cabo en cada pensamiento, en cada palabra. Marber, aún siendo británico, se le podría clasificar dentro de la ola del nuevo realismo con David Mamet a la cabeza y con Neil LaBute como comodín. Lo que les une no son solos sus historias, ni la construcción de sus personajes, ni la mala leche inherente en todos ellos, si no sobretodo en los diálogos directos, sucios, sacados de la calle. Y ahí es donde Manrique se encuentra más cómodo, siente que hablan su lengua.
El director se encara al texto y lo adapta a su realidad. Para que hablar de las calles de Londres si su ciudad es Barcelona. Así los personajes son catalanes (excepto el yanqui Frank), el restaurant que quieren abrir está en la Zona Franca y es a la Pedrera donde a lo mejor Santi irá con su hija. Además el director que tiene una concepción teatral muy cinematográfica crea una banda sonora propia para el espectáculo. Des de la radio de la cocina se oyen grandes clásicos de la canción popular americana, aquella más arraigada al country. Ahí brilla por luz propia (la de los reflectores que llevan en la cabeza los actores) el tema The Gambler, versión Johnny Cash, que sirve para hacer la transición del segundo acto al tercero con cambio de espacio en directo y con un baile que precede a la partida donde cada personaje tendrá su momento para reivindicarse o hundirse aún más.
Manrique dirige con confianza sus actores quienes responden con solvencia el envite. El equilibrio de protagonismos entre los hombres se mantiene, aunque poco a poco la balanza se decanta hacia tres personajes, Esteve y Carles, padre e hijo y Ash, el misterioso invitado que viene a cobrarse la deuda. El padre es Ramon Madaula, un tipo más relajado, que ya ha vivido sus propias guerras, adicto a estas partidas y que se descubre como una especie de padre compasivo también para sus empleados. Oriol Vila se pone en la piel de Carles, el bala perdida, el hijo que a pesar de todo reclama su propio espacio, su libertad, pero también la atención y la afección del padre. Ash es Andreu Benito, quien dota de presencia, seriedad y misterio a un personaje reflejo del profesional adicto al juego, la peor calaña, el peor ejemplo para un hijo. Después están Joan Carreras, un actor muy curtido que actúa como el cocinero Santi, siempre en la cuerda floja, a punto de explotar. Andrew Tarbet, americano de nacimiento, afincado en Catalunya des de ya hace muchos años se encarna en el yanki Frank (Manrique lo usa para dar muchas de sus réplicas en inglés para dar un tono más realista y para sembrar la confusión en Esteve), junto con Ash, el más taciturno y misterioso, un tipo con pasado, una especie de cowboy que se siente por encima de todos. El sexto hombre es el que le da el tono más cómico y pasado de vueltas a la historia, Max. Es Marc Rodríguez quien borda de manera natural este simpático tonto soñador, con destellos, verborreico, pero con una ingenua fe en sí mismo. Un torbellino interpretativo que lo calza bien.
Después de esta partida, pocos secretos quedarán guardados y algunos conflictos explotarán sin vuelta atrás. O sí. Puede que en esta partida no hayan perdido ni más ni menos de lo que hayan perdido en el pasado, ni en el que podrán perder en el futuro. Seis personajes que luchan por sus sueños, que anhelan cambios, pero que el azar (en algunos casos) los mantiene clavados y les impide avanzar.
La partida (Dealer’s Choice) de Patrcik Marber
Dirigida por Julio Manrique.
Interpretada por Ramon Madaula, Oriol Vila, Andreu Benito, Joan Carreras, Andrew Tarbet y Marc Rodríguez.
Comedia negra realista.
Hasta el 3 de agosto en el Teatre Romea.