A Carmen Machi la hemos visto brillar a lo largo de los años como sólo una estrella del espectáculo sabe hacer, dando vida a personajes muy dispares entre sí pero siempre con un núcleo común: el haber conseguido lucir y deslumbrar de manera mágica y singular a la par que lo hacían los exclusivos clímax de sus guiones. Bien es cierto que ella nunca defraudó porque es una gran actriz, pero puede que en esta obra “Juicio a una zorra”, que ahora interpreta en el Teatro de La Abadía de Madrid, Carmen Machi haya encontrado “su obra”, su gran papel, el que la haga subir hasta el mismísimo cielo, hacia lo más alto, tan arriba, que no es de extrañar que su personaje “Helena de Troya”, se pase la mitad de la obra hablando con Zeus y maldiciéndolo como si de un tirano y cruel progenitor se tratase, para demostrar por fin cuán equivocada está escrita la historia, su historia, que no revela de ninguna manera toda la desdicha y la violencia que causó su padre, el dios del cielo y el trueno, elevado falsamente a categoría de “todopoderoso”.
Su director, Miguel del Arco, da un giro de 360º a la vieja leyenda, y en esta obra consigue mimetizar con determinación y sensatez la evolución de quién fue juzgada como la más zorra del reino de Esparta, Helena de Esparta y que fue considerada culpable de la guerra más popular de la historia de Troya, de diez interminables años de muerte y destrucción. Es así, casi como por arte de magia, con ecos desde Homero hasta La bella Helena de Offenbach, el autor nos cuenta un relato conocido con nueva clarividencia, en esta función ideada por encargo del último Festival de Mérida y que ahora llega a Madrid para deleitarnos hasta el próximo 20 de noviembre.
A través de un texto concluyente y decisivo sólo al alcance de paladares exquisitos en los que el mejor vino es servido por Carmen Machi, la actriz transforma al mito espartano en una mujer emputecida por el alcohol, desgarrada por el dolor, locamente enferma de amor y embriagada por el dolor del recuerdo pero impecable en su discurso.
Así ha sido la puesta en escena de Carmen Machi, la reina que hizo perder la razón a los héroes de la mitología griega, ahora aparece atormentada por el fantasma mortal del tiempo, que la acecha en cada trago y que sin querer ha hecho estragos en su incapacitada y mortal belleza.
Moribunda, sobreviviendo entre decenas de botellas de alcohol y otras tantas copas que no duda en rellenar una y otra vez, ella reconoce sus agravios, adora beber para olvidar, para no sentir. Beber, que no es otra cosa que el signo de nuestro tiempo y lo que logra mantenerla viva, porque como ella viene a confesar en la función, sólo ese líquido es capaz de volverla dura, indiferente y fría, profiriéndole una letárgica sensibilidad que casi la vuelve líquida.
Carmen Machi es espléndida y hoy me ha regalado una gran noche de intensidad teatral en la que me he olvidado por completo de la jocosa y cómica Aída de la serie. No hay rastro de ella, ha desaparecido para demostrar a todo el público que no siempre la “etiqueta” condiciona al actor. Hoy ella ha sido Helena de Esparta, Helena de Troya, la que fue la mujer más hermosa del mundo, la divina entre las mujeres, la hija de Zeus.
Encima del escenario, desposeída de su halo místico, la puta que da título a esta obra lucha cada segundo de esta hora sin interrupción en un monólogo por lo que ella considera la verdad de su historia y aunque no busca compasión, piedad ni lástima, intenta con gran coraje y valor dejar patente que “si la verdad es belleza y la belleza es verdad, todo fue mentira, y fealdad”. Y es que no hay consuelo para esta reina destronada, no hay clemencia después de tanto sufrimiento, fatalismo, drama y calamidad. Ninguno de estos sentimientos dejan de empapar el escenario que grita como la libertad y como la felicidad no dejan de ser sólo emociones pasajeras, destinadas a estrellarse con la vida o con la muerte.
Machi se come las tablas, devora a Helena de Troya, la resucita, la renueva. Desgrana a la reina clásica y con gran maestría se enfrenta en solitario a la audiencia presentando a la reina más mortal que nunca, haciendo gala una vez más de la facilidad y versatilidad interpretativa que sólo está al alcance de las grandes actrices.
Acompañada por canciones de Marino Marini y arreglos de Arnau Vilà sobre temas de La bella Helena, de Offenbach, la protagonista de la historia que antes provocaba sentimientos inmediatos: rabia, ira y lujuria y a la que la historia tachó de traidora, sádica y “maldita zorra”, ahora se ha convertido gracias a esta confesión teatral en primera persona en todo lo contrario: la eterna enamorada, la pobre infeliz seducida e inocente que jamás dejará de amar a pesar de que el amor le haya arrebatado las ganas de vivir.
El público, que ejerce de jurado popular, se muestra en ocasiones sonriente, otras emocionado y muchas abatido, pero al final, no sólo la indulta sino que se rinde sin contemplaciones a sus pies para escribir con sus aplausos una nueva historia y demostrar de una vez por todas que el único delito que Helena de Troya cometió fue amar a un hombre por encima de todo.
Al término de la obra, una no puede dejar de hacerse la pregunta: ¿es un error amar? Quizás lo sea, juzguen ustedes mismos, pero en cualquier caso, lo que sí es cierto es que su única culpa, su gloria y su eternidad fue haber amado, lo demás, fue falso, puro teatro y ridículas mentiras.
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