En la sala A, la archiconocida Carmen Machi, implacable Helena, exponía su tormenta: curiosa estampa e idéntico cromo, paralela ceremonia o rito parejo con el que La Espert también enarbolaba en el Lope tiempo ha la violación de su Lucrecia. Texto excesivo esta vez en su información mitológica donde uno como espectador queda más impresionado por la capacidad memorística de la actriz que por lo que nos quiere contar. (Me contaron una vez que el misterio se hallaba bajo la alfombra…) Innecesaria acumulación enciclopédica para un público profano en la materia que -por lo que se deduce del caluroso aplauso y vítores -estimo que comprendió y, si no, valoró y mucho tan ardua verbigracia. Desenfreno actoral, por encima de todo, el de La Machi: a raudales, todo a raudales. Eso es un spring escénico y lo demás es bagatela. Aunque mucho vértigo en sus gritos y cadenas de lamentos sin fin. Impronta maniática -deduzco tras haber visto a La Espert- de su director/autor que parece encajarse en su formato a la hora de confeccionar su triada monólogo + historia + actriz con renombre. Me pregunto cuántos espectadores de los que allí estaban vieron a su Lucrecia. Yo la vi. Y de ahí mi visión tarumba.
Crítica de ‘Juicio a una zorra’ y ‘Sentados en la orilla del mundo’ en el Teatro Central de Sevilla
ENTRE DOS MARES
Una ocasión sui generis para mi en tanto en cuanto opinión y visión me vienen divididas y que se debe a lo siguiente:
Asistí ayer tarde a las dos representaciones que arriba aparecen y que acontecieron en las salas A y B del Teatro Central de Sevilla respectivamente: 30 minutos estuve en cada una pues cada una duraba 60 aprox: piscolavis teatral con rico postre en el ambigú después con el gremio teatral de mi tierra y cumplir con mi cometido (y dicho sea de paso, casi emociona, dado los tiempos que corren, que el respetable hispalense, en una tarde más propia del Cantábrico que del Valle del Guadalquivir, pruebe a cruzar el río -poderosa frontera- y llene ambas salas y aplauda fervoroso. Así da gusto 🙂
Atronadora la sensación que puede despertar en nosotros La Machi, de eso no cabe la menor duda: animal enjaulado en un «aquí estoy yo y prepárense que vienen curvas» que se pone por montera Troya, el Central o lo que haga falta desde su altar iluminado y rociado de alcohol. Retahílas de vocablos helénicos corrían a tropel por el patio de butacas con efectos acertados de micrófonos, ora en una interpretación vigorosa, maratoniana -o como diría Wilde: ferocious! ; ora en alud pericoloso.
Curiosamente me dio por cerrar los ojos y sucedió lo inevitable: la cadencia de la voz de Helena/Machi, su ritmo, su entonación, su desespero, ese arrastrar de sonidos vocálicos finales empapados de desazón, de rechazo y de demencia por Paris, me resultaban harto similares a los de La Espert, quien, en su vivo sin vivir en mi, encarnó a la violada Lucrecia. Tal vez sea ingenuidad mía o la dirección de la flecha del arco del del Arco, porque habría yo agradecido más descenso, más novedad, más sosiego, más ternura; una Machi más íntima, ya que, cuando ésta se inspiraba, su tornado parecía coger aire y levantaba vuelo más vivamente. Las tormentas en escena son carne apetecible para engendrar un texto, y más teniendo asegurado el que alguien de la categoría de La Espert o de La Machi lo vayan a interpretar, pero una vez disfrutado de los truenos y las batallas celestiales en los ensayos, mejor tantear la calma, el giro y lo inesperado.
En la sala B, me quedé sin la respuesta a la interrogante que se planteaba al comienzo, ya que me tuve que adentrar a los treinta minutos en la bacanal hecha verbo de La Machi. En la puesta en escena de Sylvie Nys vi a una suerte de Calibán defendiendo su isla, su territorio, y a una dama pizpireta y respondona que pretendía conquistarlo a él o a su parcela. Este Calibán, tosco y arrogante, contundente y marcial, podía ser el Otro o tal vez nosotros mismos defendiendo lo nuestro o imponiendo lo que pensamos que es Nuestro. ¿La naturaleza es de la naturaleza o pertenece al Hombre pues aquí nos colocaron o aparecimos o nos trajeron? ¿Es el territorio de quien llega antes, o, al ser yo libre puedo disfrutarlo antes de que el Otro, por ser más salvaje y menos civilizado, me diga lo contrario? ¿Quién tiene razón ahora, el salvaje o el civilizado? ¿Quién coloniza a quién? ¿Quién sufre el llamado «síndrome de Próspero», el recién llegado que se impone de momento o el que ya estaba que impone feroz su ley? ¿Yo te prohíbo y tú me obedeces? ¿Yo te exijo y tú debes acatar? A la orilla del mar, un tira y afloja que se desenvolvía con un tempo pianissimo el cual, de haberse agilizado, quizá me habría llevado alguna respuesta o alguna incertidumbre pro-catártica. Porque para eso cruzamos el río en una tarde impropia del sur, para buscar respuestas o que nos planteen preguntas-bombas: en la orilla del mar de Pliya, inquietud comedida; en el corazón de Troya, Helena, extenuada, prendía una tormenta.
No tengo motivos para hablar así, porque, tal vez, como Leopardi, permanecí fra due mari… Mis excusas.
PD.- Agradezco desde aquí la gentileza que tuvo para conmigo el personal del teatro para acomodarme y guiarme en mi visita.
JUICIO A UNA ZORRA
Kamikaze Producciones
Reparto: Carmen Machi
Texto y dirección: Miguel del Arco
NOUS ÉTIONS ASSIS SUR LE RIVAGE DU MONDE
(Sentados en la orilla del mundo)
8co80 Gestión Cultural
Reparto: Maica Barroso, Armando Balbao, Amparo Marín y Manuel Monteagudo
Dirección. Sylvie Nys
Autor: José Pliya
Teatro Central, Sevilla. 5 de noviembre.