Win Vandekeybus/Última vez
Teatro Central, Sevilla.
11-12 de marzo.
EN BUSCA DEL FUEGO O DE LA PALABRA
por Carlos Herrera Carmona
El público se puso en pie sin dudarlo. Y a gritar también sin dudarlo. El público tenía claro que, al final de haber presenciado aquel río desbordado de carne y vigor, necesitaba expresar todo aquello que le habían metido por los ojos y atravesado la psique. El público se manifestaba como en un graderío romano. Las palmas llegaron a tomar un ritmo sureño, a compás, durante varios minutos, porque así le despedió a Vandekeybus en el Central una vez más desde Sevilla.
Un escenario desnudo es un abismo. Es un lienzo negro, una pizarra donde se puede pintar con mayor libertad y al mismo tiempo correr el mayor de los riesgos. La patrulla del coreógrafo belga necesita única y exclusivamente eso: espacio para conquistar. La iluminación alumbra, no es signo esta vez. Y cuando no la hay, su patrulla va a por ella, como aquéllos que buscaban el fuego, de entre las piedras. El busilis del espectáculo radica en «músculo + pulso = revolución». Los diez seres pueden simular lo que se nos antoje en nuestro imaginario, dependiendo de cómo nos sintamos en el momento en el que nos situemos frente a su planeta: pueden ser algunos de los caballos de Lorca que La Abadía dejó olvidados no hace mucho en las cuadras de los bastidores o houyhnhnms al son de las sinfonías de un David Byrne abisal. Esta patrulla danzante puede ser también una clonación multiplicada de un Robinson Crusoe abandonado a su suerte; o gladiadores que se pegan en broma buscando abrazos, sobre todo cuando bailan por parejas entre naranjas en busca del fuego/amor perdido como en un tango de aquellos que entre machos se gestó. El clímax: surge un ser que necesita traductor: me vino a la cabeza las angustiosas secuencias del «El pequeño salvaje» de Truffaut: melena, desnudez, suciedad, sin saber comer y con hambre, con su grito selvático y su dolor por tardar en humanizarse. Este show depende, como digo, del imaginario individual, de lo que tú, lector, lleves, o te falte, o busques.
La torre de Babel que se crea mezcla de sudor, pulso y frenesí es, cuanto menos, bellísima por lo Salvaje. El verbum que no se entiende es lo que se persigue y se vende, lo que aniquila y lo que salva, aunque el movimiento sea la colunma vertebral de ese «querer eso» (I want that) y del «deseando» (wishing), y de que todo acabe en un sueño. Pero, ¿dónde están soñando? ¿Por qué en este siglo a estrenar el hombre se pregunta comportándose como una bestia con dientes negros? ¿Diez Segismundos desbocados para que nos aclaren eso?
Este aluvión coreográfico divinamente desquiciado, aderezado por chispas de humor -que no se sabía muy bien cómo podían surgir de esa desolación- se vió interrumpido en dos ocasiones por la proyección de una cinta, «The last words», dirigida y escrita por el mismo Vandekeybus e inspirada en unos cuentos de Cortázar. Es la única oportunidad que tenemos de ver mujeres en dos horas de trance y danza. Lo real se queda en una tribu hipermasculina que se maltrata, se desea, se disfruta, se pierde, se encuentra, se vuelve a perder, y a dormir para nada porque es sufrir de nuevo y sin descanso; a encontrar su media naranja para devolverla; a cuidarse para atacarse. Paradojas que actúan como un tira y afloja constante; contradicciones que permiten que los movimientos sean de ida y vuelta, de ida para buscar arropo y de vuelta para despreciarlo. Queda grabado en mí el instante en el que los bailarines se suspenden en el aire propulsados por ellos mismos desde el suelo. Véase foto arriba.
Y todo ello se traduce en giros y expresión aparentemente desincronizados que brotan entre carreras, abrazos, sudor y linternas/luciérnagas; sensaciones que obligan al público a que se ponga en pie sin dudarlo. Y a gritar. La psique había sido atravesada y el belga, con la reposición de este su revival, deja Sevilla aplaudiéndole, en busca del fuego o de la palabra.