La compañía de El Ballet Clásico de St. Petersburgo presenta, también en el Teatro Cuyás, otro de los ballets más conocidos por el público como es Giselle. Esta obra maestra del teatro de la danza del Romanticismo, fue estrenada en el S XIX y se estableció como una pieza fundamental de la danza clásica. Con la brillante música del francés Adolphe Charles Adam. Cabe destacar que en esta obra hay mucho de lo puramente ‘teatral’, por lo que los amantes del teatro han podido disfrutar de otra manera de verlo representado. Los gestos de pantomima, las palabras no dichas que expresan los movimientos, las emociones que se trasmiten por medio de un cuerpo al servicio de la danza, hacen que sea una pieza maravillosa, pese a lo lejano de su temática romántica.
Nuevamente, como nos pasó con el programa de mano de El Lago de los Cisnes, en Giselle, la productora Tatiana Solovieva vuelve a no tomarse la molestia de desvelar quién es la protagonista femenina de la pieza, ya que la que aparece en el programa de mano no se corresponde con la que vimos sobre el escenario. Tras haber investigado, creemos que se trata de Maria Poliudova, pero seguimos sin poderlo afirmar. Todo esto porque desde MasTeatro queremos atribuir el mérito de tan bella interpretación a la persona adecuada. También en esta ocasión el papel de solista masculino, en el personaje del Duque de Silesia y del campesino Loys, lo ejecuta el propio director artístico de la compañía, Andrey Batalov.
Pese a que la escenografía y telones pintados tienen un tinte desgastado y falto de brío, no lucen con ostentación esta vez, y de alguna manera resguardan los sucesos de la escena sin que incordien a la vista ni a la consecución dramática del ballet. Es sobrecogedora la manera en la que Giselle ejecuta la parte en la que se ve traicionada por la persona que ama (en la aldea delante de todos), su dolor y su inocencia aniquilada se transforman en locura y muere de la manera más dulce y grácil en la que una mujer puede hacerlo.
En el segundo acto, ya en el bosque, la ejecución a tempo lento de la Reina de las Willis, es fabulosa -además de su bello atuendo blanco níveo cubierto de flores-. El juego de planos y coreografía que llevan a cabo las diez Willis es digno de mención. Y el final apoteósico en el que Giselle salva la vida del que fuera el amor de su vida, hace que el público se sienta sobrecogido cuando ve caer el telón mientras él se arrepiente, de rodillas, a los pies de la tumba de su dulce dama.
Felicitaciones desde MasTeatro a la compañía porque este trabajo ha sido mucho más sentido.