Cada vez más dramaturgos y directores tratan de hacer un teatro que se acerque a un público más joven. Hay muchas formas y ejemplos de hacerlo. Carme Portacelli ha optado por coger Galileu, un clásico de Brecht y modernizarlo contando la historia desde unos códigos que conecten más con cierta juventud. Para ello podemos ver desde polemistas tertulianos, presentadoras-azafatas sobreexcitadas, obispos y religiosos bailones…. Los personajes del texto original (no están todos) trasladados a principio del siglo XXI, pero sin cambiar las palabras, las sentencias que Galileo, sus ayudantes y sus detractores lanzan por boca de Brecht. Y la verdad es que este texto hubiese lucido mejor con otra puesta en escena. Reformular aquellas obras cuya acción sucede siglos atrás situándolas en la actualidad es muy peligroso, hay que saber encontrar los paralelismos entre los dos tiempos sino se termina cayendo en lo gratuito, en lo efectista más que en lo reflexivo.
En el Club Capítol se presenta esta adaptación que cuenta con la participación de Laura Aubert quien se encarga de cambiarle el género a Galileo. A su lado están Carlos Cuevas, Oriol Guinart y Queralt Casasayas. Mientras Aubert se encarga de interpretar al genial científico, los otros tres se desdoblan en distintos personajes que van apareciendo en el relato que acompaña Galileo, desde Venecia donde empieza a investigar y a difundir su loca teoría de que la tierra giraba alrededor del sol, hasta el juicio en Roma y la posterior publicación a hurtadillas de sus teorías. La historia es absolutamente fascinante y está contada de una manera divulgativa sobre a la figura de Galileo y sobre el poder de la verdad sobre el absolutismo y el fanatismo. El tema es absolutamente vigente. Esta figura que nada contra corriente para hacer ver a la ciudadanía (más que a la comunidad científica o las autoridades) una verdad irrefutable que hará cambiar la percepción del mundo, nos recuerda a muchos héroes contemporáneos que desde la clandestinidad denuncian los abusos de los poderosos (Assange, Snowden …). Así pues, si hay de sobras Galileos modernos en nuestra sociedad, ¿por qué no tratar de trazar este paralelismo? Con lo único que se atreven, pero de manera velada es con denunciar la falta de interés para la investigación científica actual. ¿Por qué no crear un juego de espejos más valiente que hacer el gag de los tertulianos histéricos? Por qué no utilizar las redes sociales, el lenguaje de los hackers… Hay tantas formas de conseguir darle un enfoque actual a esta historia sin que se tenga que caer en el cliché gratuito… Pero este Galileu no lo tiene y todo el texto que sumerge queda relegado a un juego escénico donde se prima la coreografía, el ritmo irregular y una escenografía con ideas pero que resulta muy plana: proyecciones que apenas cambian, unas sillas con dibujos de estrellas, un periscopio que no muestra nada al público… ideas con potencial que quedan en elementos superfluos. Todo luce no juvenil, sino casi infantil.
Pero el elemento que realmente Portacelli cree que va a conectar con esta juventud inquieta es la música de Love of Lesbian. Pues bien, que quede claro que un servidor es un fan de la banda catalana. Un fan de concierto. Pero Love of Lesbian no pinta nada de nada en esta obra. Es decir, hay un sentido, pero no narrativo, no estructural, es puramente decorativo. Muchas de las letras de esta banda cogen referencias cósmicas, espaciales o científicas. No en vano el último disco de Love of Lesbian se llama El poeta Halley. Pero nada más que esto. En que interceden las letras de Santi Balmes con la revelación de Galileo? En nada. El uso de la música en una obra de teatro ha de complementar la trama, ha de hacerla mover o al menos de infundir un cierto estado anímico en el espectador. En Galileu no ocurre nada de eso, todo es gratuito. Y la verdad, tampoco es que Love of Lesbian sea una banda para adolescentes. Ya puestos porque no escoger el cantante más galáctico de todos, otro héroe a contracorriente como fue David Bowie.
Las actuaciones tampoco brillan y sobre todo en el caso de Laura Aubert adolece de una falta de intensidad preocupante. No estamos hablando de un drama ni mucho menos, pero es que no hay atisbo de profundidad en el gesto ni en la voz. Sólo un tono plano que se mantiene. Desconozco si Aubert se siente cómoda en este papel o si es la dirección de Portacelli, pero Aubert ha demostrado en muchas ocasiones que se puede poner en la piel de una gran variedad de personajes, sean dramáticos o cómicos, y salir airosa. Queda claro pero que este Galileo Galilei no es su personaje. A su lado Carlos Cuevas le va a la zaga, sin matices en sus diferentes personajes. Menos mal que tenemos a Oriol Guinart y Queralt Casasayas que si demuestran mucha más profundidad en el repertorio de personajes que interpretan, cómicos y desfasados, más comedidos o más furiosos.
Así pues, nos quedamos traspuestos por ver como se ha desaprovechado la potencia de un texto y el principio de una idea: interpretar la historia y la figura de Galileo desde un punto de vista actual. Uno ni es joven ni es mayor, pero quiero pensar que la juventud que le interese el teatro es más exigente, que les piden más riesgo e imaginación a los directores y dramaturgos cuando quieran interpelarlos directamente.
Galileu de Bertold Brecht.
Dirigida por Carme Portacelli.
Interpretada por Laura Aubert, Carlos Cuevas, Oriol Guinart y Queralt Casasayas.
Revisión dramática y cómica de la figura de Galileo.
Desde el 19 de abril en el Club Capitol.