No soy un gran seguidor de la copla o del flamenco pero desde hace años he querido asistir a una experiencia de Flamenco para poder encontrar ese duende del que todos hablan. Las tablas del Teatro Figaro, deja de ser un espacio escénico teatral para convertirse en un tablao flamenco digno de admiración.
Sobre las tablas un hombre, Rafael Andujar, da vida a la guitarra empezando a acariciar sus cuerdas hasta hacerla sonar con maestría, sus dedos se mueven tan rápido que hacen imposible seguir sus movimientos. Poco a poco el resto de músicos entran en escena completando el tablao flamenco: cajón con Rafael Jiménez, flauta de Moisés Pascua y una cantaora de increíble voz, Natalia García.
Acompañando a este gran elenco de artistas, seis bailaores del Ballet Flamenco de Madrid aportan el movimiento y la coreografía a las notas. Y allí es donde está el duende del que todos hablan.
Fuerza, maestría, garra y chulería flamenca de movimientos rozando lo imposible, taconeos que nos dejan sin palabras por la rapidez y la fuerza con la que golpean las tables del Figaro, y sobre todo arte… mucho arte es lo que se puede apreciar en este espectáculo.
Un grupo de artistas en un unísono tandem perfecto de coreografía y maestría donde absolutamente todo lo que se puede ver en esa hora y media que dura el espectáculo es digno de admiración.
Conforme se desarrolla el espectáculo voy comprendiendo porque algunas cultura de todo el mundo viven tan fascinadas con nuestro arte, contando con miles de escuelas de flamenco en sus países