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Crítica de "Erresuma/Kingdom/reino" - Masteatro

Crítica de «Erresuma/Kingdom/reino»

Versión, dirección y espacio escénico: Calixto Bieito

Con Joseba Apaolaza, Lucía Astigarraga, Ylenia Baglietto, Ainhoa Etxebarria, Miren Gaztañaga, Iñaki Maruri, Koldo Olabarri, Lander Otaola, José María Pou, Eneko Sagardoy y Mitxel Santamarina Diseño de vestuario: Ingo Krügler  Diseño de iluminación: Michael Bauer Ayudantes de dirección: María Goiricelaya y Ane Pikaza Ayudante de vestuario: Paula Klein

Una producción de Teatro Arriaga de Bilbao en coproducción con Teatro Español de Madrid, Teatro Principal de Vitoria-Gasteiz, Teatro Victoria Eugenia de Donostia Muxikebarri de Getxo

Violencia regia por Carlos Herrera Carmona

Bieito sabe cómo. Parece fácil. La provocación, digo. Parece que es salir a escena semidesnudo, derramar sangre, entonar un himno a la violencia con partitura Shakespeare, y listo. Pero no, no lo es. La coreografía, el horror, ambos están medidos. Los espasmos de los que están siendo asesinados están medidos. El llanto de víctimas y verdugos, sus estertores, cadenas de alaridos y ladridos, obscenidad, varios besos indeseados entre hombres, masturbar a un cadáver, diferentes métodos de tortura física…Todo está medido. Me atrevería decir que incluso las babas de alguno al proferir insultos y verso –no tan blanco- shakesperiano, también están medidas. La desmesura es un incendio, dijo Heráclito. Lo que no se puede medir es la dimensión del mensaje. La lección de Bieito golpea con este chapapote trágico y nos infecta la cara, eufemismo de conciencia. Acaban la mente y el espíritu desorganizados. Bieito sigue a Shakespeare hasta el final. Hay orden tras la catástrofe. Claro que sí. ¿Dónde? En la imagen virginal de la actual monarca británica que nos la plasma en una proyección al fondo del escenario. Eso será pues el orden deseado. Su mirada prístina y regia mientras observa un partido de fútbol donde Inglaterra sale victoriosa. No podía ser de otra manera. Todo escombro por tanto vuelve al cajón. Aunque a pesar de su imagen bondadosa no podemos dejar de ver bajo esa mirada la hilera del crimen, de la masacre, que llevó a su majestad a su límpido trono. No estamos asistiendo a The Crown. Bieito disemina acciones que elevan aún más el potencial del reparto –brillante hasta la extenuación, de aplauso y medio- y convierte la escena en un campo de minas donde la barbarie una vez más es la estrella. Hay momentos incomprensibles. Tal vez pueden pecar de gratuitos. Se me escapan. No me chocan por su perversidad, sino por no ser yo capaz de entenderlos. Vayan y juzguen. Su significado pertenece al elenco. Creo.

La pureza de una caja escénica blanquísima e inmaculada, evidentemente, acabará llena de sangre y dolor. Un manicomio tal vez. El asesinato –por citar- es la columna vertebral de la puesta en escena, siempre con el rostro impávido de la supuesta heredera de toda esta cadena cruenta de seres despiadados cuyo fin es aniquilar por el mero hecho de aniquilar y que se apoyan en sus cetros beneficiándose del poder intacto de su corona. O al menos eso creen. Y hablando de coronas: Inquieta vive la cabeza que lleva una corona, de Enrique IV. Uno que se licenció en filología inglesa, la visión de Isaac Asimov de los monarcas ingleses en su libro La formación de Inglaterra parece un cómic para escolares si lo comparamos con la lección de historia de Bieito.

Si decimos remover conciencias y remover el cuerpo del espectador, nos quedamos cortos. Cada secuencia supera a la anterior en sorpresa y horror hasta límites inquietantes. El mix de carnalidad, provocación, maltrato y actitudes desafiantes, incluso hacia el público, adquiere su punto álgido con la aparición del personaje de Juana de Arco y, como guinda del pastel, el terrible y temible Ricardo III con su discurso devastador demandando un caballo en cuerpo de mujer preñada.

Ricardo II, Falstaff (la aparición de Pou es de agradecer que se mueve como pez en el agua entre la rabiosa juventud -más aplausos para ellos/as- que le rodea), Henry IV, V y VI, Lady Anne, Margarita de Anjou, el duque de Cambridge (creo que es aquél que nos regala parlamentos en lengua inglesa) y la figura inquietante de Dick el Carnicero forman la galería de este retablo monstruoso que va más allá de agradar a los que busquen en el bardo inglés en su versión más ortodoxa. Absténganse pues. Bieito se ha propuesto hacer de las suyas acercándose a la tragedy of blood. Webster, desde la tumba, se removerá pero de alegría. Peter Weiss, también. Por aquello del manicomio… No sabemos cómo podrán reaccionar los más anglófilos. Para eso está el Teatro precisamente. Lo que sí es fetén es que, si con una sola gota que se destile de la carnicería de esta propuesta, sirve para concienciarnos de lo salvaje, lo despiadado y lo ruin que puede llegar a ser, si no un rey shakespeariano, el ser humano, se ha conseguido el propósito. Por ejemplo: el presidente que arroja bombas por doquier estos días. Y en nombre de su patria.

Carlos Herrera Carmona es autor y director de teatro.  Su última publicación es “En la tierra desnuda: muerte y resurrección de Antonio Machado“ junto con la periodista Pilar Manzanares. @seville70. www.carlosherreracarmona.com

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