El tres es un número lleno de simbolismo intelectual y espiritual. En el cristianismo, tres son los elementos del misterio de la trinidad: padre, hijo y espíritu santo. Y tres es el número que fundamenta la trigonometría. Tres es el resultado de la unión entre el hombre y la mujer. Y el ternario es uno de los símbolos más importantes en la masonería. En El profeta, tres son las historias que se cuentan con un nexo en común: La fe en lo inexplicable, ya sea con raíces religiosas, científicas o espirituales.
Para su séptimo montaje, La Calòrica no ha contado con la dramaturgia de su habitual autor Joan Yago. Las tramas surgen en esta ocasión de un proceso de creación colectiva dirigido por Israel Solà, con un tono menos humorístico pero con la misma dosis de profundidad, si no superior. De entrada, todo parece indicar que la obra tiene un cierto toque místico que puede asustar al público más agnóstico. Sin embargo, lo que resulta interesante de ella es el análisis mucho más terrenal que hace de las reacciones humanas frente el miedo a lo desconocido. Existe la voluntad de mejora, pero también el egoísmo y las ansias de protagonismo. La línea que separa ambas motivaciones puede resultar demasiado frágil.
Una joven que afirma haber sido poseída por Dios a principios del siglo XX. Un doctor que se atreve a realizar el primer trasplante de corazón entre humanos. Y una joven enferma de cáncer terminal que se ha curado solamente con meditación. De las tres tramas, es la primera la que queda algo más descolgada, con un buen planteamiento pero con un desarrollo poco interesante en el que lo más destacable son los desgarradores gritos de las actrices.
Por su lado la más punzante es la segunda, tanto por forma como por el contenido. La muerte cerebral de una chica de 25 años a mediados de siglo- una divertida interpretación de Esther López que retoma el humor negro de la compañía y recuerda de sobremanera a aquella niña que no sabía escoger el sabor del helado en Bluf– resulta la oportunidad ideal para realizar la histórica operación. Pero la incertidumbre respecto a un posible despertar de la donante llena a los autores de dudas morales. Las discusiones entre el convencido doctor – Aitor Galisteo-Rocher – y su enfermera y amante – Júlia Truyols– alrededor del hecho llevan a otro de los momentos más interesantes de la función en el que el amor también se discute como la más corriente de las creencias intangibles.
La tercera historia, ambientada en la actualidad, empieza hablando del enfrentamiento entre la ciencia y el alma, pero termina mostrándonos razones para el rechazo mucho más profundas y subjetivas. Vemos aquí como la familia, las situaciones vividas y el rencor acaban teniendo influencia incluso en las decisiones más importantes. Por otro lado, la enferma también nos plantea sus propias reflexiones alrededor lo que implica una enfermedad más allá de sí misma: curarse para vivir o vivir para curarse.
Los tres actores se mueven por tres épocas distintas sin utilizar grandes ornamentos en la puesta en escena. La música, la iluminación y unas sencillas pero eficientes coreografías sirven para establecer las transiciones entre escenas. El atrezzo neutro se utiliza para las tres historias y se intercala entre ellas, con tan solo una mesa, tres sillas y tres puertas como único decorado. Por su lado, el vestuario de Albert Pascual cumple con la función de transportarnos a través del tiempo sin ser excesivamente aparatoso.
Tres historias y tres épocas. Tres actores y nueve personajes. Un mismo fondo y muchas connotaciones. Una obra que nos recuerda que, en el fondo, la fe es una creación humana y que toda persona tiene muchos más pensamientos y ambiciones que se mezclan con ella. El resultado, un retrato del revoltijo más o menos desconcertante de sentimientos y actitudes que somos y hemos sido siempre.
El profeta de La Calòrica
Dirigida por Israel Solà
Interpretada por Esther López, Júlia Truyol y Aitor Galisteo-Rocher.
Hasta el 10 de julio en el Tantarantana.
Obra incluida en el Cicló.