La compañía La Virguería sigue asumiendo riesgos en sus montajes. Son un grupo capitaneados por Aleix Fauró y Isis Martín quienes des de la dramaturgia y la dirección crean obras que abordan siempre conflictos humanos i sociales. Ahora más que nunca esa compañía incide en la denuncia social. Adoptando la forma de thriller, El pes del plom es una historia de una periodista que investiga a fondo una operación de tráfico de armas. Si en la anterior 180º de cel se hablaba de la reinserción de una ex presa a la sociedad, en esta apuntan más alto, hacia la industria armamentística y la permisividad institucional y social para tolerar el tráfico de armas. Y como va siendo habitual en este grupo, la obra, representada en la Sala Beckett mantiene el sello poético que impregna de intensidad todas sus obras.
En El pes del plom se muestran algunas de las señas identificativas de La Virguería y todas ellas se resumen en un único objetivo ofrecer a la obra una métrica, una estructura poética que alcanza des del texto a los movimientos y coreografías de los actores. En el inicio los cuatro actores se mueven en el claroscuro, de un lado a otro, en distintas posiciones y actitudes recitando frases sueltas sin relación entre ellas, pero con un peso dramático muy potente. Son piezas del puzzle que se irán encajando. Pero no lo harán de una manera lineal. El relato de los hechos está construido a través de saltos temporales, unas veces la acción la protagoniza el marido vengativo, otras la periodista de destino funesto. Y en todas las escenas siempre está la muerte: la muerte de los inocentes como denuncia, la muerte como negocio, la muerte como motor dramatúrgico, como motor de venganza.
Se les intuye a Aleix Fauró y Isis Martín un proceso de creación largo y duro, empezando por la documentación. Así conocieron episodios como el de Julius, ex traficante de armas que se pasó de bando y ahora trabaja para Intermón- Oxfam, o el de Julien, un niño soldado separado de pequeño de su madre que pudo librarse de las milicias. Estas dos historias y otras dibujan algunos de los personajes dando al texto un tono aún más realista que ayuda a decir al espectador, «ei, esto no es Hollywood, esto ha sucedido».
La compañía siempre apuesta mediante cierta radicalidad para emocionar mediante historias de personajes traumatizados. Aún se recuerda el fantástico montaje de L’hivern al cos, probablemente su proyecto más emocional, donde la danza, las coreografías reforzaban de manera visual la intensidad de las emociones que vivían los personajes. En su nueva obra, hay una danza macabra y mecánica, con los actores como militares, apuntándose entre ellos. Un momento coreográfico para dar fe del poder de las armas sobre la gente. La Virguería también sujeta este montaje a través de la música, la escenografía y las proyecciones. Música y proyecciones sitúan al espectador en el espacio físico y emocional, y la escenografía nos recuerda en todo momento la presencia de las armas a través de cajas de madera apiladas (cajones de estos que guardan armas de todo tipo) y una bañera cubierta de balas donde el traficante será inmovilizado. Aún así, El pes del plom pierde intensidad emotiva respecto a sus predecesores, probablemente debido a la estructura de thriller y a la apuesta más por la denuncia social que por el conflicto emocional, que aún así existe, pero en menor medida.
Como bien sucede en muchas otras compañías, La Virguería tiene en su haber un equipo de actores más o menos fieles. Ahí está Marina Fita, delicada y con mucho ángel, miembro de la compañía des de L’Hivern y que aquí se encarga de la paciente y apasionada periodista. Su antagonista es Carles Gilabert, que en su tercer montaje con la compañía se encarga de recrear uno de estos monstruos que tejen las redes del tráfico. Su personaje pero está escrito para darle un empaque humano y Gilabert no crea un villano de película, si no un tipo convencido de su trabajo y convincente, manipulador pero sin cinismo ni aires de superioridad. Ayuda a sentir cierta empatía por su personaje al verle gran parte de la obra amenazado por el novio de la periodista, quien lo aborda en su propia casa, interrogándole y amenazándole en todo momento. Es Isak Férriz, nuevo en La Virguería, quien se encarga de dar el tono exacto de desesperación de éste. El trabajo de Férriz escupe mucha rabia con una intensidad que roza el melodrama. Es una opción, aunque a lo mejor hubiese sido menos cargante si los autores le hubieran dado un punto de más humor negro. Pero el personaje no es un cínico, es un hombre con un dolor inmenso provocado por la pérdida de su mujer víctima de un enemigo desconocido y que al final resulta invencible. El cuarto elemento es Patricia Bargalló, virguera también por primera vez, quien se encarga de dos personajes: la mujer del traficante, que tanto juega con su marido como le aconseja sobre como cerrar los negocios; y la prostituta africana, el eslabón perdido para que la periodista y el novio terminen encontrando lo que buscan.
No es una historia fácil de digerir, de hecho cuanto más cueste de tragar uno más la analizará. Este es el objetivo de Fauró y Martín remover las entrañas en un tema, que no nos engañemos, poco podemos hacer para solucionarlo. Aunque al final de la función la compañía proponen algo interesante. Si en el mundo se fabrican anualmente catorce millones de balas, esto equivale a dos balas por persona. A fuera en el hall, hay una urna con balas. Que todos cojan dos balas por cabeza y así se asegura que al menos estas balas no irán destinadas a otros. Lección de teatro y de compromiso social. Y de impotencia también. «Cuánto pesa el dolor?» le pregunta la mujer del traficante al novio. Todo se reduce al final a plomo y pólvora.
El pes del plom de Aleix Fauró y Isis Martín
Dirigida por Aleix Fauró y Isis Martín
Interpretada por Carles Gilabert, Marina Fita, Isak Férriz y Patricia Bargalló.
Thriller social
Hasta el 11 de mayo en la Sala Beckett.