A ciegas. ¿Qué mejor manera de llegar a un teatro?, sin tener ni la menor idea de lo que voy a ver, aumenta el interés, y la atención, al, menos en mi caso. Shakespeare o un infantil… ¿qué más da? La relevancia es otra.
Un hilo musical a lo “Cuentos de siempre”, con aires de villancicos populares, una escenografía simplista y muy colorida hacen presagiar, un preescolar en toda regla. Pero enseguida irrumpe una histriónica y enérgica Nerea Gorriti, en el papel de “La loba feroz”, que demostrará según avanza la función, con su registro actoral y su gran cantidad de matices, pese al flaco favor que le concede el maquillaje a su expresividad, que puede ser una gran cómica y darle ritmo y colores a una rebujina de cuentos clásicos que bien nos parece haber visto un millón de veces. Ella, en definitiva, divertidísima.
Una Loba bien acompañada puntualmente de un enano con acento Gallego que consigue dar algo de ritmo a intervenciones, quizá demasiado largas para un público infantil pero que hacen sonreir también a mamá y papá, que son quienes pagan la entrada. Esa es la mágica dualidad de un “para todos los públicos”, pícaro doble sentido y que cada uno se haga su composición, buena nota en este aspecto.
Impecable cómo el Príncipe, el Cazador, uno de los tres Cerditos y un largo etcétera Sergio de Medina, demostrando que se puede tener igual destreza para cambiarse de mallas en pocos segundos, que para tocar en directo unas acertadísimas notas de guitarra y dejar entrever al menos entendido que se trata de un guitarrista con mayúsculas.
Todo se compensa con la entrada en el escenario de Diana Tobar, por todos conocida, como integrante del trío musical “Venus”, y a la que si bien no le viene nada mal ese registro de princesa dulce y encantada (de la vida) que le han dado, nos deja ver la realidad de que por más infantil que sea una función, para hacerte creíble, has de jugar cualquier personaje totalmente en serio, y no “hacer como qué” (como escuché de boca de un grande en el teatro), así que todo cae por su propio peso. Como ocurre en su caso. Quizá una Bella Durmiente que no se quita el aro de la nariz antes de salir a escena resulte demasiado contemporánea. De formar parte, el detalle, de toda la pantomima, no sabría donde encuadrarlo.
Lo de “Blancanieves” es, así coloquialmente, muy fuerte. No más, que por la retahíla de textos sin comas, ni sales ni pimientas que desarrolla esta chica, que hacen, de una montaña rusa, un tobogán mojado; siendo, con mucha diferencia, uno de los personajes mas aprovechables del texto y sin duda, el más desaprovechado en su desarrollo y sus matices.
Un guión quemado hasta la saciedad en otros escenarios pero lleno de detalles y altibajos que consigue salir de lo de siempre, que hace que los más pequeños no despeguen la mirada del escenario en la hora y cuarto de duración de la función y se mantengan orientando con sus gritos a los personajes desde el patio de butacas. Y ya sabemos, cuando los críos responden al bendito “como están ustedes” de toda la vida, ya los tienes, están dentro y la ardua labor para quien está en el escenario es no dejarlos escapar. En palabras de Vittorio Gassman “Un buen actor es un hombre, que ofrece, tan real la mentira, que todos participan de ella”. Caballo ganador es la despedida con niños en el escenario y la foto en la puerta con todos los personajes al terminar la función.
El loco cuento de todos los cuentos.
Teatro Fígaro de Madrid hasta el 13 de enero todos los sábados a las 16.00 y los domingos a las 12.30. Las entradas cuestan 16 euros.