Este hombre de teatro donde los haya nos sigue deleitando con su talento, pese a su desaparición en el 2008. Harold Pinter escribió esta comedia (si es que puede denominarse así) ácida, repleta de mensajes subyacentes y compuesta por un complejo entramado, haciendo un análisis profundo de la sociedad de nuestros tiempos. Con su talento original nos trae El Invernadero (The Hothouse), escrita en 1958 y que Mario Gas junto a Eduardo Mendoza reviven para la escena española. Influido por el teatro del absurdo, Pinter crea esta pieza llena de matices, metáforas, nuevos significantes y cifras.
Sobre una plataforma circular se asienta una escenografía de acero que marca las paredes de distintos espacios (despacho, sala de ocio, sala de electroshock) según gire el mecanismo. Aunque es una estructura un tanto ruidosa para el oído del espectador (sobre todo cuando se transita por las escaleras de caracol que contiene), logra ser muy resolutiva para la pieza.
Los brillantes momentos cómicos ejecutados por fantásticos actores (Gonzalo de Castro versus Jorge Usón, y el impertérrito Tristán Ulloa) contrastan con grandes momentos de tensión -generados mediante linternas en la oscuridad, luces rojas y gritos y llantos en off de los pacientes que supuestamente están en esta clínica de “reposo”, en la maravillosa época navideña -.
El invernadero es una obra de culto que todo amante de la humanidad debe ver una vez en su vida, y que este grupo de artistas (bajo las órdenes de Mario Gas) han puesto en valor, en un tiempo de democracia que requiere de actos gráficos que abran a una visión crítica del sistema.
Señalar como elementos a corregir, el hecho de que el ritmo de la obra decrece hacia su desenlace final y que la interpretación de la señorita Cuts (Isabelle Stoffel), por momentos pierde maestría en relación al gran nivel actoral de sus compañeros de escena.
Es muy difícil traducir a Harold Pinter, su talento expresado en la lengua inglesa le llevó a ganar el Premio Nobel de Literatura en el año 2005, pero Eduardo Mendoza logra conservar la esencia ‘pinteresque’ en nuestra lengua.