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Crítica de "El hombre almohada" de Martin MacDonagh - Masteatro

Crítica de «El hombre almohada» de Martin MacDonagh

EL HOMBRE ALMOHADA de Martin MacDonagh

Dirección: David Serrano.

Elenco: Belén Cuesta, Ricardo Gómez, Manuela Paso y Juan Codina.

10 de junio de 2021. Teatros del Canal. Madrid.

ÉRASE UNA VEZ UN PAÍS SIN NIÑOS  de Carlos Herrera Carmona

Confieso que me altero cuando veo que la representación va a sobrepasar la hora y media de duración porque pasados los primeros treinta minutos, o me remuevo, o me quedo ojiplático. Con este texto, con el prisma de David Serrano, sentí lo segundo. Miré el reloj algo enajenado y noventa minutos pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Ojos míos que creo que no los cerré; que ni siquiera parpadeé ante lo que estaba ocurriendo en escena. Personajes prácticamente estáticos –evocaban a los lienzos de Caravaggio- donde el jugoso diálogo y la reverencial manera de lanzarlo propulsaba la acción hacia un desfiladero apasionante. Y a nosotros con ella. Bingo.

Cierto es que las interpretaciones tanto de Cuesta (Katurian, la escritora) como de Gómez (su hermano retrasado) son dignas de alabanza aunque, en honor a la verdad, los imanes que me mantuvieron pegado a la butaca, como en un contínuo despegue, fueron las apariciones de Paso y Codina (lo de poli bueno/poli malo es una deliciosa trampa…). Volvemos con esta última pareja al sempiterno tema de la verdad en escena: el Santo Grial de cualquier intérprete (me ocurrió lo mismo con Solá en su Doble o nada hace poco). La sensación mía de que ambos policías viven justo detrás de las lonas de plástico, que recuerdan, por cierto, a una carnicería, y bajo la oquedad del submarino (¿?) donde interrogan, es inapelable. Y hablando de cómo producir y reproducir el horror en escena, me lleva el pensamiento al arte que Pinter nos ha mostrado y enseñado con su lítote in extremis, con su violencia sugerida -aunque el autor de esta pieza se empeñe en decir que Shakespeare le aburre: una pose más para llamar la atención y presumir de un je ne sais quoi estúpido y de moderno. Saco a relucir al primero por haber colocado MacDonagh las cloacas bajo las tablas para que así podamos oler la podredumbre del ser humano, su atrocidad, su instinto de supervivencia –o su demencia- mediante la aniquilación del Otro, con o sin motivos; del segundo, por desplegar el autor su pregunta de por qué somos tan asombrosamente destructivos. Shakespeare emplaza, a diferencia de Pinter, el estercolero frente a los ojos y sus personajes lo remueven a fin de que la pestilencia se nos adhiera a la piel hasta el día siguiente y a la mente para siempre. MacDonagh manipula sabiamente con una suerte de combinatoria a ambos, amén de la plasticidad, la locura y el asesinato gratuito como líneas de acción al más puro estilo de Sarah Kane. Razón por la cual se le incluye a MacDonagh en la corriente del drama in yer face (que yo lo traduciría como ¡zas, en toda la boca!) que obliga al espectador, mediante lo visceral, a tomar posturas obligatoriamente como si de un tribunal inquisitorio se tratase. Algo así como un reality show con ribetes poéticos aderezado con el teatro de la crueldad y pizcas – a veces en exceso- de cualquier tragedy of blood o revenge tragedy del período jacobino (La duquesa de Malfi de Webster donde la sangre es la soberana). Nada nuevo bajo el sol, reneguemos o no. Sólo la maestría de que los giros de tuerca sean magistrales.

Se disfruta por tanto de principio a fin con esta puesta en escena de vértigo cuyos hilos son movidos por un elenco coral. Las luces delicadamente oscurecen momentos cumbres y el espacio sonoro de thriller elegante los/nos envuelve. No quiero finalizar sin mencionar las risas del público. Oí decir que si hay carcajada no es una tragedia 100%. Yo me reí, pero de la dimensión bárbara de algunos de los comentarios de los personajes, más bien de cómo lo decían. El sarcasmo de la interpretación de Manuela Paso es simply irresistible. Por ello, la risa/sonrisa no es más que un puro efecto liberador para que la tensión del arco siga su curso y la flecha consiga dar en la diana, es decir, para que la pieza triunfe.

La aparentemente sencilla trama de una escritora (Katurian) cuyos cuentos macabros se convierten en realidad de la mano de su hermano tarado nos lleva a transitar por el interior de  un túnel que se derrumba cuando estamos dentro de él. El contar estos cuentos que contienen una poesía rara, como pueden ser los de Poe, en escena, bien en off bien en vivo, nos mantiene hechizados por esta Sherezade. Resaltar el efecto maravilloso de máscaras (Ricardo Sánchez Cuerda) que infantiliza –y por ello la crueldad se agudiza- la atmósfera de la puesta en escena.

En estos días donde estamos conociendo cada vez más detalles del rescate del cadáver de la niña en Canarias, el mensaje de la obra se multiplica hasta la enésima potencia. Manida la frase, aunque aquí aplicable, de que la ficción supera, y con creces, la realidad. Nada más atroz que una infancia perdida, una infancia donde sólo se recuerden golpes e insultos. Habrá que arrestar de inmediato a quienes piensen que podemos vivir en un mundo sin una infancia feliz.

Carlos Herrera Carmona es autor, director y crítico de teatro. Es docente en la Comunidad de Madrid.

www.carlosherreracarmona.com

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