El chico protagonista de esta historia es Claudio, un voyeur, observa al resto de su clase des de la última fila y des de allí, callado, invisible, analiza y controla todo lo que sucede. Su objetivo es Rafa, un compañero de clase al que ayudará con las matemáticas al igual que éste lo hará con la filosofía. Detrás de Rafa vienen sus padres. Lo que quiere Claudio es inmiscuirse en la familia de su compañero, una familia normal la cual viene observando des de ya hace tiempo sentado en el banco que queda justo delante de su casa. ¿Es Claudio un psicópata? Hay maldad o insana curiosidad? Esta obra, El chico de la última fila es un thriller? No y sí. La obra de Juan Mayorga es mucho más que esto, es un relato que genera muchas preguntas sin dar una sola respuesta entorno a la educación, a la figura del educador y al de los padres.
La Sala Muntaner programa esta obra dirigida con inteligencia por Víctor Velasco después de un exitoso periplo por algunas salas alternativas en Madrid. Es un montaje valiente, complejo, apostando por el actor y descubriendo nuevos caminos interpretativos para un texto que esconde mucho más del que ofrece.
La trama se nos presenta con la figura de un profesor contando a su compañera que sus alumnos no saben escribir ni una redacción sobre lo que hicieron el fin de semana. Hasta que se tropieza con el texto de uno de sus alumnos, uno que pasa desapercibido en la última fila. Cuenta Claudio con más detalle, coherencia y honestidad como fue a estudiar a casa de su compañero Rafa y como conoció, al fín, a sus padres. La redacción termina con un continuará desafiante que alerta a la mujer y estimula al profesor. Empieza entonces el juego entre maestro y alumno. Germán, el profesor de literatura, un hombre que tuvo talento pero no supo aprovecharlo, quiere pulir ese diamante en bruto que es Claudio, darle severas lecciones de estilo de escritura y animándole a proseguir su relato. Claudio, más silencioso y con un halo de rebeldía interna, va entrando en la vida de la familia, contando sus miserias, los conflictos laborales y de pareja de los padres. Es un mirón y al mismo tiempo un manipulador, tensando las relaciones, creando brechas insalvables.
Mayorga, autor reputado de distintas obras, habla de algo que ya conoce pues el mismo ha sido profesor de secundaria. pero como siempre en el teatro no importa sólo el qué si no el cómo. Aquí la estructura es compleja y hay que poner toda la atención. Hay dos planos narrativos, el primero, el de la realidad, en el que profesor y alumno ocupan mayormente todas las líneas de diálogo. A través de las redacciones del chico vamos conociendo la historia de la familia, la cual ocupa el otro plan narrativo, la ficción novelada. Ésta se va formando a medida que el alumno va refinando el estilo, va indagando más en sus personajes. Al principio adopta un punto de vista más inocente, pero poco a poco al manipular la ficción va manipulando la realidad de esta familia. Y así va atrapando al profesor que pierde también su distanciamiento con el alumno y acaba enmarañado en un conflicto con Rafa, el amigo del chico y alumno suyo también. Mayorga teje así una estructura maravillosa entre realidad y ficción, mediante un juego metatextual que ofrece momentos de humor, de tensión y romanticismo.
El montaje brilla también por su escenografía. El escenario está ocupado por una serie de mesas de clase y de sillas juntadas en rectángulo. Alrededor de ella, un colgador, una lámpara, unos flexos encima de la mesa. Con estos puntos de luz construyen los espacios. Las sillas van siendo distribuidas alrededor de la escenografía, hasta se monta una mesa y unas sillas encima de la mesa, centrada donde se suceden las revelaciones más importantes. Alrededor de una idea simple, desnudo de decorativos superfluos, Velasco consigue mantener la mirada del espectador en perpetúo movimiento creando la sensación de amplitud.
Al servicio de este montaje está un buen elenco capitaneados por Miguel Lago, quien puntúa alto con el profesor seguro, un punto vanidoso y que termina siendo víctima de su propio monstruo. A su lado, le replica Óscar Nieto, de mirada turbia, ingenuo o malvado, un retrato contenido del alumno. Alrededor de ellos se reivindican Olaia Pazos, la mujer del profesor y los tres integrantes de la familia (Natalia Braceli, Carlos Morla y Sergi Marzá) cuyas interpretaciones mutan a lo largo de la obra, tal cual evolucionan las redacciones, de la caricatura a la furia y el llanto.
El chico de la última fila de Juan Mayorga.
Dirigida por Víctor Velasco.
Interpretada por Miguel Lago, Óscar Nieto, Olaia Pazos, Natalia Braceli, Carlos Morla y Sergi Marzá.
Drama sobre la educación.
Hasta el 20 de abril en la Sala Muntaner.