Algo tiene El Cavernícola para haberse cosechado cinco temporadas de éxito, esto es innegable. Si lo que te apetece es pasar un buen rato, especialmente en pareja, y reírte de lo que en otros momentos podría llegarte a enfadar, esta es tu obra.
Una escenografía básica, un guión funcional y, sobre todo, el buen hacer de un actor con tablas como Nancho Novo, te harán pasar una tarde entretenida. Ahora bien, no busques en esta obra gran profundidad intelectual o psicológica; aunque tiene destellos de gran ingenio, las gracias se fundan las más de las veces, como en todas las de su género, en generalidades, siendo positivos, o incluso inexactitudes o clichés si queremos ponernos puntillosos, lo que no ha sido óbice para que se convirtiera en un éxito mundial.
Nancho Novo resulta atractivo en su personaje, bien dirigido por Marcus von Wachtel; un despliegue de virilidad bruta y tierna a un mismo tiempo, que observa y describe al género femenino entre la exaltación, la burla, la admiración o el cariño alternativamente. A veces se puede llegar quizá a percibir cierto hartazgo del actor, parapetado en la naturalidad del personaje, por representar la misma obra tantas temporadas; tal vez un gesto demasiadas veces repetido que se hace con desgana, a no ser que se esté recreando en su personaje, dejado y laxo en sí mismo. Percibimos una indefinición entre el personaje y el propio Nancho con la que el actor juega en ese terreno a mitad de camino entre la obra de teatro y la stand-up comedy en el que esta obra se sitúa, indefinición que le permite crear un clima de confianza y confidencialidad entre el espectador y él, de tal modo que pareciera que escuchamos las confesiones íntimas e hilarantes de un buen amigo acera del género, el sexo y… su mujer.
Al final, todo hay que decirlo, se te hace hasta corta la obra, y desearías que te siguieran acunando con chistes (a veces fáciles, a veces no) sobre el maravilloso y extraño misterio de pertenecer a una especie sexuada.