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Crítica de 'El Buscón' - Masteatro
El Buscón

Crítica de ‘El Buscón’

El Buscón

EL PULSO QUEVEDO-ZURRO

Iremos de dentro hacia fuera. Dibujaremos el movimiento al contrario. Comenzaré por los actores de esta peculiar vuelta de tuerca de “El Buscón” que ha dado Zurro ayudado por su reparto. Comento pues el regocijo de sus intérpretes una vez acabada la función de un Lope de Vega abarrotado inaugurando temporada hispalense; intérpretes que me comentaban satisfechos y risueños, el estupendo proceso creativo de esta su producción, la cual, según ellos, ha sido un auténtico placer, porque todo se ha basado en una comodidad bien entendida a la hora de poner en pie estas máscaras que aguijonean al respetable, desde el verbo quevediano revestido de zurrerías o zurrerías enaltecidas por el estilete del gran burlón grotesco que fue Quevedo. Hablan ellos de cómo Zurro les extrae lo mejor que poseen y de cómo éste les conduce por el camino del éxito personal interpretativo; hablan de la comunión que se ha mantenido entre director y sus propuestas; del maratón en la sucesión de cuadros – o pasos al estilo de Lope de Rueda, o sketches, o flashes conceptistas, o cápsulas, o minientremeses: todo podría valer- para desembocar en un final de rabiosa actualidad aún más si cabe donde la guinda la pone la actuación del joven y vibrante actor Pablo Gómez-Pando que encarna al Pablos barroco versus Pablo contemporáneo que lo “remata”. Parece que uno se va a tener que buscar a este fogoso reparto en un jacuzzi tras la actuación dada tanta energía empleada: nada más lejos: aún les queda cuerda para rato para comentar lo orgullosos que están de su trabajo, de su maestro de ceremonias y de agradecer esa familia de cómicos creada a la antigua usanza que conforma el reparto de este Buscón curioso de ver y de apreciar.

Con su elenco fidelísimo y adicto a sus maneras, Zurro alterna y mete baza con su pluma tras un Quevedo que antes ha arremetido lleno de ponzoña: la denuncia está servida y la galería de sinvergüenzas, ladrones, meretrices, estafadores, embusteros se nos presenta hábilmente hilada con pespuntes barrocos y remiendos actuales echando mano del lenguaje -qué si no tratándose de Quevedo/Zurro- donde Valle Inclán reverbera, donde Buñuel golimbrea, donde el exceso una velocidad televisiva formatea el archivo literario y todo en su conjunto resulta un retablo de las maravillas sin freno, desaforado tableau vivant.

Esa “vieja guardia actoral sevillana“, tal y como la denomina Motilla, compuesta por él mismo, Monteagudo, Antonio Campos por citar, quienes brillan por solera, abraza al resto de intérpretes, quienes brillan por su fierezza, en un tropel de andanzas y muertes, torturas y timos, de esos casi 60 tipos y tipejos que desfilan y enfilan descarados por entre la escenografía mural, desgastada a posta , descolorida, hambrienta y bella, aunque algo estática, del afamado Wilmar.

Si la pregunta que emana del montaje -pues todo montaje ha de contar con su pregunta del millón- es si la picaresca permanece hoy en día. Qué duda cabe  que lo que escribió Quevedo semeja más bien una advertencia de lo que ocurre en esta España mía, esta España nuestra, que Zurro pule y extrapola para llevarse el gato al agua. Ambos comparten la adicción a la palabra y la burla de la vida, tal vez el desencanto por lo que sucedía en nuestro país y la amargura por lo que sigue ocurriendo -curioso que entre tanto hampón y mequetrefe, entre tanto chufla y birlador el nombre de la ciudad de Sevilla se filtre tanto…

Decía Borges que para gustar de Quevedo hay que ser -en acto o en potencia- un hombre de letras; que nadie que tenga vocación literaria puede no gustar de Quevedo. A lo que yo añado: que nadie que tenga el mínimo gusto teatral puede no gustar de una buena zurrería. Su “Carmen” me desinfló, pero su Buscón remasterizado me ha vuelto a inflar las velas. No se pierdan este pulso lingüístico entre Zurro y Quevedo.

Teatro Clásico de Sevilla
Dirección y versión libre: Alfonso Zurro
Reparto: Pablo Gómez-Pando, Manuel Monteagudo, Antonio Campos, Mª Paz Sayago, Paqui Montoya, Juan Motilla y Manuel Rodríguez.
Escenografía y vestuario: Curt Allen Wilmer
Teatro Lope de Vega, Sevilla. Del 4 al 7 de octubre

www.clasicodesevilla.com

 

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