Una de las sorpresas más desconcertantes del curso teatral del año pasado fue el Broken Heart Story de la Cia. La Peleona. Eugenia Manzanares, una de las actrices fijas en la compañía, escribe ahora una fábula futurista que bajo el nombre de Deixalles nos relata una historia de amor con fondo ecologista. Desde el Teatre Eòlia, la propia Eugenia Manzanares y Ignasi Dalmases nos presentan dos personajes misteriosos que se buscan, que ocultan cosas y que tienen mucho más en común de lo que esperan. O recuerdan.
Primer de todo hay que reconocer el mérito a los programadores del Teatre Eòlia y suponemos que, a la propia compañía, el haber estrenado esta obra en la semana del Mobile World Congress. No es en vano, pues el personaje de él es un ingeniero de una popular compañía de telecomunicaciones que está presentando su revolucionaria plataforma de interconexión con los sueños que permitirá a quien quiera conectarse realmente con sus sueños. Este hombre representa el falso superhombre tecnológico, aquel que ha creado un nuevo sistema de valores que la tecnología crea: realidad virtual, inteligencia artificial… Sin religiones, ni dogmas. Sólo se apremia la evolución constante, dar un paso más hacia el futuro, un futuro absolutamente tecnológico, absolutamente artificial. Este paradigma de hombre high tech forma parte del ecosistema que se ha creado esta pasada semana en el Mobile de Barcelona.
En contraposición al personaje tenemos una joven y atractiva azafata que se ha llevado el hombre a su casa para supuestamente poder retozar juntos. Esta misteriosa mujer vive en un pequeño apartamento, que como dice él, tienen un aire “vintage”. A ella le interesa más el pasado, que el futuro. Cabe decir que desde un principio se marcan las cartas. Hay secretos e intenciones ocultas. Los dos personajes marcan sus posiciones: él, fanfarroneando de su invento y de su posición de hombre del futuro; ella, abriendo ventanas al pasado poniendo canciones de un cassete en una minicadena, artilugios ya de coleccionista. Cabe destacar precisamente el momento Edith Piaff y la reflexión sobre las actrices que se afean para ganar premios.
En medio del juego de seducción, cada personaje tiene algo que ocultar al otro, sea el contenido del maletín, sea el significado de una fotografía o el contenido real de un bote de ibuprofenos. Pequeños mcguffins que añaden misterio a la historia. Y es precisamente en el descubrimiento de éstos donde se transmiten algunos de los fallos del texto. Cuando abarcamos la segunda parte se nos revela el significado de dos de ellos. Las pastillas marcan el devenir de la historia, son la clave que conducirá al hombre a aceptar el recuerdo o a rechazarlo. El maletín es absolutamente intrascendente. El qué de la fotografía se desvela en la tercera parte, aunque por entonces uno ya hace rato que se lo olía. En la tercera parte, en la vuelta al apartamento del personaje de él, se nos desvela finalmente la relación de los dos personajes. Todo es demasiado abrupto, es decir rápidamente el personaje de él decide recordar. Y es que a uno le asaltan algunas preguntas entonces: ¿Porque el personaje decide recordar tan rápidamente? ¿No ha tenido nunca ninguna otra oportunidad o tentación de recordar? Además, una vez pasean por el recuerdo, por la historia que los unió y los separó (momento en que se nos retrata el catastrofista mundo en que viven, con sus islas de plástico para refugiados), él termina decidiendo por los dos, prácticamente sin reflexionar, la solución de verse en su particular Pandora (la metáfora sobre Avatar funciona al principio, pero la estiran como un chicle y termina siendo demasiado obvia). La pobre mujer se queda relegada a simplemente decir que aquello es una “putada”. Un final apresurado y que no hace un favor al personaje de ella, quien imaginábamos más combativo.
La propuesta escénica de Deixalles trata de marcar el conflicto entre pasado y futuro. Desde el uso de la música en la minicadena a la propuesta visual y poética de la tercera parte en la que la protagonista se enreda en cables, cintas de cassette y todo de “deixalles”. Luego están los movimientos y las sombras por detrás del biombo que ayudan también a marcar ciertas transiciones. Pero hay una decisión de dirección difícil de entender en este final tan precipitado. Si durante la historia el uso de la música ha sido diegético, es decir, la música la oían los personajes y les interpelaba, excepto en los momentos de transición, ¿Porque en la resolución final mientras los personajes están hablando y en un volumen totalmente inapropiado, suena el No surprises de Radiohead? No era necesario transmitir al espectador una emoción a través de aquella canción. ¿O es que la directora creía que así le daba más emotividad a un final que no lo tenía?
Aun siendo un texto y una propuesta escénica irregular, hay que remarcar el trabajo de los dos intérpretes, la propia Eugenia Manzanares y Ignasi Dalmases, aunque en algunos tramos de la obra se requería más intensidad y profundidad. Pero el texto también hubiese podido premiar más esta intensidad. Sea como sea, siempre es agradable como jóvenes compañías como La Peleona tiran adelante sus proyectos con riesgo y creando historias que, aunque fallidas, vayan marcando sus señas identificativas.
Deixalles de Eugènia Manzanares.
Dirigida por Carla Torres.
Con Eugènia Manzanares y Ignasi Dalmases.
Thriller amoroso con fondo ecologista.
Hasta el 5 de marzo en el Teatre Eòlia.