Hay clásicos de la literatura y del teatro que vale la pena recuperar cada cierto tiempo para que no nos olvidemos de su historia y de la poesía que contiene. Sin duda, Cyrano de Bergerac es uno de éstos. Hay que dejarse llevar por el fluir de las palabras que el caballero narigudo va soltando, sea en modo de burla o sea para abrir su corazón a su amada Roxanne. Cyrano es uno de los personajes románticos más icónicos de la literatura, un héroe trágico que lucha contra la mediocridad y por el amor, aunque no sea para él. Interpretar este carismático personaje es para cualquier actor un caramelo gustoso de paladear. Y ahora quien se atreve a desenfundar el florín es Lluís Homar, uno de los grandes de nuestra pequeña tierra, quien por segunda vez se pone a las órdenes de Pau Miró después de dar voz él solo a todos los personajes de Terra Baixa de Àngel Guimerà.
La intención del equipo comandado por Pau Miró, con cuatro actores que se reparten los distintos personajes (Joan Anguera, Àlex Batllori, Albert Prat y Aina Sánchez) y con Lluís Homar como punta de lanza (tal como proyecta su postiza nariz) es la de dar un toque contemporáneo al clásico, pero manteniendo en todo momento la fuerza en la palabra y la interpretación. Por eso apuesta por una escenografía de Lluc Castells que construye un set formado por un patio de butacas donde los actores se acomodarán en distintos momentos como si fueran espectadores de las aventuras de Cyrano y por unas plataformas verticales movibles que servirán para simular las torres desde donde la amada Roxanne escuchará los versos de Cyrano como si fueran dichos en boca de Christian (Àlex Batllori). Estas torres servirán también cómo colgadores donde dejar los florines y las máscaras. Sin duda es una escenografía puramente funcional que no aporta ningún elemento ornamental que aporte alguna textura. La misma apuesta se mantiene con el vestuario: casi todos de blanco (sólo el personaje del conde De Guiche va de negro para marcar el antagonismo), vestidos con el traje de esgrima. El único contraste con tanta frialdad se descubre bajo un falso suelo: un poco de tierra marrón para ensuciarse cuando se encuentran en el campo de batalla. Todo demasiado frío y aséptico. A este Cyrano le falta el color que dé la calidez o el dramatismo que más de una escena pide a gritos.
Cabe remarcar que la traducción y adaptación de los versos alejandrinos de Edmond Rostand corre a cargo de Albert Arribas, quien hace un trabajo encomiable para mantener la métrica y la belleza de los versos, pero sin que éstos suenen rimbombantes permitiendo que el público menos acostumbrado a este teatro pueda seguir el hilo y conmoverse de igual manera.
Así pues, la carga dramática de este Cyrano recae en los cinco actores y sobre todo sobre los hombros del prestigioso Lluís Homar. No es la mejor interpretación de Lluís Homar. Tampoco es que sea mala, pero uno tiene la sensación de que Homar no acaba de encajar bien el personaje, que no termina de mostrar todas las emociones que el personaje siente. Parece que se siente más cómodo con el Cyrano altivo, el que reta y corrige a sus adversarios, que no el Cyrano que abre el corazón amparado bajo la presencia de Christian. Cyrano es un personaje peligroso de interpretar pues es fácil de caer en la sobreactuación. Y en algunos momentos, Homar lo hace. Para muestra de esto está el final: Homar despidiéndose del público y de su personaje con una pausa dramática que parece broma. A lo mejor es que durante la función no podía dejar de recordar el Cyrano de La Perla 29, bajo la piel de Pere Arquillué. Aquel espadachín sabía dar el matiz y el tono en cada frase. Homar no transmite la misma verdad que su predecesor. Me pregunto si podría acertar más con una escenografía más acogedora como la que en su día creó Max Glaenzel para La Perla 29. Con una correcta luz, con unos buenos ropajes, con un poco de color, es probable que Lluís Homar estuviera más ubicado.
Este Cyrano está reducido para dar más protagonismo al caballero espadachín, pero Homar no está solo en el escenario. Aún sea como comparsa del intérprete principal hay que destacar la buena labor de los cuatro restantes. En el caso de Aina Sánchez da voz y forma a Roxana, el amor platónico de Cyrano y aporta carácter e inteligencia, no un prototipo de dama romántica, cegada de amor. En el otro lado encontramos a Albert Prat cuyo Conde De Guiche se presenta como un vengador mucho más oscuro, pero con posibilidad de redención al final. El trabajo de ese cuarteto termina siendo más complaciente que no el que realiza Lluís Homar. Una lástima. Quien sabe si con más rodaje este Cyrano se ajustará más al personaje creado por Edmond Rostand.
Cyrano.
Dirigida por Pau Miró.
Con Lluís Homar, Joan Anguera, Àlex Batllori, Albert Prat y Aina Sánchez.
Cásico romántico francés.
Desde el 15 de diciembre en el Teatre Borràs
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