Los funerales pueden ser tristes, largos, tediosos, un suplicio por el que hay que pasar sea cual sea la relación de uno con el muerto. Pero no tiene porque ser así, pues bien que hay culturas, como la afroamericana que los funerales son vividos como una fiesta, con música, bailes y varios cánticos. Pues bien podría ser lo mismo para el funeral de un payaso, y si además es italiano, la comedia (dell’ arte) está servida. Pero este payaso que se está despidiendo de la vida no está solo. A lo largo de las dos horas que dura el funeral desfilan por allí todas las amistades que ha ido cultivando. Y desfilar es la palabra, pero en italiano: Corteo. Un corteo mágico, donde lo real se mezcla con lo ilusorio, a medio camino entre la tierra y el cielo. No puede tener mejor homenaje este payaso italiano que el que le celebra el Cirque du Soleil en Barcelona hasta el 11 de marzo.
Del Cirque du Soleil se ha dicho tanto que poco más se puede decir original. Simplemente el sumarse a los elogios para hacer este tipo de circo tan espectacular, tierno y sorprendente. Dicen que la primera vez que ves un espectáculo de la compañía canadiense sales del Grand Chapiteau deslumbrado, pero que si vuelves a repetir (depende el espectáculo, claro está) empiezas a ver alguna zona más oscura. En el caso de uno aún permanezco con la boca abierta al evocar ciertos pasajes de la función. ¡Cómo se lanzan a los atletas unos a otros como si fueran sacos de patatas, cogidos al vuelo! ¡Cómo ruedan estos contorsionistas dentro de esos aros y con esta velocidad!
Creado y dirigido por Daniele Frizi, Corteo empieza con una voz anunciando la supuesta muerte del clown y al momento, salen todos los integrantes del espectáculo desfilando y tocando diversos instrumentos. Mientras aparece el bueno de Mauro en una gran cama, quien simula estar dormido, esperando cazar alguna de los ángeles que por allí revoletean. Pero, con precisión absoluta, unos y otros desaparecen para dejar paso a tres grandes lámparas de araña por las cuales se balancean tres mujeres haciendo posturas imposibles. Luego vuelven las camas y en ellas unos niños y niñas metidos en cuerpos de acróbatas los cuales se ponen a jugar a saltar de cama en cama, con tres volteretas o más al aire. Y con ellos el primer sufrimiento, y si alguno da un mal paso, calcula mal las distancias o pisa mal? Nada de eso pasa porque son precisos, porque esos artistas son atletas muy preparados, porque de cada número se intuyen horas y horas de ensayos. Así en cada número, todos los elementos están dónde deben estar: los focos iluminando la parcela que tienen que iluminar, los músicos marcando los variados ritmos del show, las cuerdas bien tensadas y los artistas flotando en el aire.
Un espectáculo de circo tiene una serie de números, de personajes fijos por aparecer: acróbatas, funambulistas, payasos,… Y en este Corteo, salen todos (menos domadores. El Cirque du Soleil no juega con animales). Pero el grosor del espectáculo está en los ejercicios físicos más que en las actuaciones de los clowns. Números como el de las correas, el del columpio, el de la funambulista con la canción de corte flamenco o el del Tourmik con el que cierran el espectáculo maravillan al espectador, sorprendido por estos seres extraordinarios que hacen de lo físicamente imposible algo tan fácil que se lo toman a juego. Pero es que todo en Corteo es un juego, una celebración de la magia del circo más puro.
Pero a pesar de ser novato y, por tanto, gratamente sorprendido y subyugado por el efecto del Sol, si que uno llega a vislumbrar ciertas zonas oscuras en el montaje, capítulos que frenan el ritmo del desfile, del repaso a la vida del payaso Mauro. Así pues, se espera algo más del número de la marioneta, donde la marioneta no es la protagonista sino Mauro quien va jugando con una pelota de espuma. O de la ridícula y metida con calzador, representación de Romeo y Julieta. Estos son números de transición, aunque bien hubo otros más divertidos como el del caballo (un caballo formado por dos personas, porque, insistimos, no hay animales en este circo) desbocado entre el público o el más tierno, el de Valentina, esta enana con voz de bebé sentada en sillón de mimbre elevado por cuatro grandes globos de helio y que el bueno de Mauro empuja hacia el público para que vaya rebotando mientras ella se parte de risa. Simple, pero directo al niño que cada espectador lleva en si mismo.
Y es que probablemente el Cirque du Soleil, a través de sus sueños, de sus números inverosímiles, a través de su música, de sus personajes icónicos, logra conectar con esta parte infantil que todo adulto mantiene en su interior. Porque, realmente, este circo es más para adultos que para niños.