CERVANTINA
(Versiones y diversiones sobre textos de Cervantes).
Un co-producción de Ron Lalá y la Cía. Nacional Teatro Clásico .
Dirección: Yayo Cáceres.
Dirección literaria: Álvaro Tato.
Reparto: Juan Cañas, Miguel Magdalena, Iñigo Echevarría, Álvaro Tato y Daniel Rovalher.
Fotografía: María Clauss.
XXXII FESTIVAL DE TEATRO Y DANZA CASTILLO DE NIEBLA, HUELVA. 16 de julio de 2016.
AL ABORDAJE SIN ANESTESIA, SIN RODEOS Y SIN VASELINA
por Carlos Herrera Carmona
Uno que viene de esa cuna áurea teatrera, que ha tomado los primeros biberones con Quevedo como nodriza; uno que sabe desde dentro, desde fuera y vuelta del revés de la perfecta arquitectura que sólo Calderón o Lope son capaces de diseñar; uno que ha sido moldeado en el seno de sucesivos Almagros oyendo a Marsillach o a Pimenta, por citar; a este uno -que no es tanto- no le queda más que reconocer y soltar un chapeau por el desparrame de aciertos de este montaje de ayer noche en el Castillo de Niebla. Del halo de terror y perversión sembrado por la puesta en escena que Noviembre Teatro hizo con su Ricardo III el sábado anterior, toma el director Yayo Cacéres el testigo de Vasco y cambia, sin saberlo, los términos terror por humor a fin de proporcionarnos el mismo antivirus contra la Corrupción -que tan inalterable pervive en el Tiempo- a través de nuestro olvidado -ahora tan requeterememorado por quienes presumen de conocerlo sin conocerlo- Cervantes. Esa será la base de su artillería ronlalera a pie de muralla en el sueño anticorrupción de otra noche de verano.
Tras el resumen biográfico inicial sobre el autor vía musa y así enseñarnos deleitando, el jolgorio y la chispa serán los principales raíles por donde circule el espectáculo. Los actores / músicos / animadores / cuentacuentos / trovadores / juglares / máscaras / humoristas / clowns / presentadores / showmen van de oca en oca y tiran porque les toca, haciendo del lenguaje diversión y bofetada, talento y ocurrencia, ponzoña y delirium tremens. Estos cómicos hacen del cante, provocación cabaretera, carnavalera y chirigotera con un son original y con sello propio y al mismo tiempo de toda la vida. Los cómicos saltan de una puesta en escena a otra a lo Lope de Rueda -ese barniz genial all’improviso que resulta tan fresco, ese ritmo teatral y arrojo recién sacado del horno- a un semipasacalles que obliga al graderío -lleno hasta la bandera- a sonreír, a reír, a cantar, a expresarse, a quejarse; y ellos que tan campantes salen y entran del personaje -metateatro a la quinta potencia- a un toma que toma, a un toma y daca, y a un toma ya España, que te lo mereces por mema, con lo rica que eres, con lo que has sido y con lo que puedes ser y que tanto presumes, hipócrita, de leer Quijotes y Galateas sin dar un palo al agua. El director y su partenaire, Álvaro Tato, afilan con ahínco la puntita de su flecha y la clavan en el centro de la diana ibérica, por supuesto más entre bromas que entre veras -no olvidemos que aquí, en suelo patrio, nos enteramos mejor con el chascarrillo y el ingenio que con la égloga y el soneto. No importa. El fin justifica los medios. El mensaje de Cervantina es jalear, espolear, quitar vendas y levantar la voz contra la masacre que políticos, aristócratas y banqueros del momento ejercen contra nuestra cultura, nuestros ahorros, nuestra honra -tan calderoniana- y nuestro país. ¡Ayes los míos contra los Monipodios que abundan inextirpables en este cortijillo que es mi pobre sur… !
Y ahora que rumio lo visto y oído mientras narro esto, me pregunto: ¿A quién se dejan fuera del escarnio? Pues por tener, tenemos hasta un apunte grave, bello, directo, de defensa a ultranza contra la xenofobia en el monólogo que la gitanilla, bajo cenital-luna-caló, cuyo silencio en el graderío invita a asentir y a decirnos en voz baja: ¿Por qué seguimos siendo así? ¿Por qué no nos reseteamos si desde los Siglos de Oro se nos ha dado la clave para reflexionar sobre todo esto? Son cuestiones que pienso quedan tras este montaje de Ron Lalá: ¿Por qué España de vieja no aprende si el diablo sabe más por años? ¿Por que en mi ciudad, que es donde Rinconete y Cortadillo campeaban a sus anchas según se volvió a contar ayer y que uno en tiempos universitarios también lo escenificó, sabemos los nombres y apellidos de sus herederos y que trabajan en oficinas con aires de ministerios y siguen manipulando subvenciones enredadas y no hacemos nada? El mérito de este montaje reside en que entre chanzas y guitarras, entre una adapatación loable y actualísima, entre pitos, flautas y versos con anacronismos que nos llevan de sorpresa a sorpresa, Ron Lalá nos hace recapacitar y demuestran, no con uñas y dientes, sino con cánticos y agudeza, que la crítica sigue siendo más efectiva desde la escena que desde un telediario, que los dineros van de ladrón a ladrón -con 100 años de perdón según lo visto, que los figurones se sientan en sillones de terciopelo y que adoramos a Monipodios a la sombra de la Giralda o de la Cibeles mientras se zampan una paella pagada por los españolitos de a pie.
Y concluyo volviendo al montaje que me emociono y me disperso: cocktail -molotov- sabroso de escenas adaptadas y firma propia; superactores que se transforman en lo que la acción les demande, allegro vivace desde el minuto uno, el público metido en su corral de comedia descarada y de revista y, cómo no, fantástico ese tañir de guitarras de todo tipo, cajas y demás instrumentos mientras hacen de las suyas -que al final son las nuestras- por ese regalo refrescante escénico que es la Cervantina. Y permítanme que termine con estas palabras de Ana María Matute para recordarla: «El Quijote es el primer libro con el que he llorado. Con la muerte del Quijote, por todo lo que significa: El dejar que la locura desaparezca. Eso es terrible. El triunfo de la sensatez«.