CRIMEN Y TELÓN (Idea original y creación colectiva de Ron Lalá)
Texto: Álvaro Tato.
Composición y arreglos: Yayo Cáceres, Juan Cañas y Miguel Magdalena.
Reparto: Juan Cañas, Ínigo Echevarría, Fran García, Miguel Magdalena y Daniel Rovalher.
Dirección: Yayo Cáceres.
Teatros del Canal, 13 de agosto de 2019. Madrid.
EL DEDO EN EL OJO por Carlos Herrera Carmona
¿El público? Siempre le he metido los dedos en los ojos…
Luigi Pirandello.
Me traiciona quizá el recuerdo que guardo de estos cómicos poliédricos cuando los vi por primera vez en el Castillo de Niebla (Huelva) hace unos años donde la palabra «epifanía» se me queda corta para retratar lo que sentí, aprendí y descubrí, o tal vez se deba al estudio que estoy haciendo de la obra del gran Pirandello a través de Romano Luperini que todo se me ha vuelto un deja vu con esta la última producción de Ron Lalá, aunque no por ello dejaré de ser ronlalero forever and ever.
Crimen y telón se ajusta como un guante al análisis que el crítico toscano desarrolla a propósito de Seis personajes en busca de autor: » Los personajes son abandonados a sí mismos, en busca de autor en la medida en la que buscan un significado universal imposible ya. Su historia no es más que la figura de esta imposibilidad. Al significado histórico-literal de su drama, con sus pasiones vivientes, se añade otro, pero del todo negativo. Entonces, en suma, en el campo de la gran alegoría moderna, esencialmente crítico-destructiva.» De ahí que esta producción, que pone al público en pie con marca ya de legendaria banda de rock, pues me consta que cuenta con una masa de fans que los sigue, persigue y venera –bravi!- los personajes buscan a un culpable para ser felices, buscan endiablados la respuesta a su propio ser o no ser como creación escénica, y de ahí, real en tanto en cuanto es la figura que nos habla, alecciona y advierte, en carne y hueso pero sin alma, pues, ojo, un personaje es altavoz, sus músculos impulsan el mensaje y su alma es reflejo mínimo de la de su creador: una suerte de Pinocchio que nos enternece con su piel de madera, anclado al texto escrito, inalterable al tiempo, desdeñoso con el espacio y prisionero de una caja negra, ora ojo de huracán, ora cueva platónica (por aquello de las sombras que se ven en esta obra…) o un desquiciante agujero negro. En Crimen y telón la denuncia -el jaleo más bien- es clara y notoria, para ello el distanciamiento está enclavado en un futuro que al ser tan presente y evidente no me permite verlo desde la lontananza, el extrañamiento no me fecunda y todo se me queda en una pataleta tierna y soñadora. Los retazos de histrionismo y el superyo del personaje me perturban. La propuesta logra con éxito, sin lugar a dudas, la denominación de alegoría moderna, aunque más que denunciar, recuerda, y lejos de innovar, homenajea al comediografo italiano que asentó las bases del metateatro, ya inaugurado por los clásicos. Nada más que hay que revisar el uso que Hamlet hace de los actores para denunciar con su verdad un asesinato. Lo que se ve/expone con distancia, evidencia la dinamita que porta el mensaje teatral. En Crimen y telón se hace evidente el concepto de actor-atleta, se dignifica la verbigracia en los parlamentos y se reelabora, una vez más, una cuarta pared semiabierta, la implicación del respetable en la trama, con aquello de esto no es lo que parece, apenas falso, pero lo justo y necesario para que la ponzoña se cuele con sabor a jarabe de fresa.
Es de obligado cumplimiento resaltar el hipercontrol de la troupe, no sólo del verbum escénico en todas sus acepciones, sino por conseguir que su ser y estar, su construir y deconstruir en las tablas resulte de una naturalidad pasmosa. Las verborreas y diálogos picadísimos, amén de las persecuciones entre ellos en este thriller italianesco, casi de comic, potencian ritmo y flujo dramatúrgico a dos bandas. Mientras, el paso del tiempo en la Sala Roja de Canal es un mero spot publicitario. Esto es siempre de agradecer.
Puede que mi propia deformación profesional me vele el piropo para con el aluvión de datos enciclopédicos en cuando a dramaturgos y listado de obras de teatro se refiere, y se me antoje no más que un gazpachuelo, rico, claro que sí, vitamínico, qué duda cabe, con mucho verso ajeno aireados como bandera para que la defensa de la supervivencia del teatro quede manifiesta. Menos mal que la sal y la pimienta ronlalera, de la que yo quedé prendado, esas coplillas pizpiretas con aires de bahía gaditana, me fueron regaladas en un par de instantes: eso del que el teatro no se muera… le pone a uno los ojos como Candy Candy.
Seguiré siempre siendo ronlalero, aunque esta vez su look futurista no me haya deslumbrado. Esperemos una vuelta más de sus tuercas no muy tarde que tan necesarias son para revitalizar la escena actual y situar el listón de cómo usar la fórmula del metateatro muy muy arriba, casi como Pirandello y su galería de personajes o raisonneurs, con su poliperspectivismo, protagonistas siempre de un teatro dialéctivo (Luperini).
NOTA BENE.– Con la venia, me despido no sin destacar a Rovalher por fascinarme con su Arlecchino, Pantalone y Brighella o todos a la vez… Bello guiño a Strelher, Goldoni y, cómo no, al actor por excelencia.