CONSENTIMIENTO de Nina Raine
Dirección y versión: Magüi Mira.
Elenco: David Lorente, Nieve de Medina, Maria Morales, Jesús Noguero, Candela Peña, Pera Ponce y Clara Sanchís.
Teatro Valle-Inclán-CDN. Madrid, 3 de abril de 2018.
¿QUIÉN ESTÁ LIBRE DE PECADO? por Carlos Herrera Carmona
Dos horas y cuarenta minutos con descanso -alivio necesario para poder respirar y seguir con el banquete- dura esta soberbia representación o lo que es lo mismo: la puesta en escena de la hiriente, demoledora tunda entre seres donde el odi et amo sirve de artillería pesada, no sólo contra ellos mismos, sino contra un espectador cuyo espíritu atiende sin contemplaciones al gran desafío de juzgar o de ser juzgado, a elegir en temas tan peliagudos como la violación y los asuntos de pareja. No se trata de aquel consejo que Pirandello nos daba cuando decía aquello de «hay que meter el dedo en el ojo de espectador»: Nina Raine, dramaturga británica nacida en el ambiente del gremio y quien empezó escribiendo cuentos de piratas a los cinco años de edad, afila sus colmillos y los clava sin compasión en el frágil cuello de una historia donde no se entiende muy bien si sus protagonistas se odian porque amar ya les parece poco o si se aman porque parecen haber agotado todas las posibilidades de odiarse. Tan brutal, tan humano como aquello de cabalgar desde el «yo te repudio» hasta el «sin ti no soy nada»; desde el «yo te absuelvo» hasta el «yo te condeno».
Varias minas antipersona se ocultan sabiamente bajo la alfombra inmaculada de la escena y los personajes -a los que prefiero llamarlos individuos dada su naturaleza sumamente creíble- no dudan en ir en su busca, saltar sobre ellas y dinamitarse los unos a los otros en una suerte de expiación improductiva, de catarsis estéril, de confesiones contaminadas y contaminantes; es como si los habitantes del infierno de Sartre hubieran sido poseídos por un demonio invencible en fiestas aparentemente cotidianas. ¿Qué más puede suceder sobre la escena cuando cuestionar la violación consentida a una mujer indefensa puede resultar incluso una candidez -nunca justificable, claro está- si lo comparamos con los remolinos de insultos que se dedican estas parejas al borde de sus precipicios? Raine no deja títere con cabeza y nos la entrega, como la del Bautista, en bandeja tras su danza macabra. Hábil es esta señora en colocarnos -y descolocarnos- como los grandes clásicos sobre diferentes ángulos donde podemos sentir desde la piedad por la caída del ser humano hasta la sombra de la duda de si lo que estamos contemplando es un criminal fingido, un perturbado por horas, una mala madre tipo Medea, un marido endeble, un fanfarrón por conveniencia, una esposa manipuladora o una madre coraje… etc. Todos estos adjetivos son intercambiables y con ellos podemos etiquetar libremente a cada uno de ellos puesto que sus peripecias se retuercen sin descanso hasta que a la dramaturga no le queda más remedio que arrinconarlos una vez han sido exprimidos y los ha dejado extenuados: Raine y, por ende, la directora Magüi Mira, sacan de sus individuos y de su reparto respectivamente la última gota de su sangre y de sudor, su última lágrima, gemido, grito y súplica que un personaje/intérprete es capaz de entregar/nos. Un maratón supersónico de verborreas inútiles, perforadoras para quienes las escuchan tanto fuera como dentro del escenario. El elenco arranca con un pistoletazo de salida, con un «al abordaje», y, como una piara que tritura por tiempos a una víctima, simulan escenas espejo que nos desconciertan y, como decía antes, dudamos si condenar o perdonar. La presencia sutil y, al mismo tiempo, desgarradora de Adela (Nieve de Medina) quien parece deslizarse entre ellos como un fantasma sobre la corte podrida de Elsinor; las dos parejas a cual más desquiciada (Candela Peña: heroica, trágica, grande igual que su partenaire) y la dulce Sara, juguete roto que se recompone y aprende la lección a base de golpes y que resurge de entre sus cenizas morales en su pugna como reina devastada (Clara Sanchís, sorprendente, lírica). Como dice Pamuk: «El pelo rojo es símbolo de mujer sin control».
Extrañezas: las coreografías corales junto con la iluminación disco en algunas de las transiciones. Me gustaría pensar que aparecen para realzar el punto lunático y/o psicodélico de los pensamientos perturbados de los personajes. De todas formas, es tal el aluvión interpretativo, la garra y el deseo de transmitir que no me conmueven.
Para terminar, cabe preguntarse: ¿Quién tira la primera piedra? ¿Quién condena a estas tres Magdalenas, a estos tres Judas? ¿A quién salvamos de la crucifixión? ¿A quien espía nuestro teléfono móvil? ¿A quien comercia con el semen de un amigo por ser madre? ¿A quien abandona a su bebé por amor o por venganza? ¿A quien defiende si es un indefenso? ¿A quien ataca si es atacado? Pues a quien miente menos, habría que preguntarse; o a quien odia menos, o a quien castiga menos porque los comportamientos a quemarropa es el patrimonio común a este grupúsculo maudit -salvo Adela, quizás Sara- quien parece haber sido desterrado de un Edén donde jamás podrá retornar. Criminales emocionales, terroristas psicológicos, venganzas bíblicas y fatum helénico. Y suma y sigue… Desgaste total. No se la pierdan. Aprenderán.